Tengo un miedo que no me genera la máquina de amedrentar que digita el sistema mediático concentrado y el periodismo hegemónico de la Argentina. Se trata de un paradójico miedo racional. Me ha costado construir ese miedo, arribar a esa sensación de desasosiego que me produce el imperio de la locura resultado del permanente divorciar que esos medios hacen de la realidad y su relato.
Ese es el modo de violencia simbólica que este sistema, hoy desesperado, opera sobre nuestra cada vez más disminuida capacidad de comprensión de la realidad.
No hay un solo indicador económico que explique, siquiera por el absurdo, la necesidad de aplicar políticas de ajuste. No obstante hay algo indecible que el gobierno hace o no hace (si, hace o no hace) que pareciera reclamar esas políticas.
Esa necesidad supuesta (y sin asomo de fundamento) se expresó en la última elección legislativa, aunque jamás haya sido dicha palabra alguna que permita relacionar ese resultado con la Economía.
La oposición dura de la Argentina no deja lugar para establecer lo malo en el hacer del gobierno cuando lo bueno arranca siendo sospechoso y por lo tanto horrible.
Los mercados reaccionan con precautorio rechazo a las variables que bien podrían ser alentadoras en un mundo con una economía en permanente tránsito de crisis.
Una derecha desvaída, que parece haber abandonado su viejo precepto de proyectar a los mejores, habla por las bocas intelectuales subalternas de sus máximos exponentes contemporáneos.
En una prueba más del imperio del contrasentido se menea la pobreza originada por las políticas de ajuste como una de las razones para aplicar el ajuste. La desigualdad social ahondada por la desaparición del Estado y de la política se remediaría con menos Estado y menos política. La distribución no puede ser el resultado de la equidad materializada en derecho sino de generar supuestas condiciones para una utópica abundancia que a su vez producirá un mágico derrame.
Como este “ideario” se sostiene fuera de debate y por la negativa, ya que la palabra opositora se centra en la crispación oficial, los modos y la metralleta de epítetos, no hay posibilidad de desenmascarar toda la aberración que subyace a ese discurso. De allí la mitad de mi miedo.
La otra mitad deviene de la experiencia histórica. Quien aparece como el número uno para liderar el cambio de signo político de gobierno, léase Cobos, no da garantías de poder sostenerse más de un año en una hipotética gestión de gobierno.
Es por eso que los líderes del núcleo duro compiten por decir la sandez más grande y posicionarse a puro desquicio. En estos aquelarres la desmesura se vuelve peligrosa porque el capricho y la imprudencia suelen dar muy malas mezclas.
Si saben que no podrán saciar sus apetitos pueden apelar a cualquier extremo siguiendo la metáfora campesina del chancho huacho, que lo que no come lo destroza.
De ahí mi miedo pensado y completo.
Tato Contissa, el miércoles, 21 de octubre de 2009 a la(s) 21:29 ·