El mar por ver o el barco de los Ajusticieros

Perdón el neologismo. Sucede que en esta Argentina enloquecida de las palabras no encontré ninguna que no estuviera chocada contra la realidad. Los que vivimos de hablar pedimos un impuesto al chamuyo, una producción que en nuestro país es tan rentable y dañina como la soja.
Los partidos políticos son hoy apenas pichoneras que enmarcan los destinos individuales de la clase política más degradada de la historia de la Nación, la misma casta que tiene apenas maquilladas sus heridas del naufragio del 2001, un maquillaje a base de desvergüenza y que cuenta con la luz escasa de las amnesias de muchos argentinos.
Las orillas del presente nos muestran una extraña arquitectura, que semeja un edificio pero que sólo es un apiñadero de maderas, equipajes y velamen inservible que la marea ha amontonado con desgano y a capricho en las impávidas arenas del país sobreviviente: Morales, Carrió, Gil Lavedra, Bulrrich, Rodriguez Saa, Cavallo, nombres que son parte de la pila que parece hacer cimiento en las bases más podridas del mamarracho arquitectónico: Menem, Duhalde, y el fujimorismo de los devenidos como Macri o De Narváez. “Fredo” Macri, el hermano atontado de la familia y un ejemplo cabal de como la estupidez navega en la Argentina las mejores corrientes de su historia de patetismo. Es el barco de los ajusticieros, un barco destinado a no destinar, un remedo naval que no puede navegar.
Pero el paisaje tiene más, junto al bodoque se halla el muellecito que la Argentina supo construir con los cañizares de la esperanza y que es el espacio político que parió un gobierno…o dos. Los veleritos costeros que tiene el muellecito se están acostumbrando a ganar mar abierto y eso preocupa a los habitantes del bodoque. Aerolíneas, recuperación del sistema previsional, asignación universal por hijo, ley de medios, expansión de la inclusión previsional, y lo que se promete si nos liberan los brazos para seguir remando. Es que el país tiene pueblo marinero.
Hay una coincidencia de intereses diversos: las pequeñas y mezquinas vanidades, el ejercicio de la locura y los intereses antinacionales (que son los intereses de los de adentro) que oscurecen el cielo.
Por esa diversidad de razones quieren el ajuste a pasar la segunda canaleta y empezar a navegar las aguas que conocimos a mediados del siglo pasado. Estamos a pocas brazadas de la gran decisión.
El mar me angustia porque soy un generoso de corazón pequeño. A veces me entra tristeza y otras veces desazón, como dice Atahualpa, pero me sobreviene, como a todos, ese aliento de lo colectivo, que estará estos días en las calles hinchando las velas del futuro.
Apenas sé nadar pero me pone valiente saber lo que dije: el país tiene un pueblo marinero.

Tato Contissa, el Martes, 9 de marzo de 2010 a la(s) 21:26 ·