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«Uno trabaja para el éxito»

La definición le viene desde detrás del grueso maquillaje, un blindado de emulsiones que ya es ella misma, su totalidad de máscara, el escudo que la defiende de su insignificancia: “Uno trabaja para el éxito”.
Transida de vanidad, Mirtha acaba de sincerarse.
Claro que nadie hace nada en ansia de fracaso. Pero lo que hace trascendente cualquier hacer humano es, justamente, el hecho de que lo que hace trasciende al hacedor.
Se trabaja para curar, confortar, mejorarle la vida al otro, tanto si se es médico, cura o cómico, y cuando viene el aplauso, el agradecimiento o la sonrisa el trabajo se muestra terminado, pero es sólo eso, un aviso: el domingo es mucho más que la campana.
Pero ella nunca lo sabrá. Amante de lo fatuo, envanecida de los amores distantes que ofrecen las plateas, alimentada de la vanagloria que produce el autógrafo, jamás sabrá que se trabaja para otro con el objeto de que lo que se hace sea trabajo.
Su hato de prejuicios, su insidia, su ignorancia, su inteligencia módica, su desprecio por la naturaleza humana, continuarán haciendo el mal. Y en ese hacer seguirá cosechando éxitos.
 

Campo adentro, campo afuera

Doscientas verdades hacen a una confusión que puede ser lo que mil mentiras.

 

El “campo” arrulla al corazón de la patria, es ícono de argentinidad, seduce nuestra hispanidad con bucólicas estampas, incita al exotismo interior de los oficinistas citadinos con sus aires libertarios, trae la imagen del gaucho en su silenciosa heroicidad y su genocidio silenciado, alimenta un orgullo que sólo se califica en los terrenos más acotados del fútbol, nos cobija de nuestra aventura cosmopolita y pro primermundista reservándose como un vestigio aún inexplorado de la identidad.

 

O:

 

El campo es la herramienta y el escenario de nuestra desgracia y nuestro atraso. Configura, en el modelo agroexportador, la base de nuestra dependencia, el fundamento del éxito de la oligarquía trasuntado en la derrota del país posible. Sincera al país feudalizado en la territorialidad de la estancia, cristaliza la democracia ficcionada,  dibuja al peón descalzo, a la ignominia del patrón y al látigo traidor de los capataces, a la opresión más infame y a la entrega.

 

Siendo eso, a pesar de los pesares del tiempo, hoy el campo sirve para otros retozos: El de los gordos boludos que creen que la inteligencia otorga derechos y no genera obligaciones. Los gordos boludos y los bigotudos boludos, es decir con prescindencia del peso y de los afeites: de los boludos.

También al descampe de los politicoides oportunistas que suben y bajan las banderas en aras de construirse espacios en la siembra de desgracias, porque la oposición es un sitio vacante pletórico de promesas y potencialidades.

El de los funcionarios salames que desperdician oportunidades porque imaginan la vida como un área en la que siempre llueven centros sin saber que no siempre los tira Riquelme y que en el campo a veces llueve demasiado y a veces ni siquiera llueve.

El de los gorilas esenciales que esconden su desprecio por las masas debajo de las boinas y encima las botas de cuero y dentro de las estancieras de doble tracción hechas para salir del campo al que rara vez entran.

El de los “luchadores” antioligárquicos que desconocen la cultura del campo, la realidad de esa economía en el terreno y que simplifican todo en el estereotipo.

 

El “campo” argentino es parte de la Argentina colonial, sólo parte, tan parte como su antagonismo urbano. No son ambos los rostros de un país esquizofrénico sino la conjunción de una cultura estúpida, homologable a la estupidez de la mano que renuncia a sus genitales por órdenes que no le vienen de su naturaleza.

 

El país colonial no se anima a ser Nación y se descuartiza de palabra. Por eso no vendría mal una oración al dios que más atento esté:

 

Que quien gobierna piense en el diseño de una política agrícola ganadera, disponga una infraestructura (rutas, calles, energía y servicios) para ese proyecto económico, y aliente una acción demográfica que lo haga posible.

Que los habitantes de los sets y los departamentos abandonen sus interpretaciones de paliers y asuman que son ignorantes de toda ignorancia cuando librepiensan un país que hace rato no es libre.

Que la pelea chica no esconda la amenaza de la derrota grande.

Que el asado de tira, “que no le hace mal a naides”, vuelva a doce pesos el kilo.

No es mucho pedir.

 

Esta entrada fue publicada el Domingo, 6 de Abril de 2008 a las 10:03

Reflectores, endandilados y enceguecidos

Parecen vanos doce años de insistir con que el periodismo hace, con mejor o peor arte, con sublimes o bastardas intenciones, con mayor o menor dependencia de intereses, un relato de la realidad. Parece fútil digo, luego de ver replicado hasta el infinito en estos días de remezones entre medios y gobierno la frase “el periodismo refleja la realidad, peor o mejor, pero la refleja”.

El pergeño vuelve con su misión de escudo de la boca de Marcelo Bonelli, pero bien pudo haber sido otra boca, otra letra, otro canal.

 

La verdad es que la tarea de reflectores no nos ha sido dada, ni la de devolver luces ni la de arrojar la propia sobre los objetos del mundo. Más bien somos recolectores de impresiones ajenas o de pertenencia difusa, sensibles de una sensibilidad diferente para con ciertas manifestaciones de esa realidad. Con esos petates profesionales y alguna que otra dote natural construimos un relato. Nada más, nada menos.

La sociedad mediática, que es en la que vivimos, le ha dado a esas facturas una dimensión inesperable*, cuestión que sintoniza y ajusta con la baladronada de Bonelli, o debiera decir quizá humilde petulancia, para no dejar fuera de la idea que la omnipotencia meneada por el “reflector” implica una modestia tan falsa como amenazante.

El mundo está pletórico de infamias, tanto como de infames, pero las más de las veces los periodistas reflectores obedecen al encandilamiento que esa desmesura de la reputación social de la profesión les provoca. Encandilados, para decirlo en metáfora, aunque las luces de los sets dejan la chance de lo literal.

 

Así vamos, derechito y de cabeza, a la fase tres, que es la del enceguecimiento. Porque nada hay peor para un reflector que el que le señalen cómo y cuánto distorsionan sus luces.

 

 

 

La Máquina de olvidar

La disputa en Paraguay no fue entre una república sospechada de fraudulenta y una oportunidad al país sojuzgado, ni tampoco la menos comprometida visión entre lo que fue y lo que puede ser, no. Para los medios fue la elección entre una mujer y un obispo.

El sistema mediático posmoderno construye todos los días una memoria y un olvido, es decir un verdadero olvido, uno que no deja vacío para la pregunta de nadie, uno que tiene respuestas machacadas para que nadie sienta deseo de preguntar.

Esta entrada fue publicada el Domingo, 20 de Abril de 2008 a las 15:34

Ingenieros civiles en el bar de Moe

Julio César aseguraba que el hombre tiende a creer en lo que desea. El deseo colectivo suele pulir las realidades desbastando en sus perfiles incómodos y perfeccionando los relatos que le permitan transitar la historia con la menor confusión posible sobre la naturaleza de sus propios intereses. Los ídolos, las víctimas propiciatorias, los malditos y los benditos se construyen con esa metodología.
Lo que en general se considera permitido ( e inevitable) no puede aceptarse en particular, se trate de la acción intelectual de que se trate. Al periodismo, por caso, no le cabe darse esas licencias.
Con esto digo que forzar tanto dato a que encaje en la línea general de un argumento previamente establecido no es una técnica permitida, y si no limita en lo deshonesto raya al menos en lo caprichoso.
 

La nota bajo firma de Diego Rojas publicada en la última edición de la revista XXIII es una muestra incursa en el procedimiento que menciono en el epígrafe.

 

La tesis a sostener por Rojas es la que sigue: En el peronismo hubo desapariciones; el tercer gobierno (con Perón en vida) procrea ese demonio; incomoda esa certeza porque el peronismo teme que se equiparen esos casos con los producidos a partir de marzo de 1976.

 

Para darle una buena base a la vertical de sus hipótesis el periodista enumera casos en los que matiza asesinatos e intentos de secuestro con una decena de efectivas desapariciones ocurridas en 1955, 1973 y 1974.

Los hechos son vestidos con la camiseta de la metodología para que aparezcan jugando en el mismo equipo de especulaciones.

 

No es necesario (aunque bien podría hacerse) recuperar las relaciones de cada uno de los hechos mencionados por Rojas con otros hechos y otros contextos y que han sido podados a los efectos de no distraernos de la comprobación perseguida. No lo es porque, antes que nada, conviene recordar que los conceptos históricos no pueden divorciarse de su cuño, que suele tener fechas muy precisas. Con esto quiero decir que la desaparición de personas, como política y no como simple metodología represiva, nace entre marzo de 1976 y diciembre del mismo año, lapso en el que se desarrolla la impronta del estado terrorista y se organiza el aparato para el cumplimiento de tal propósito. Incorporar casos anteriores extirpados de sus entornos históricos desnaturaliza tanto las interpretaciones de esos sucesos como la interpretación de la propia dictadura.

 

En julio y en septiembre de 1977, Jorge Rafael Videla, en mensajes públicos y oficiales hace mención a la entidad de los desaparecidos y ofrece difusas interpretaciones sobre su destino.

“¿Qué es un desaparecido? En cuanto éste como tal, es una incógnita el desaparecido. Si reapareciera tendría un tratamiento X, y si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tendría un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido.”
 

“Debemos aceptar como una realidad que en la Argentina hay personas desaparecidas. El problema no está en asegurar o negar esa realidad, sino en saber las razones por las cuales estas personas han desaparecido. Hay varias razones esenciales: han desaparecido por pasar a la clandestinidad y sumarse a la subversión; han desaparecido porque la subversión las eliminó por considerarlas traidoras a su causa; han desaparecido porque en un enfrentamiento, donde ha habido incendios y explosiones, el cadáver fue mutilado hasta resultar irreconocible. Y acepto que puede haber desaparecidos por excesos cometidos durante la represión. Esta es nuestra responsabilidad; las otras alternativas no las gobernamos nosotros. Y es de esta última de la que nos hacemos responsables: el gobierno ha puesto su mayor empeño para evitar que esos casos puedan repetirse.
 

Luego, ya caído blanqueará la decisión de estado en su aberrante y verdadera condición:

 

“No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina, cambiante, traicionera, no se hubiere bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil, 10 mil, 30 mil. No había otra manera. Había que desaparecerlos. Es lo que enseñaban los manuales de la represión en Argelia, en Vietnam. Estuvimos todos de acuerdo. ¿Dar a conocer dónde están los restos? Pero ¿qué es lo que podíamos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo.”
 

Está muy claro el cuño de la desaparición como política, de las razones de la metodología como razones del estado terrorista. Repito, una política, es decir una cuestión de naturaleza muy distinta a la variada calidad de casos mencionados por Rojas.

 

Veo la confusión y me animo a sospechar su causa intelectual porque no me permito juzgar intencionalidad alguna. Pero tengo edad como para evitar descalificaciones y trabajar sobre argumentos y no sobre sospechas.

 

De manera que prefiero hacer dos apuntes en los que Rojas comete aciertos de interpretación sobre informaciones erradas.

 

El gobierno argentino no tomó medidas “a la Chávez” contra el controversial episodio de los Simpson no por diferenciarse en el estilo, sino porque no tenía de dónde tomar modelo, ya que el gobierno de Chávez jamás prohibió la tira sino que la cambió de horario, por cierto que asignándole uno más central.

 

En el mismo sentido no se sostiene sorpresa posible en lo que desencadenó la emisión del episodio, ya que el episodio jamás fue emitido, siendo en cambio que fue adelantado vía Internet por una publicación colega, y luego subido a un sitio de videos en la red. Fue operada tanto en el conocimiento público (porque se advertía cuáles reacciones iban a producir) como en la difusión sobre sus derivaciones. Con una centésima parte del esfuerzo que Rojas ha hecho para vincular hechos que no se relacionan hubiera advertido esto que no es un detalle. Por qué? Porque hace más de dos años que cierta prensa y ciertos hombres de la justicia están intentando tender un puente mágico que una al tercer gobierno peronista con la dictadura cívico militar. Un puente que de tan mágico convierta de un solo golpe de varita al golpista y al derrocado en la misma cosa. Y que de yapa le genere un cálculo al riñón político del actual gobierno peronista.

En septiembre de 1977, Isabel Martínez, daba información en prisión sobre la desaparición de personas acrecentadas en el último semestre a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que se encontraba de visita en el país. El mismo día, ADEPA, organización que reúne a los grandes medios de prensa de la Argentina, les negaba la entrevista a los visitantes. Hoy esa prensa hace de ingeniero civil en la construcción del puente, y contrata a Homero Simpson, sin que éste lo sepa, como operario estrella.

 

Tato Contissa

 

La juventud, finalmente, es maravillosa

Dar examen de revolucionario fue una tarea que en los setenta nos devoró mucha energía. Y quizá nos distrajo. La izquierda compañera de los sectores medios no peronistas, entre los que destacaban los hijos contestatarios de gorilas libertadores y los epígonos del nacionalismo católico, ocupaban dos de los tres bancos de la mesa examinadora. La tercera era la silla del marxismo ortodoxo y bienpensante, la más jodida de las sillas. Nosotros, también de clase media (una nacida o resucitada por el peronismo) nos debatíamos en las dudas que generaban las categorías retóricas de los examinadores. En los sectores medios bajos y bajos, esas dudas no existían. El poder de la memoria grabada sobre el cuerpo familiar del pueblo suele ser inconmovible.

 

No lo era todo. Estaban nuestros primos de la “derecha peronista”, los de la juventud sindical, algunos de los cuales terminaron jugando de Caín cuando a todos nos tocó jugar de Abel. Para bien o para mal, queriendo por querer o queriendo como se quiere a lo inevitable, la cultura del peronismo se tragó todo lo que no se tragaron las cámaras de tortura.

Y los años que siguieron nos resucitaron las “culpas” de la infancia, pero en formas distintas, aterradoras algunas, embebidas en rencor otras, horadadas de cinismo las más, todas devastadoras.

 

A principios de los ochenta hubiésemos podido empezar a hablar, no sé si con sensatez, pero quizá el hurgar en la memoria reciente nos habría permitido encontrar alguna pregunta necesitada de respuesta. Sucedió que había otras voces y otro relato. Vocinglería que salía de debajo de las camas y que entonaba una octava arriba, una octava abajo, la música del antiperonismo que había superado salvo el silencio de la dictadura. Era la generación que seguía, o la propia que no habíamos conocido. Nos sentimos extraños, extranjeros, raramente exiliados.(*)

 

Cuando superamos los cuarenta nos dimos cuenta que amábamos más al país que a nuestro empecinamiento. Algunos.

Tratamos de poner alguna letra cuña en las grietas del edificio de mentiras. Pocas veces lo logramos.

Entonces la juventud se había ido, y con ella la maravilla prometida.

 

Estos tiempos son diferentes. ¡Vaya verdad! Pero lo son de un ser también diverso, porque las banderas de nuestras derrotas y de nuestras victorias no enredan los pies marchantes de los pibes, y así algunas voces a las que no les prestamos toda la atención necesaria, distraídos como estábamos, suenan entre los muchachos y muchachas con otro tenor.

 

Podría explicarlo de otra manera, una que no nos castigara tanto. Decir por ejemplo que las versiones de la derecha contemporánea tiene la funcional estrechez intelectual de un Macri, y que la izquierda institucional parece una estudiantina, de tal suerte que no haya con quien discutir alguna cosa con nadie fuera del campo nacional y popular. Eso es un quita pudores importante para los compañeros de debajo de los treinta, porque les evita distracciones, les elimina una carga de culpa que pudimos haberles heredado y los lanza a la tarea de ser el corazón de la lucha presente y en ese hacer, recuperar para todos la maravilla perdida.

 

(*) Esto fue escrito en 1986, ya residiendo en Bariloche, en dónde habité por casi veinte años

 

 

¿Sabés por qué me fui?
¿Por qué partí el farol del paraíso y me partí?
¿Sabés por qué entregué las furias enteras y las trizas,
rindiendo las murallas enanas,
petizas de mis ganas
Subiéndole el gas a las amnesias y bajando las defensas?
¿Sabés por qué me fui?
Quiero entregarlo ahora,
entregarlo, no decirlo.
Ahora que los otros exilios se cotizan
y vuelven a ganar los ventajitas.
¿Sabés por qué me fui,
de aquí…de vos…de mis amores?
Nos enseñaron a creer que nos debíamos…
Hasta el poder querer era un regalo,
un gesto secular, la herencia bendita de la patria,
una patria de cancha de bolitas, única batalla en la que se gana de rodillas.
Nos enseñaron a pensarnos leña ardiendo en los hornos de la historia,
sesgo vital en la rama del designio,
sal de la masa que habría de ser el pan de los futuros.
Nos enseñaron a ser duros,
Austeros,
espartanos.
A ponerlo todo en una mano para derribar los muros enemigos
A arder de trigos
A plantar hermanos
Y hacer de la casa de todos un lugar seguro.
Nos enseñaron que se vuelve
Que la verdad estaba y se regresa,
se la rescata de la nota injusta, aleve
con que los hijos de puta la secuestran.
Y la verdad se bañaba así en los bríos
Incalculablemente…
porque estaba escrito lo que ya sabemos
Que de cualquier manera venceremos.
Nos enseñaron eso y lo aprendimos
Lo engarzamos de almas, lo soñamos
Y haciéndolo materia lo encarnamos,
lo pusimos a andar en las veredas,
en las plazas…en las calles y en las letras,
en una infinita amalgama sin flaquezas.
Así crecí, en la certeza que brillaba en los ojos de los otros
Y creí tocar la filosa angostura del destino
soldado de la fe de los fervores.
Y así crecí seguro de que el viento sabía dónde iba.
Y ni siquiera me pegué el porrazo.
Ni siquiera me comí los cuernos
Ni siquiera me ahogué en el fiero abrazo del infierno.
Tan sólo me encontré perdido en un tablero de absurdas diagonales
en donde los más descomprometidos ,livianos y banales
se disfrazaban de mí mismo y festejaban
un triunfo por el que no habían luchado.
Y yo era el derrotado.
No me dejaban afuera…yo era el afuera,
viendo absurdamente flamear la bandera de mi esfuerzo
en la tribuna de enfrente..
De pronto los muertos no eran míos.
Ni mías las palabras prohibidas
Ni mía la misión de vida por la que sucumbieron tantos….
Y me vi obligado a dar explicaciones
porque tenía vencido e irrenovable
el carné de los derechos adquiridos.
Pasó lo que podía pasar…
el alma se me cagó de frío
Por eso me fui.
A que tuvieran mi hijo la resignación y la derrota
Y que no fuera en tu cuna el nacimiento
de este dolor que parece no estar y siempre brota.
Y me tomé el palo hacia paisaje
Un viaje al suelo
un simple viaje
en donde no hiciera falta ni un poco de coraje
para empezar de nuevo.
Tato Contissa

¡Bárbaro! Las ideas no se suicidan

El error más grave que puede cometer quien lucha contra los leones azules es prestar atención a las recomendaciones tácticas que quiere suministrarle un león violeta.

Julio Bárbaro ha abandonado la circunspección que caracterizaran cuatro años y medio de silenciosa labor en el Comité Federal de Radiodifusión. Suponía uno que tanto mutismo obedecía al trabajo febril en despliegue, y entonces dio para que se entendiera que, al cabo, la voz recuperada nos daría los favores del balance. Pero no.

El discurso del Bárbaro tardío transita otras veredas muy lejanas a las cuentas que rendir. De los ojos atentos en la mirada corta sobre su escritorio de funcionario nos regala ahora, sin solución de continuidad, una mirada en perspectiva, panóptica, de la Argentina, el mundo y sus alrededores. ¡Ah… Los universos del filósofo!

Lo bueno de la instancia es que los menos avisados podemos disfrutar del despliegue de toda la panoplia intelectual del nuevo Bárbaro civilizado.

Habemos hallazgos.

Suspender la clase “oligarquía” por no poder ubicarla en la economía difusa del campo, es una operación intelectual equivalente a suspender la existencia de un hijo por no hallarlo en su cuarto. Bárbaro lo hizo.

Y en afán de señalar inexistencias se ofrece a declarar la del peronismo, lo que seguramente consideró muy bien receptado por el “establishment” intelectual de la Argentina que se empeña injustamente en no incluirlo en su directorio. ¡Señores. Que el hombre ya ha hecho méritos suficientes!

Ya tenemos dos problemas menos, desaparecidos por el bárbaro arte de la declaración de inexistencia. Vean que precioso resultado nos queda en la ecuación:

 Todo lo demás, y la oligarquía VS el peronismo, y todo lo demás.

De esta manera la realidad es mucho más accesible, ya que nos queda todo lo demás versus todo lo demás. No me digan que no se emocionan.

Más agudezas: La humildad es una forma sofisticada de la soberbia – dice, para concatenar esta otra fulgurante idea- se necesita sabiduría, inteligencia, formación y humildad. Como se ve, no se trata de reemplazar soberbia por humildad, sino de darle un poco de sofisticación a la segunda.

Sorprendiendo con cosas jamás dichas, como que el poder aísla, que no corrompe sino que delata lo que se es (¿la ocasión hace al ladrón?), Bárbaro arribó al tipo de construcciones en las que se siente más cómodo, las traslaciones de interpretación.

Ponemos mucha pasión en el fútbol –alertó- y en la política vamos a los saltos. Tenemos que ponerle más pasión a la política – concluyó. Este paralelismo iluminado es, colegimos, resultado de la profusa lectura del sociologismo de los años setenta, que promediaba las realidades combinando sus tópicos más evidentes. Recuerdo un trabajo titulado “Testosterona, democracia y tenis” versado sobre el discurso de Guillermo Vilas y que dejó huellas indelebles en la generación política de Bárbaro.

Estamos a las puertas de una ley de medios, que dejemos que se llame de Radiodifusión. Una Ley que, por civilizado, Bárbaro no impulsó. Más bien, seguro que preocupado por el transcurrir de su escritorio (tránsito del que no ofrece balance ni rinde de cuentas) demoró por humildad.

Porque estamos a la puerta de esa Ley imprescindible, asediada y jaqueada por los leones azules, hagamos caso omiso pero atento a las ideas suicidas de los leones violetas.

 

 

Mayordomos

Una tía abuela, Clarita, planchaba en la casa de un reconocido constitucionalista. Planchaba. Eran los años siguientes a los de la “Libertadora”.

Clarita repetía como ritual el decálogo gorila. Que Perón se ponía billetes de cinco pesos en la bragueta para que se lo quiten las chicas de la UES; que colgaba a Evita en una percha para que creciera; que tenía relaciones en público con Gina Lolobrigida. De allí al luto obligatorio, a la afiliación obligatoria, y a la devoción obligatoria.

Suele hablarse de la constancia ideológica de las clases populares, atento a que no pierden de vista jamás sus intereses. Pero no siempre es así. Una versión diversa del síndrome de Estocolmo se produce en la mentalidad de la mayordomía. Diversa especie.

El gobierno argentino tiene que tener presente este fenómeno, porque lo que tiene enfrente, es decir a la vista, mayoritariamente, no es la oligarquía ni la entidad misma del anteproyecto, que no suele ofrecer la cara con nitidez, sino simples mayordomos, ocasionales socios menores de sus intereses, loros de feria, figurones, palafreneros, goriloides, colonizados intelectuales, es decir, toda una gradiente de corifeos del establishment a los que hay que advertir que serán víctimas necesarias de sus amos, como siempre sucede, como siempre ha sucedido.

Lo demuestro:

En la coyuntura perfilan con nitidez tres circunstancias que no deberán ser desatendidas por ningún argentino individual o colectivo. La primera es la creciente demanda de alimentos del mundo y su incidencia en el aumento sostenido de sus precios. La segunda circunstancia está compuesta por las condiciones que los países centrales y los grupos económicos intentan imponer a las naciones actual o potencialmente productoras de alimentos. En tercer lugar la incidencia que estas condiciones tendrán en el desarrollo de los mercados internos y en el cuerpo de las economías de esos países.
 

El modelo productivo requerido por los países centrales y los grupos económicos es el de menor presión relativa al orden económico mundial globalizado, es decir el de países productores de materias primas subordinados y, especialmente, materias primas dirigidas al alimento forraje y al biodísel, cuestión que emparenta con la otra crisis que el sistema debe enfrentar y que pretende sea a costo de las naciones de la periferia, que es la crisis energética.

De manera que en esta puesta en forma de la nueva división internacional del trabajo sobran los mercados internos que consuman energía para su funcionamiento , y complican las unidades económicas que pretendan producir con valor agregado.

Sobrando como sobran, sobran en la Argentina quince millones de habitantes.

El gobierno tiene la obligación de elevar el nivel de conciencia de los sectores populares, los que incluyen a estos sectores medios que funcionan como materia prima de la idiotez útil al proceso contranacional.

¿Por qué digo esto? Porque está claro que un tercio de esos sobrantes se componen de tales sectores sociales, y está nítido que hay un grueso de esos grupos que sufren la desorientación y la confusión que siembra el sistema mediático hegemónico.

De Angeli puede ser un idiota ensoberbecido, alucinado por los brillos de los sets y los destellos de las cámaras de televisión, o ser un mal parido, en cualquier caso poco importa su verdadera naturaleza, porque como en las películas de aventuras que también vende el imperio será el tarado, uno entre tantos, que quede atrapado en la cueva maldita cuando la trampera se termine de cerrar.

Pero lo que no es moco del pavo de De Angeli, es la manera en que se están consolidando las condiciones perfectas para que el país vuelva a poner en el eje del tránsito económico al sistema financiero.

En efecto, hoy proliferan los nichos en dónde el dinero cobarde pueda refugiarse, a expensas de un debilitamiento de las inversiones potenciales y de la desaparición paulatina del crédito. No es bueno que esta circunstancia coincida con la coyuntura del gobierno forcejeando con     el sector productivo más ligado al escolaso financiero y a las exportaciones de materias primas. Mala noticia. Muy mala.

Hoy la Argentina tiene desplegadas las condiciones para reconstituir la patria financiera, un sistema de drenaje que impone formas de distribución que son políticas de economía suicida y política social de exclusión ya vividas por el país. El desvío de las fuerzas inversoras a este sistema ya ha comenzado, esto arrasará cualquier quimera crediticia.

O el gobierno argentino comienza a recrear un Estado con más presencia en el escenario económico o la bonanza de las condiciones internacionales nos va a hacer un hijo bobo una vez más.

El útero prodigioso de los sectores medios urbanos de la Argentina es lo suficientemente fértil y estúpido como para embarazarnos de un nuevo fracaso a las puertas de la oportunidad.

La reforma impositiva, la búsqueda de emprendimientos con el Estado gestor, la generación de mecanismos de expansión del mercado interno abrochada a políticas sociales de inclusión más vigorosas que la presente son las llaves maestras de la salida de la parálisis.

Los mayordomos, con el amo debilitado, cambiarán de opinión.

La Eva de la Bandada

Había una vez un pueblo que no esperaba nada.

Y por esperar tan poco solo tenía el derecho de la espera.

Y de esa misma vez, y de ese mismo pueblo,

había una mujer a la que algo muy grande la aguardaba.

Tanta necesidad debía parir tanto derecho,

tanta injusticia una piedra de amor en la balanza.

La mujer y el pueblo se encontraron,

porque amando lo mismo, uno se encuentra.

Y así anduvieron por un tiempo que nunca es suficiente

pues contra la indignidad jamás la lucha alcanza

y por lo mismo la lucha nunca cesa.

 

Eva de paso voló su breve vuelo

sobre un cielo moreno americano

para ser tan sólo una mujer que tuvo pueblo y hombre

y que los sostuvo amando.

 

Ave de lucha, Eva de paso,

cortando el aire primera en la bandada

de un pueblo volador buscando cielos altos

para mirar la tierra de la que no esperaba nada.

 

 

El ojo del Gordo alimenta al amo

La Argentina de estos días es de una gran fertilidad. Crece todo con facilidad, con vigor, con energía. Sucede que los nutrientes intelectuales inyectados durante ciento cincuenta años favorecen esa prodigalidad.

Por eso el jardín de las verdades, las mentiras y sus variadas mixturas está pletórico en esta patria amada.

Como en la oscuridad fulgura el fósforo, en el mar de la ignorancia y el engaño todo parece luz.

No hay nadería que no se pueda erigir en estilo, ni aberración que no ceda a la tentación de convertirse en causa.

Cecilia Pando, simplemente una ignorante, ha conseguido por fin asomar su pálida lucecita con ayuda del atizador de estos tiempos fecundos de confusión y cambalache.

Que fácil sería tomar esa garganta de estupidez y necedad y pasarle el filo de la historia. Pero ¿para qué?; ese degüello intelectual no cobrará una cabeza de valía.

Prefiero en vez, hacerle la topografía a las paredes intelectuales y mediáticas que hacen retumbar “el eco de su voz”.

Con Chiche Gelblung, el marido de Pando quien también es subordinado del represor Mercado, cito a Martín Caparrós. La referencia fue una nota publicada en el diario proteico de Lanata; matutino excedido en sorna y con los niveles de auto elogio muy por encima de los normales de laboratorio. En la oportunidad de contratapa, efectivamente Caparrós admite por su cuenta que el espíritu insurgente de los finales de la década del sesenta y principios de los setenta tenía escaso tenor democrático y que, por el contrario, solo lo animaba la búsqueda de una sociedad más justa que la ofrecida por la democracia burguesa.

Confieso que cuando leí la nota me tenté a apelar a algunas de las pantallas disponibles para dar respuesta a semejante disparate. Pero me ganó la desidia, o quizá esa sensación de que todo es inútil ante la frondosidad de bobería que, con afeites mediáticos, se presenta inteligente ante los ojos de los argentinos.

Debí decir entonces como contrapunto lo que voy a decir ahora por razones de fuerza mayor.

Si la cara progresista de la democracia liberal burguesa, Caparrós por caso, se empeña en borrar al peronismo de la historia, comprenderla es “imposhible”, como diría el personaje de Peter Capussotto.

Es altamente probable, y por experiencia personal seguro, que los muchachos que creyeron que la historia empezaba cuando ellos llegaban hayan tenido esa intención a la hora de subirse al carro de la insurgencia. Pero la insurgencia había comenzado mucho antes, en 1955, como también en 1861 y en 1935. La insurgencia nacional contra la imposición demoliberal de cuño extranjero es tan vieja como el enemigo.

Mas, en particular, aquella regeneración de la insurgencia de las décadas 60/70, procedieron por un cometido altamente democrático: la vuelta de Perón. ¿Por qué? Pues porque la primera condición de la democracia posible en la Argentina de entonces era la recuperación de la voluntad popular proscripta durante casi dieciocho años plasmándose en las urnas. El pueblo argentino quería reivindicarse en el voto como principal condición institucional. Por lo tanto, si los Caparrós entraron al cumpleaños de quince pensando que era un casamiento, al menos deberían respetar el espíritu de la fiesta original y dejar de gritar “que vivan los novios”.

Lo que digo ahora y no dije entonces se potencia en el disparador por una referencia hecha por Gelblung. “ Pasa que Caparrós es muy inteligente, y se da cuenta del nivel de soberbia de los Montoneros, y lo reconoce. Ya Pablo Giussani escribió ’Montoneros, la soberbia armada’ un libro muy importante”.

El marido de Pando, a la sazón subordinado del represor Mercado cita a Caparrós. Gelblung cita a Giussani.

El libro de marras es la base argumental de la teoría de los dos demonios, ideología que ofrece la comodidad a quienes no tuvieron ninguna posición o tibia cobardía durante los años de plomo de la Argentina. Fue también el trampolín que sirvió al lanzamiento durante el “alfonCinismo” a chiquillos que recién sintieron el miedo a partir de las narraciones sobre las atrocidades del terrorismo de Estado que comenzaron a difundirse un par de años antes de Malvinas. Dos demonios, uno verde militar, otro rojo y de fanatismo barbado. En el medio “la gente”, ese colectivo infame que vino a sustituir el concepto de pueblo, el ánimo de destino colectivo y el altruismo social que hace grande a las sociedades. Un cuento de hadas que sirvió para la amnesia y para que “la gente” se sintiese absuelta de su medianía ante la inmensidad de la historia. No hacía falta.

Pando no va a entender nunca, y parece que Caparrós tampoco, que de septiembre de 1955 hasta marzo de 1973 la Argentina había perdido el orden institucional y que, por lo tanto, cada argentino tenía el derecho nacido de su ausencia, de alzarse en armas para su recuperación. Miren que simple, Martín, Cecilia, Chiche, Jorgito.

Ahora: si hay quienes creyeron que contribuir a la vuelta de Perón era aprobar el examen de química e, inmediatamente pasábamos a otra materia, es que leyeron mal el programa.

Qué esta distorsión se sostenga no es sólo el resultado de la inteligencia de los Caparrós o de la insidia de los Gelblung. El fundamento de que una negación de la historia como ésta se sustente, es simplemente que un grueso importante de la representatividad política e intelectual de la Argentina necesita de esa mendacidad. Los gobiernos democrático de Íllia y de estadista de Frondizi, el socialismo antipopular y gorila, la derecha nacionalista antipopulista, la Iglesia golpista y todos los que tenemos cosas que reprocharnos de la confusión de los setenta, necesitamos de este olvido, de esta omisión, de este fraude historiográfico. Algunos pocos hemos decidido revisar y no aceptamos, porque estamos grandes y no queremos ser tan pequeños.

El que no reconoce sus errores termina pagando con aciertos para el enemigo.

Otros están pasados de los lípidos de la soberbia. Y el enemigo del país posible nubla el pasado para que no haya mejor futuro.

El tercer demonio, el cobarde, el voluble, el descomprometido, el oportunista, el que se tiene a sí mismo como sola y única causa, ese demonio es el que debe vencer nuestra Argentina.

Hace falta gente flaca de vanidades y robusta de dignidad. La puta si hace falta.

Esta entrada fue publicada el Viernes, 15 de Agosto de 2008 a las 17:52