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La Eva de la Bandada

Había una vez un pueblo que no esperaba nada.

Y por esperar tan poco solo tenía el derecho de la espera.

Y de esa misma vez, y de ese mismo pueblo,

había una mujer a la que algo muy grande la aguardaba.

Tanta necesidad debía parir tanto derecho,

tanta injusticia una piedra de amor en la balanza.

La mujer y el pueblo se encontraron,

porque amando lo mismo, uno se encuentra.

Y así anduvieron por un tiempo que nunca es suficiente

pues contra la indignidad jamás la lucha alcanza

y por lo mismo la lucha nunca cesa.

 

Eva de paso voló su breve vuelo

sobre un cielo moreno americano

para ser tan sólo una mujer que tuvo pueblo y hombre

y que los sostuvo amando.

 

Ave de lucha, Eva de paso,

cortando el aire primera en la bandada

de un pueblo volador buscando cielos altos

para mirar la tierra de la que no esperaba nada.

 

 

El ojo del Gordo alimenta al amo

La Argentina de estos días es de una gran fertilidad. Crece todo con facilidad, con vigor, con energía. Sucede que los nutrientes intelectuales inyectados durante ciento cincuenta años favorecen esa prodigalidad.

Por eso el jardín de las verdades, las mentiras y sus variadas mixturas está pletórico en esta patria amada.

Como en la oscuridad fulgura el fósforo, en el mar de la ignorancia y el engaño todo parece luz.

No hay nadería que no se pueda erigir en estilo, ni aberración que no ceda a la tentación de convertirse en causa.

Cecilia Pando, simplemente una ignorante, ha conseguido por fin asomar su pálida lucecita con ayuda del atizador de estos tiempos fecundos de confusión y cambalache.

Que fácil sería tomar esa garganta de estupidez y necedad y pasarle el filo de la historia. Pero ¿para qué?; ese degüello intelectual no cobrará una cabeza de valía.

Prefiero en vez, hacerle la topografía a las paredes intelectuales y mediáticas que hacen retumbar “el eco de su voz”.

Con Chiche Gelblung, el marido de Pando quien también es subordinado del represor Mercado, cito a Martín Caparrós. La referencia fue una nota publicada en el diario proteico de Lanata; matutino excedido en sorna y con los niveles de auto elogio muy por encima de los normales de laboratorio. En la oportunidad de contratapa, efectivamente Caparrós admite por su cuenta que el espíritu insurgente de los finales de la década del sesenta y principios de los setenta tenía escaso tenor democrático y que, por el contrario, solo lo animaba la búsqueda de una sociedad más justa que la ofrecida por la democracia burguesa.

Confieso que cuando leí la nota me tenté a apelar a algunas de las pantallas disponibles para dar respuesta a semejante disparate. Pero me ganó la desidia, o quizá esa sensación de que todo es inútil ante la frondosidad de bobería que, con afeites mediáticos, se presenta inteligente ante los ojos de los argentinos.

Debí decir entonces como contrapunto lo que voy a decir ahora por razones de fuerza mayor.

Si la cara progresista de la democracia liberal burguesa, Caparrós por caso, se empeña en borrar al peronismo de la historia, comprenderla es “imposhible”, como diría el personaje de Peter Capussotto.

Es altamente probable, y por experiencia personal seguro, que los muchachos que creyeron que la historia empezaba cuando ellos llegaban hayan tenido esa intención a la hora de subirse al carro de la insurgencia. Pero la insurgencia había comenzado mucho antes, en 1955, como también en 1861 y en 1935. La insurgencia nacional contra la imposición demoliberal de cuño extranjero es tan vieja como el enemigo.

Mas, en particular, aquella regeneración de la insurgencia de las décadas 60/70, procedieron por un cometido altamente democrático: la vuelta de Perón. ¿Por qué? Pues porque la primera condición de la democracia posible en la Argentina de entonces era la recuperación de la voluntad popular proscripta durante casi dieciocho años plasmándose en las urnas. El pueblo argentino quería reivindicarse en el voto como principal condición institucional. Por lo tanto, si los Caparrós entraron al cumpleaños de quince pensando que era un casamiento, al menos deberían respetar el espíritu de la fiesta original y dejar de gritar “que vivan los novios”.

Lo que digo ahora y no dije entonces se potencia en el disparador por una referencia hecha por Gelblung. “ Pasa que Caparrós es muy inteligente, y se da cuenta del nivel de soberbia de los Montoneros, y lo reconoce. Ya Pablo Giussani escribió ’Montoneros, la soberbia armada’ un libro muy importante”.

El marido de Pando, a la sazón subordinado del represor Mercado cita a Caparrós. Gelblung cita a Giussani.

El libro de marras es la base argumental de la teoría de los dos demonios, ideología que ofrece la comodidad a quienes no tuvieron ninguna posición o tibia cobardía durante los años de plomo de la Argentina. Fue también el trampolín que sirvió al lanzamiento durante el “alfonCinismo” a chiquillos que recién sintieron el miedo a partir de las narraciones sobre las atrocidades del terrorismo de Estado que comenzaron a difundirse un par de años antes de Malvinas. Dos demonios, uno verde militar, otro rojo y de fanatismo barbado. En el medio “la gente”, ese colectivo infame que vino a sustituir el concepto de pueblo, el ánimo de destino colectivo y el altruismo social que hace grande a las sociedades. Un cuento de hadas que sirvió para la amnesia y para que “la gente” se sintiese absuelta de su medianía ante la inmensidad de la historia. No hacía falta.

Pando no va a entender nunca, y parece que Caparrós tampoco, que de septiembre de 1955 hasta marzo de 1973 la Argentina había perdido el orden institucional y que, por lo tanto, cada argentino tenía el derecho nacido de su ausencia, de alzarse en armas para su recuperación. Miren que simple, Martín, Cecilia, Chiche, Jorgito.

Ahora: si hay quienes creyeron que contribuir a la vuelta de Perón era aprobar el examen de química e, inmediatamente pasábamos a otra materia, es que leyeron mal el programa.

Qué esta distorsión se sostenga no es sólo el resultado de la inteligencia de los Caparrós o de la insidia de los Gelblung. El fundamento de que una negación de la historia como ésta se sustente, es simplemente que un grueso importante de la representatividad política e intelectual de la Argentina necesita de esa mendacidad. Los gobiernos democrático de Íllia y de estadista de Frondizi, el socialismo antipopular y gorila, la derecha nacionalista antipopulista, la Iglesia golpista y todos los que tenemos cosas que reprocharnos de la confusión de los setenta, necesitamos de este olvido, de esta omisión, de este fraude historiográfico. Algunos pocos hemos decidido revisar y no aceptamos, porque estamos grandes y no queremos ser tan pequeños.

El que no reconoce sus errores termina pagando con aciertos para el enemigo.

Otros están pasados de los lípidos de la soberbia. Y el enemigo del país posible nubla el pasado para que no haya mejor futuro.

El tercer demonio, el cobarde, el voluble, el descomprometido, el oportunista, el que se tiene a sí mismo como sola y única causa, ese demonio es el que debe vencer nuestra Argentina.

Hace falta gente flaca de vanidades y robusta de dignidad. La puta si hace falta.

Esta entrada fue publicada el Viernes, 15 de Agosto de 2008 a las 17:52

Almuerzo de mas

-No estoy de acuerdo con los movimientos- fraseó con arrojo de restos de bocado (salvo de ser almorzado) en la mesa de Chiquita.

Pensé en las dificultades que se suele tener cuando se intentan hacer, simultáneamente, dos cosas que son antagónicas.

No hablo del pensar y comer ni del comer y el pensar. Hablo de la imposibilidad que implica ser Lanata en la escenografía Legrand.

La marca, kilo más kilo menos, se instituyó con los favores de la democracia aventada luego de los años de plomo. Coincidente con la creciente de lo que hoy se llama progresismo, bajo el filtro teórico del doble demonismo, los jóvenes sin pasado o de pasado difuso emergían entre los heridos por el siniestro histórico de la dictadura para constituirse en una palabra pura.

Un invento necesario para seguir con lo posible poniéndole un blindex al pasado que nos separara de él y que nos permitiera espiarlo sin expiarlo.

La patente de ese invento redituó, especialmente para talentos como los de Lanata. Oro y fama bien ganados.

El registro de marca inspiró a toda una generación en este periodismo agonizante* que revoluciona la nada y propulsa la metastásis del pensamiento más reaccionario del que es capaz la sociedad argentina.

Un pequeñísimo burgués, audaz intérprete de la historia de Astolfi, bien dispuesto para las tablas del Maipo, sable desafilado y romo en la lucha contra las excrecencias de la política, errático faro para sustraer a los espíritus rebeldes de las tentaciones del cambio, libertario de las módicas libertades que ofrece la democracia liberal burguesa, ostentoso inteligente de instrucción dudosa, bien dispuesto al bien pensar a cambio de los halagos incondicionales, pequeño ser en un envase pomposo y sobredimensionado. He aquí lo que pudo verse claramente sentado a la mesa de Legrand.

Nada de lo que dijo allí necesita ser rebatido, fue glosario de loro gorila, casi un rezo reaccionario. Nada más.

Si lo mejor que puede ocurrirle a la tristeza del payaso es que se le corra la pintura del rostro para hacer más acusados los rasgos de la pena, lo contrario sucede con ese maquillaje heroico de los héroes sin batallas, poniendo al descubierto la falsedad de las heridas y las inconfesables intenciones del fraude.

Sabía yo que las luces de los sets trastornan al periodismo y a los periodistas, no sabía en cambio que esas luces terminan desnudando.

¿Será que estar frente a Legrand obliga a la ramplonería? ¿Será que ese coctel de necedad e insidia contamina todo lo que toca? ¿Será que en primera y última instancia Lanata es sólo eso que pudo verse en ese mediodía revelador?

Para bien de lo que debe saberse, en cualquier caso, mal le vino a Lanata y bien a la opinión pública ese patético almuerzo de más.

Esta entrada fue publicada el Lunes, 22 de Septiembre de 2008 a las 16:43

La Máquina de olvidar

La disputa en Paraguay no fue entre una república sospechada de fraudulenta y una oportunidad al país sojuzgado, ni tampoco la menos comprometida visión entre lo que fue y lo que puede ser, no. Para los medios fue la elección entre una mujer y un obispo.

El sistema mediático posmoderno construye todos los días una memoria y un olvido, es decir un verdadero olvido, uno que no deja vacío para la pregunta de nadie, uno que tiene respuestas machacadas para que nadie sienta deseo de preguntar.

Esta entrada fue publicada el Domingo, 20 de Abril de 2008 a las 15:34

El Almirante Castro

Perdón a Walter Nelson, a los Almirante Brown ( el de Capusoto y el otro), a los Fideles Pintos y Castro, a Castromán, a Mandela. Perdón a todos, en nombre de los que creen que todo es lo mismo y que cualquier cosa es algo.
 

Nelson Castro es una empresa dependiente del periodismo hegemónico resuelto en el sistema mediático concentrado de la Argentina. En ese sentido es un actor preponderante del sistema que legaliza la dictadura en 1980 con la actual Ley de apropiación mediática conocida como Ley de Radiodifusión.

Cierto es que apareció formalmente en 1994 gracias a la amputación de piernas de Maradona, cuando calificó de médico legista periodístico descargando su insidia contra la efedrina de entonces, el Maradona de entonces y sus aversiones de siempre: lo popular y lo nacional.

Nelson Castro conoce muchos departamentos en el mundo, ya que no el mundo, puesto que el mundo tiene demasiado por conocerse a pesar de la versión que el periodismo de las agencias internacionales sintetiza en los formatos Miami de la CNN. En uno de esos departamentos del mundo lo sorprendió el atentado a las gemelas. Pum para arriba. La empresa empezó a cotizar en el nivel siguiente.

 

Bien entonces: eso es Nelson Castro. Cuotas módicas de insidia, prejuicios muy estables, inteligencia menos que media, formación de médico, standards de modosidad y afectación elegantes, y un creciente sentido del oportunismo a lo que dé lugar.

 

Esta semana se propulsó víctima de la censura kirchnerista. Vana es la realidad con ser muy otra, porque la superempresa de la que depende el periodista independiente y que involucra muchos intereses y empresas, tiene el privilegio del grito mediático. Ese grito tapará la cuestión real: el Almirante Castro pretendía 225 mil mensuales en lugar de 140 mil. La empresa libre de la libre empresa no gustó del número independiente del libérrimo periodista.

Es que para un ético de la talla de este Nelson  un 62 por ciento de diferencia es un asunto de la moral.

Poco vale el hombre que tiene que más tener para ser mejor en el mundo.

Y no hay “na má” diría el gitano.

 

Ni censura, ni gobierno intolerante a la palabra adversa, ni semáforos rojos para los antirrojos de la SIP, ARPA, ADEPA y todas las organizaciones de la dictadura mediática planetaria.

 

Nunca se escuchó a Castro hacer crítica a la falta de política ferroviaria del gobierno K. A mí sí y a varios ni hablar.

Nunca se escuchó ni se leyó a Nelson fustigar a las áreas de acción social del gobierno para que aceleren con el auxilio porque hay gente que no tiene desesperación agraria sino real. A mí sí y a varios ni que decir.

Jamás se le adivinó al Almirante un gesto de disgusto ante las demoras y dilaciones en materia de política energética. A mí sí y a muchos otros: válgame Dios.

 

Con todas estas ausencias de decir y de gritar, resulta el hombre, por los favores del sistema del que depende siendo independiente, un periodista opositor. Si señor, opositor y victima, razón de dolor y de protesta de las escandalizadas clases medias.

 

Qué cagada ser oficialista, no tener moral de porcentaje, superar la medianía intelectual y tener esa férula mierdosa de la honestidad guiándote los actos como mirada de padre.

Uno sería idiota feliz en un país de infelices, un amoral creído de moralista, un Almirante Rojas pero de apellido Castro.

 

Campo adentro, campo afuera

Doscientas verdades hacen a una confusión que puede ser lo que mil mentiras.

 

El “campo” arrulla al corazón de la patria, es ícono de argentinidad, seduce nuestra hispanidad con bucólicas estampas, incita al exotismo interior de los oficinistas citadinos con sus aires libertarios, trae la imagen del gaucho en su silenciosa heroicidad y su genocidio silenciado, alimenta un orgullo que sólo se califica en los terrenos más acotados del fútbol, nos cobija de nuestra aventura cosmopolita y pro primermundista reservándose como un vestigio aún inexplorado de la identidad.

 

O:

 

El campo es la herramienta y el escenario de nuestra desgracia y nuestro atraso. Configura, en el modelo agroexportador, la base de nuestra dependencia, el fundamento del éxito de la oligarquía trasuntado en la derrota del país posible. Sincera al país feudalizado en la territorialidad de la estancia, cristaliza la democracia ficcionada,  dibuja al peón descalzo, a la ignominia del patrón y al látigo traidor de los capataces, a la opresión más infame y a la entrega.

 

Siendo eso, a pesar de los pesares del tiempo, hoy el campo sirve para otros retozos: El de los gordos boludos que creen que la inteligencia otorga derechos y no genera obligaciones. Los gordos boludos y los bigotudos boludos, es decir con prescindencia del peso y de los afeites: de los boludos.

También al descampe de los politicoides oportunistas que suben y bajan las banderas en aras de construirse espacios en la siembra de desgracias, porque la oposición es un sitio vacante pletórico de promesas y potencialidades.

El de los funcionarios salames que desperdician oportunidades porque imaginan la vida como un área en la que siempre llueven centros sin saber que no siempre los tira Riquelme y que en el campo a veces llueve demasiado y a veces ni siquiera llueve.

El de los gorilas esenciales que esconden su desprecio por las masas debajo de las boinas y encima las botas de cuero y dentro de las estancieras de doble tracción hechas para salir del campo al que rara vez entran.

El de los “luchadores” antioligárquicos que desconocen la cultura del campo, la realidad de esa economía en el terreno y que simplifican todo en el estereotipo.

 

El “campo” argentino es parte de la Argentina colonial, sólo parte, tan parte como su antagonismo urbano. No son ambos los rostros de un país esquizofrénico sino la conjunción de una cultura estúpida, homologable a la estupidez de la mano que renuncia a sus genitales por órdenes que no le vienen de su naturaleza.

 

El país colonial no se anima a ser Nación y se descuartiza de palabra. Por eso no vendría mal una oración al dios que más atento esté:

 

Que quien gobierna piense en el diseño de una política agrícola ganadera, disponga una infraestructura (rutas, calles, energía y servicios) para ese proyecto económico, y aliente una acción demográfica que lo haga posible.

Que los habitantes de los sets y los departamentos abandonen sus interpretaciones de paliers y asuman que son ignorantes de toda ignorancia cuando librepiensan un país que hace rato no es libre.

Que la pelea chica no esconda la amenaza de la derrota grande.

Que el asado de tira, “que no le hace mal a naides”, vuelva a doce pesos el kilo.

No es mucho pedir.

 

Esta entrada fue publicada el Domingo, 6 de Abril de 2008 a las 10:03

Los calientes, los fríos y los helados

Los medios concentrados, cara discursiva de los grupos económicos concentrados dicen que está todo bien. Lo dicen con lenguaje publicitario, que es el único que entienden, ya que cuando tienen que salir a debatir la propuesta de ley de comunicación audiovisual que quiere reemplazar a la ley de radiodifusión de la dictadura, solo ofrecen mendacidad y balbuceo.

Dicen que está todo bien, que ya la “gente” elige, que tiene de dónde, que la multiplicidad de gustos, variedades y matices que oferta el sistema mediático tal como está garantiza que nadie se quede sin representación a la hora de consumir.

Vemos así a un “tercera edad” que dice en un spot que él ve Discovery kids, o a una veinteañera rubicunda explicar sus satisfacciones por la diversidad de programas de cocina. Bien pudiera haberlos de tai chi, ikebana, sexo tántrico y velocismo sin que por ello se alterara el gran atentado que significa para la democracia el actual marco legal de los servicios de comunicación audiovisual. Pues es que no se trata de la cantidad y diversidad de gustos que tenga la heladería, se trata de que debe haber muchos heladeros, de que hay gran vocación por la heladería y gran necesidad de un país lleno de fabricantes y distribuidores de helado. De eso se trata. O la propia idiotez apela a la idiotez que suponen de “la gente”, o solo estamos en presencia de mala intención, de interés embozado, de inmoralidad.

Es que es demasiado claro, de evidencia ineludible, hasta para la mente más abstrusa.

Los calientes creemos que esto es la muestra anticipada de todo lo que nos espera antes de que el congreso sancione una ley salvífica para la democracia. Los fríos miran para otro lado y especulan con un fracaso.

 

«Uno trabaja para el éxito»

La definición le viene desde detrás del grueso maquillaje, un blindado de emulsiones que ya es ella misma, su totalidad de máscara, el escudo que la defiende de su insignificancia: “Uno trabaja para el éxito”.
Transida de vanidad, Mirtha acaba de sincerarse.
Claro que nadie hace nada en ansia de fracaso. Pero lo que hace trascendente cualquier hacer humano es, justamente, el hecho de que lo que hace trasciende al hacedor.
Se trabaja para curar, confortar, mejorarle la vida al otro, tanto si se es médico, cura o cómico, y cuando viene el aplauso, el agradecimiento o la sonrisa el trabajo se muestra terminado, pero es sólo eso, un aviso: el domingo es mucho más que la campana.
Pero ella nunca lo sabrá. Amante de lo fatuo, envanecida de los amores distantes que ofrecen las plateas, alimentada de la vanagloria que produce el autógrafo, jamás sabrá que se trabaja para otro con el objeto de que lo que se hace sea trabajo.
Su hato de prejuicios, su insidia, su ignorancia, su inteligencia módica, su desprecio por la naturaleza humana, continuarán haciendo el mal. Y en ese hacer seguirá cosechando éxitos.
 

Reflectores, endandilados y enceguecidos

Parecen vanos doce años de insistir con que el periodismo hace, con mejor o peor arte, con sublimes o bastardas intenciones, con mayor o menor dependencia de intereses, un relato de la realidad. Parece fútil digo, luego de ver replicado hasta el infinito en estos días de remezones entre medios y gobierno la frase “el periodismo refleja la realidad, peor o mejor, pero la refleja”.

El pergeño vuelve con su misión de escudo de la boca de Marcelo Bonelli, pero bien pudo haber sido otra boca, otra letra, otro canal.

 

La verdad es que la tarea de reflectores no nos ha sido dada, ni la de devolver luces ni la de arrojar la propia sobre los objetos del mundo. Más bien somos recolectores de impresiones ajenas o de pertenencia difusa, sensibles de una sensibilidad diferente para con ciertas manifestaciones de esa realidad. Con esos petates profesionales y alguna que otra dote natural construimos un relato. Nada más, nada menos.

La sociedad mediática, que es en la que vivimos, le ha dado a esas facturas una dimensión inesperable*, cuestión que sintoniza y ajusta con la baladronada de Bonelli, o debiera decir quizá humilde petulancia, para no dejar fuera de la idea que la omnipotencia meneada por el “reflector” implica una modestia tan falsa como amenazante.

El mundo está pletórico de infamias, tanto como de infames, pero las más de las veces los periodistas reflectores obedecen al encandilamiento que esa desmesura de la reputación social de la profesión les provoca. Encandilados, para decirlo en metáfora, aunque las luces de los sets dejan la chance de lo literal.

 

Así vamos, derechito y de cabeza, a la fase tres, que es la del enceguecimiento. Porque nada hay peor para un reflector que el que le señalen cómo y cuánto distorsionan sus luces.

 

 

 

Ingenieros civiles en el bar de Moe

Julio César aseguraba que el hombre tiende a creer en lo que desea. El deseo colectivo suele pulir las realidades desbastando en sus perfiles incómodos y perfeccionando los relatos que le permitan transitar la historia con la menor confusión posible sobre la naturaleza de sus propios intereses. Los ídolos, las víctimas propiciatorias, los malditos y los benditos se construyen con esa metodología.
Lo que en general se considera permitido ( e inevitable) no puede aceptarse en particular, se trate de la acción intelectual de que se trate. Al periodismo, por caso, no le cabe darse esas licencias.
Con esto digo que forzar tanto dato a que encaje en la línea general de un argumento previamente establecido no es una técnica permitida, y si no limita en lo deshonesto raya al menos en lo caprichoso.
 

La nota bajo firma de Diego Rojas publicada en la última edición de la revista XXIII es una muestra incursa en el procedimiento que menciono en el epígrafe.

 

La tesis a sostener por Rojas es la que sigue: En el peronismo hubo desapariciones; el tercer gobierno (con Perón en vida) procrea ese demonio; incomoda esa certeza porque el peronismo teme que se equiparen esos casos con los producidos a partir de marzo de 1976.

 

Para darle una buena base a la vertical de sus hipótesis el periodista enumera casos en los que matiza asesinatos e intentos de secuestro con una decena de efectivas desapariciones ocurridas en 1955, 1973 y 1974.

Los hechos son vestidos con la camiseta de la metodología para que aparezcan jugando en el mismo equipo de especulaciones.

 

No es necesario (aunque bien podría hacerse) recuperar las relaciones de cada uno de los hechos mencionados por Rojas con otros hechos y otros contextos y que han sido podados a los efectos de no distraernos de la comprobación perseguida. No lo es porque, antes que nada, conviene recordar que los conceptos históricos no pueden divorciarse de su cuño, que suele tener fechas muy precisas. Con esto quiero decir que la desaparición de personas, como política y no como simple metodología represiva, nace entre marzo de 1976 y diciembre del mismo año, lapso en el que se desarrolla la impronta del estado terrorista y se organiza el aparato para el cumplimiento de tal propósito. Incorporar casos anteriores extirpados de sus entornos históricos desnaturaliza tanto las interpretaciones de esos sucesos como la interpretación de la propia dictadura.

 

En julio y en septiembre de 1977, Jorge Rafael Videla, en mensajes públicos y oficiales hace mención a la entidad de los desaparecidos y ofrece difusas interpretaciones sobre su destino.

“¿Qué es un desaparecido? En cuanto éste como tal, es una incógnita el desaparecido. Si reapareciera tendría un tratamiento X, y si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tendría un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido.”
 

“Debemos aceptar como una realidad que en la Argentina hay personas desaparecidas. El problema no está en asegurar o negar esa realidad, sino en saber las razones por las cuales estas personas han desaparecido. Hay varias razones esenciales: han desaparecido por pasar a la clandestinidad y sumarse a la subversión; han desaparecido porque la subversión las eliminó por considerarlas traidoras a su causa; han desaparecido porque en un enfrentamiento, donde ha habido incendios y explosiones, el cadáver fue mutilado hasta resultar irreconocible. Y acepto que puede haber desaparecidos por excesos cometidos durante la represión. Esta es nuestra responsabilidad; las otras alternativas no las gobernamos nosotros. Y es de esta última de la que nos hacemos responsables: el gobierno ha puesto su mayor empeño para evitar que esos casos puedan repetirse.
 

Luego, ya caído blanqueará la decisión de estado en su aberrante y verdadera condición:

 

“No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina, cambiante, traicionera, no se hubiere bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil, 10 mil, 30 mil. No había otra manera. Había que desaparecerlos. Es lo que enseñaban los manuales de la represión en Argelia, en Vietnam. Estuvimos todos de acuerdo. ¿Dar a conocer dónde están los restos? Pero ¿qué es lo que podíamos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo.”
 

Está muy claro el cuño de la desaparición como política, de las razones de la metodología como razones del estado terrorista. Repito, una política, es decir una cuestión de naturaleza muy distinta a la variada calidad de casos mencionados por Rojas.

 

Veo la confusión y me animo a sospechar su causa intelectual porque no me permito juzgar intencionalidad alguna. Pero tengo edad como para evitar descalificaciones y trabajar sobre argumentos y no sobre sospechas.

 

De manera que prefiero hacer dos apuntes en los que Rojas comete aciertos de interpretación sobre informaciones erradas.

 

El gobierno argentino no tomó medidas “a la Chávez” contra el controversial episodio de los Simpson no por diferenciarse en el estilo, sino porque no tenía de dónde tomar modelo, ya que el gobierno de Chávez jamás prohibió la tira sino que la cambió de horario, por cierto que asignándole uno más central.

 

En el mismo sentido no se sostiene sorpresa posible en lo que desencadenó la emisión del episodio, ya que el episodio jamás fue emitido, siendo en cambio que fue adelantado vía Internet por una publicación colega, y luego subido a un sitio de videos en la red. Fue operada tanto en el conocimiento público (porque se advertía cuáles reacciones iban a producir) como en la difusión sobre sus derivaciones. Con una centésima parte del esfuerzo que Rojas ha hecho para vincular hechos que no se relacionan hubiera advertido esto que no es un detalle. Por qué? Porque hace más de dos años que cierta prensa y ciertos hombres de la justicia están intentando tender un puente mágico que una al tercer gobierno peronista con la dictadura cívico militar. Un puente que de tan mágico convierta de un solo golpe de varita al golpista y al derrocado en la misma cosa. Y que de yapa le genere un cálculo al riñón político del actual gobierno peronista.

En septiembre de 1977, Isabel Martínez, daba información en prisión sobre la desaparición de personas acrecentadas en el último semestre a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que se encontraba de visita en el país. El mismo día, ADEPA, organización que reúne a los grandes medios de prensa de la Argentina, les negaba la entrevista a los visitantes. Hoy esa prensa hace de ingeniero civil en la construcción del puente, y contrata a Homero Simpson, sin que éste lo sepa, como operario estrella.

 

Tato Contissa