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Vergüenza las pelotas

Un hecho policial, casi de tráfico aduanero, con responsabilidad diseminada en por lo menos siete dependencias de cuarto y quinto orden en la jerarquía del Estado, resulta, parece, dicen, que tiene que avergonzarnos. Se trata de los viajes de los barrabravas, especie del reino mineral que nace de la politiquería institucional del Fútbol que creció a pasto con la Libertadora, y que desarrolló su máximo vigor con la democracia recuperada y, especialmente, en la década del menemato. Mierda mafiosa que se expande cuando la política se deteriora en extensión y en número. Pero nada más que eso.
Parece, dicen, pontifican, acusan en cambio, la vergüenza que debe aquejarnos a los argentinos en virtud de este “papelón”. La pregunta es ¿frente a quienes? ¿Quiénes están en condiciones morales y éticas para juzgar y provocar de solo mirada nuestra vergüenza? Alemania con sus siete millones de judíos europeos pasados por la más fabulosa máquina de tortura de la historia de la Humanidad? No. Frente a ellos apenas hemos pasado una luz amarilla en una calle subsidiaria del conurbano bonaerense a las cinco de la mañana. ¿Los Estadounidenses, país invasor por excelencia, atropellador de todo orden institucional en todos los continentes del planeta? No. Frente a ellos los capos de las barras son los siete enanos de Blancanieves. ¿Los franceses, portugueses, italianos, holandeses, que produjeron en cincuenta años la desaparición de decenas de etnias en el continente africano…es decir la desaparición de bancos genéticos humanos completos que habían atravesado toda la peripecia que el resto de la humanidad y sobreviviendo? No. En relación a ellos nos hemos quedado con un vuelto de una quiosquera septuagenaria distraída?
Y si pensás que estoy estableciendo comparaciones con un pasado de un Occidente que, reflexivo y experimentado, ha cambiado su actitud frente al mundo, pedile al ejército de los EE.UU que deporte a los ciento de miles de barrabravas que sostiene en Irak y Afganistán, y al Estado oriental occidentalizado fascista de Israel que no aborde en operativos piratas con fuerzas de èlite a barcos con ayuda humanitaria, que son las cosas de un hoy horrendo y vergonzante en la que los cipayos de la derecha argentina no gastan ningún rubor.

Tato Contissa, el jueves, 10 de junio de 2010 a la(s) 21:18 ·

Ya es hora

Esto fue escrito exáctamente hace un año, a los pocos días de la muerte del negro Miguel Angel González. Ya es hora.

Yo no te iba a preguntar si te la gastaste toda, si la cueruda de tus ilusiones venía adelgazando tanto como vos, porque hubiese sido preguntar si te ibas para no seguir pato el tiempo que por quedar quedara.

Voy a extrañar mis artes de sacarte la tristeza a patadas en el culo, eso sí. Hablo de cuando me hacías ese Discépolo tardío, lleno de resignaciones que nadie te pedía. Y voy a extrañar el habernos creído entendidos en muertes y aventadores poderosos de todo sufrimiento. Saber que eso que llamábamos “la pena amiga” al calor de nuestras erudiciones, es sólo una turra impiadosa que no para de tirarte ají chileno en las heridas, es todo lo que tolero aprender en estas horas.

Yo sé que le estoy hablando solamente a lo que recuerdo de vos, que ha sido mucho, de muchos años, de todos los meses de todos esos años, y sus semanas y sus días. Tanta cotidianeidad que casi le estoy hablando a una persona que no ha muerto, que todavía tiene palabras y asaltos para abordar mis errores de cálculo y mis errores calculados. Yo sé también, que es decir más, que esto que hago es una variación en la melodía del dolor humano inevitable, que habrá cosas mejor dichas, más necesarias, más autorizadas y que seguramente vos ya has leído. Pero sé también que si no hago esto le estaría fallando a tu histórico preverme. No sé como hiciste pero me adivinaste las tres cartas que tengo desde el mismísimo principio.

Ay Negro, andamos tan al margen de la vida que estamos más a riesgo que nadie de caernos al otro lado. Y yo, que no me cuido, no sé decir cuidado.

Por eso no te avisé que la turra impiadosa no jode con nadie y menos con nosotros, que le tiene mucha bronca a la insolencia y a los tipos que se juegan la vida en una tarde al pedo con queso güisqui y papas fritas. Que esa desgraciada no tolera a los tipos que dicen que las aceitunas y las cebollitas de copetin son verdura. Que no se banca a nadie que sea capaz de llorarse sobrio un soneto.

Ya ni me acuerdo si creías en Dios. Ya no me acuerdo si yo creía.

Si se te da por volver yo voy andar lo que quede más o menos por los mismos lados. No aparezcas de golpe. aparece despacio, a tu ritmo, como siempre. Dame tiempo para disimular toda la bronca esta que no quire ni puede resignarse.

Trae vino.

Tato Contissa, el Viernes, 14 de enero de 2011 a la(s) 9:26 ·

Ya es ya… la verdad es ahora

El asesinato del militante político Mariano Ferreyra, fue a manos de la antipolítica refugiada en las estructuras sindicales de la década del noventa, la miserable condición del sindicalismo surgente a la luz de las privatizaciones, del enajenamiento del Estado y de la flexibilización laboral. Dos estructuras del movimiento obrero resistieron a esa degradación: el MTA (Hoy conducción de CGT) y la CTA. Es decir, el sindicalismo de hoy. Una estructura de generación simbólica, en cambio, sostuvo el proceso de los noventa: el sistema mediático hegemónico detentado a la luz de la ley de radiodifusión de la dictadura y de la concentración en la producción de opinión escrita a partir del fraude de Papel Prensa.

El esclarecimiento urgente de los hechos, de su autoría material, su pergeño  político, su instigación, permisividad y omisión culposa, y todas sus derivaciones políticas sobrevinientes, son hoy causa del pueblo argentino.

Todos los que subsuman a sus miserables intereses de cualquier especie esta misión, no importa qué digan y que representen, son infames traidores a la memoria de Mariano Ferreyra y de la patria del que él era parte.

Tato Contissa, el Viernes, 22 de octubre de 2010 a la(s) 23:45 ·

 

Proyecto, temperamento y Conducción

He leído con detenimiento el artículo de Jorge Rulli del pasado 5 de julio y que fuera “publicado” en su programa de los domingos en Radio Nacional.
No intento refutaciones, correcciones ni aprobaciones innecesarias, un tanto por respeto y afecto al autor, otro tanto (y esto quizá se entienda mejor al final de esta exposición) por metodología.
Sucede que me resulta más valedero lo que provocan sus dichos que el propio contenido de los mismos.

Forzar la historia es ilusorio, pretencioso y estéril. Lo más que se puede en esos arrojos es ridiculizarse al límite de la historieta (¿comics?) o acanallar historias emblemáticas de la historia verdadera.
Los grandes hombres que salen de los grandes pueblos nunca han cometido este error equivocado, padre y madre de todos los errores; el de querer torcer, desviar, detener o violentar el curso de la historia. Esos hombres, desprendidos de todo lo fatuo en cualquiera de sus formas, han conducido ese curso por capacidad de temperamento.
El tiempo en el que se desarrolla la vida humana tiene su topografía: ellos, los hombres y mujeres de los que hablo, saben verla. La secuencia de hechos tiene actores, velocidades, giros, ellos saben preverlos. Esos tipos no se confunden de rol, perciben que su acontecer es circunstancial a una realización superior que depende de ellos en una medida insoslayable, y comprenden que ese es su sólo mérito y su carga irrenunciable.
Para afrontar una sucesión de eventos de tal envergadura histórica hace falta un temperamento especial, una inteligencia acorde y una idea épica del sacrificio.

La noción arquetípica de líder es del siglo XX, pero la última década del mismo degeneró la palabra en su aplicación a vendedores de detergentes, pastorzuelos de iglesias metastásicas, gerentes y presidentes del tercer mundo en tránsito imaginario al primero, con lo que se ha desmerecido de forma terminal. Se prefiere por esas razones la idea de “conductor”, elegida (ahora pienso) no de manera casual por el propio Perón. Conducir es un verbo que reconoce la existencia de algo conducible, por lo tanto organizado, con un fin que no determina el que conduce sino que, por el contrario, determina las condiciones indispensables de quien habrá de ser su conductor.
Si analizamos los últimos treinta y seis años políticos de la Argentina no vemos de esos navegantes.
Tal vez la desvaída identidad de los fenómenos posmodernos tenga que ver con esas ausencias, haciendo que lo que emerja políticamente sean especies acordes a la insustancialidad de estos tiempos. Quizá entonces debamos conformarnos con disminuidas versiones de conducción siendo que el getho de la política prohíja solo formatos raídos y mediocres. Baste pensarse en algunas de las figuras que tocaron la cúspide de la dirección republicana en la Argentina finisecular.

Sin embargo, pese al deshilache, creo que este no es cualquier momento de nuestro ser histórico, que no estamos transcurriendo una meseta de intrascendencias sino que, por el contrario, este es un tiempo de cambios esenciales.

Entre 1976 y 2001 a la conciencia colectiva de los argentinos le pasaron una triple amoladora: el terrorismo de Estado, el terrorismo mediático y el terrorismo económico. El resultado era previsible, la mayoría terminó insensibilizada políticamente por temor, asco, desprecio o defraudación, especialmente los sectores medios, que son ontológicamente volubles, variables y acomodaticios. Pero la tarea les llevó 25 años.
El 2001 fue un regurgito histórico del que sobrevinieron siete años en los que la triple amoladora se detuvo, o al menos aminoró su acción. Ese corto lapso regeneró una red en donde la militancia social y política, en defensa propia, resurgió del desierto ceniciento de la tercera década infame.
En sólo cuatro años, “patria”, “compañero”, “liberación”, volvieron al léxico de la calle retoñando en las voces de los más jóvenes, mezclándose con las emociones de las segundas oportunidades que avizorábamos los que pasamos los 50 y dándole a la política un color remozado.
Si de este magma no salen conducciones con los temperamentos requeridos todo habrá sido una ilusión, el desierto posmoderno nos habrá creado un espejismo. Yo no lo creo. Hay que esperar la madurez del tiempo. ¿Cómo? Con actitud atenta y militante, cuidando y mejorando el clima institucional. No dejando que la política vuelva a recluirse en los arquetipos de los gerentitos. Tejiendo redes políticas que contengan la impiadosa realidad social de los siempre postergados.
Profundizar la organización hará emerger conducciones para realizar el proyecto. La fe es tan grande que no tengo lugar para la duda.
Podemos enojarnos, dolernos, desanimarnos, putearnos. No podemos abandonar.

Tato Contissa, el jueves, 16 de julio de 2009 a la(s) 15:23 ·