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Mac Mitre

No hay cuestiones del pasado. Sabe, quien quiera saber, que lo que trae la revisión de los tiempos son preguntas sobre el presente que acucian por respuestas para el futuro.

La Argentina merece tanto como necesita de esas miradas. Tiene dos características que hacen imprescindible cumplir con esta demanda: posee alta politicidad contrastada con una pésima cultura política (ya lo había mencionado Perón en 1972) y, para empeorarla, vive en los tiempos en que el más nítido escenario de la política es el que conforma el sistema mediático concentrado; como se sabe, uno de los territorios en dónde con más prosperidad se da el pensamiento débil, los esperpentos de la intelectualidad módica, los alcahuetes y las plumas mercenarias.

De manera que, cualquier reproche contra la voluntad de revisión del pasado es, solamente, una acción simétrica y por lo mismo opuesta, para evitar preguntas sobre el presente. Como me considero parte de la iglesia, es decir parte del pueblo cristiano, y esta iglesia tiene jerarquía, le dejo al jerarca a cargo de estos silenciamientos las explicaciones que le quepan y me eximo ( y conmigo al resto) de tener que darlas. Además, como la mayoría de los cristianos, hace tiempo que les quité la administración de mi fe y mis comuniones.

Prefiero en cambio demostrar como, las mismas voluntades que propician renunciar por vía de la amnesia deliberada a la reconstrucción del presente, se obstinan en sintetizar todos los pasados posibles en relatos en dónde la ficción funciona como máquina matrizadora.

Pongo por caso el de esa versión teatral en dónde una mujer voluntaria y conceptualmente extranjera, Victoria Ocampo, es emparentada con una figura protagónica de la historia argentina como es Eva Perón. La tarea tiene un cometido menor, hacerle gozar a Ocampo por efecto de contigüidad, de una relevancia internacional y una trascendencia deseada desesperadamente por su gueto y lograda odiosamente por aquella «mujerzuela» de Los Toldos.

He aquí como nos salteamos un pasado sin revisar para construir sobre sus oquedades el pasado necesario. Esa es la técnica pictórica del patinado, consistente en enmascarar una superficie base y permitir algunos asomos de realidad para lograr una nueva y distinta apariencia en dónde nada se supone totalmente falso ni absolutamente verdadero. Es la metodología de truhanes como Tomás Eloy Martínez hoy, o José Mármol en el siglo XIX.

Ese maldito peronismo que no alentó una página del revisionismo histórico, pero que obligó a las alimañas a salir de sus escondrijos a la defensa de sus intereses por unos pocos años, demandó estas tareas intelectuales adicionales en el siglo veinte y en lo que va del XXI dado que se había puesto de hecho en cuestionamiento el relato de la historiografía oficial.

Función similar en la elaboración de pasados hamburguesa, la cumplen periodistas de bochornoso historial, humoristas elevados a politólogos, historiadores de curiosidades y coreógrafos piqueteros.

Cuesta poco imaginarse a Pinti, Castels, Ruiz Guiñazú o Valenzuela disputándose la mención del vendedor del mes en la cadena Mac Mitre de los expendedores de pretéritos vuelta y vuelta.

Si se olvida la piedra del tropiezo te toca caer dos y otras tantas veces como si se tratara de una piedra diferente.

Esta entrada fue publicada el Miércoles, 13 de Junio de 2007 a las 15:45

Saldar

¿Quién puede abstraerse de la discusión creciente sobre «setentismo», violencia y política, reinaugurada sobre el piso debacle del 2001?
Sea por reivindicación generacional, por huir del cono de la sospecha, por oportunidad en el mercado editorial o por esta compulsión periodística de no quedarse afuera de ningún tema de la «agenda», prácticamente nadie.
Bregan con distinta fortuna de consulta muchos investigadores serios en esa tarea: Anguita, Tarruella, Terán-Calveiro, por nombrar algunos de los muchos. También huellan, con escaso rumor, una treintena de testimoniantes y de incursionistas honrados que laten bajo la influencia bibliográfica de Haroldo Conti, Rodolfo Walsh como cabezas más elogiables.
Sin embargo, la sociedad mediática sólo acepta la realidad de un asunto, cuando esa realidad se expresa con la palabra de los medios. De allí entonces que, figuras y figurones, inocencias y especulaciones, invadan la cuestión en el terreno superficial de ese sistema.
Me es muy difícil hacer juicio sobre la reciente novela de Jorge Lanata, mucho porque no la he leído, poco menos porque aún no logro sobreponerme de la lectura de sus incursiones en el comentario histórico de «Argentinos». No creo que pueda recuperar el pulmón de la paciencia consumida en esa empresa.
No me hace falta por tanto esa lectura cuando hablaré apenas del sistema de la cultura contemporánea, sus cultores, y su necesidad de saldar y cristalizar en su relato institucional una idea de «los setenta, la política y la violencia» que agote toda discusión posible, desvíe cualquier intento revisionista que contradiga la estructura de ese relato e imponga, como siempre hace, su oxímoron básico: el del silencio atronador.
Nadie habla del pasado sino por razones del presente. La historia alecciona sobre esa necesidad humana.
Por alguna razón de este presente es que se simula una mirada sobre las formas de insurgencia de aquellos años y se evalúa con apuro por llegar prontamente a una conclusión. Aún no llego a esas razones, pero deberíamos explorar los cimientos sobre los que están armadas.
Me conformo provisionalmente con recordar lo ya aprendido sobre el carácter de la cultura mediática. Siempre ocurre lo mismo cuando ese sistema y el periodismo hegemónico como avanzada abordan estos intactos huesos de la historia: se trata no de saber sino de terminar con la pregunta.

Chesterton

La mentira del éxito

Han surgido en nuestros días, un tipo en particular de libros y artículos que creo firmemente que pueden considerarse los más idiotas que ha conocido la humanidad. Son más descabellados que la novela de caballerías más absurda , más aburridos que el más soporífero panfleto religioso. Con la agravante de que las novelas de caballerías trataban del ideal del caballero andante, los panfletos religiosos de la religión, pero estos no tratan de nada. Tratan de lo que llaman triunfar. En cada quiosco y en cada revista, encuentras obras que le explican a la gente como triunfar en lo qué sea. Están escritos por gente que ni siguiera triunfa en escribir un libro. Para empezar, no existe, por supuesto, el éxito. O, por así  decirlo, no hay nada que no lo sea. Decir que algo es un éxito sencillamente es decir que existe. El millonario es un éxito siendo un millonario y un asno siendo un asno. Cualquier persona viva triunfa en la empresa de seguir viviendo, y cualquier muerto puede decirse que ha tenido éxito suicidándose. Pero, al igual que hacen estos  escritores, pasemos por alto la mala filosofía y deficiente lógica de la frase, usaremos el sentido común de la expresión que dice que el éxito es ganar mucho dinero o triunfar en sociedad. Estos escritores pretenden decirle a un hombre corriente cómo puede triunfar en su trabajo o negocio. Si es un albañil, cómo triunfar poniendo ladrillos. Si es un agente de bolsa, cómo triunfar negociando valores. Pretenden decirle cómo, si es un tendero, se convertirá en el dueño de un yate, si es un periodista de tercera, en un par del reino, si es un alemán, en un inglés. Es una clara proposición mercantil  y creo que la gente que compra estos libros, si es que alguien lo hace, tiene el derecho moral, si no legal, de exigir que les devuelvan el dinero. Nadie se atrevería a publicar un manual sobre electricidad que literalmente no dijese nada sobre la electricidad, o una articulo de botánica que  dejase claro que el escritor no sabe que extremo de la planta hecha raíces en el suelo. Sin embargo, el mundo actual esta repleto de libro sobre el éxito y los triunfadores que, hablando estrictamente, no contienen idea alguna y apenas están redactados coherentemente.

Está muy claro que en cualquier trabajo honrado, cómo poner ladrillos o escribir libros, solo hay dos maneras de triunfar. Una es trabajando muy bien, otra engañando a la gente. Las dos son demasiado sencillas cómo para requerir que las expliques en un libro. Si te dedicas al salto de altura, o saltas más alto o de alguna forma aparentas que lo has hecho. Si quieres triunfar jugando al whist, o juegas muy bien o llevas cartas marcadas. Puedes desear un libro sobre el salto de altura, puedes desear un libro sobre la cómo jugar al whist, puedes desear un libro sobre la manera de hacer trampas jugando al whist. Lo que no puedes desear es un libro sobre el éxito. Y menos como los que encuentras por centenares esparcidos por el mercado editorial. Puede que desees saltar o jugar a las cartas, pero lo que no puedes desear es leer frases inconexas que te dicen que saltar es saltar o que los juegos los ganan los ganadores.

Si, por poner un ejemplo, esta gente escribiese algo sobre el éxito en el salto de altura, sería algo así: El saltador debe tener un objetivo definido en frente de sí. Debe desear saltar más alto que los demás competidores. No debe permitir que patéticos sentimientos de piedad, propios de pacifistas o partidarios de los Boers, le frenen a la hora de dar lo mejor de sí mismo. Debe recordar que una competición de salto es competitiva y como Darwin ha declarado para su gloria LOS DEBILES AL PAREDÓN.

Esto es lo que pondría en un libro de estos. Podría resultar sin dudarlo, muy útil. Sobre todo si se lee, en voz baja y tensa, a  un hombre joven que estuviese a punto de participar en una competición de salto.

O supongamos que estos filósofos del éxito, en uno de sus paseos, se encontrasen con nuestro segundo ejemplo. Eso es lo que dirían: jugando a las cartas, es necesario evitar el error, en el que incurren con frecuencia humanitarios sentimentales y partidarios del libre comercio, de permitir ganar al contrario. Hacen falta agallas y entrar para ganar. Los tiempos del idealismo y la superstición han pasado. Vivimos en una época de ciencia y sentido común, y se ha demostrado científicamente que en un juego para dos personas, GANA UNO DE LOS DOS.

Por supuesto, todo esto es muy  emocionante. Pero jugando a las cartas, preferiría tener un librito que explicase las reglas del juego. Más allá de las reglas del juego, es cuestión de talento o de falta de escrúpulos. Ya me ocuparé yo de proporcionar uno u otra. Aunque no diré cual.

Cogiendo un ejemplar de una revista de amplia circulación, me encuentro con un ejemplo raro y divertido. Es un artículo titulado «El instinto que enriquece a la gente», en su primera pagina hay un retrato enorme de Lord Rothschild. Hay mucho métodos concretos, honrados y fraudulentos, de amasar una fortuna. El único instinto que conozco que haga esto, es el instinto que la teología cristiana llama, con tanta ordinariez, «el pecado de avaricia». Lo que, por supuesto, queda al margen de la cuestión que nos  ocupa. Citaré un párrafo, una muestra exquisita del típico consejo sobre la manera de triunfar.  Es tan práctico que apenas deja lugar a la duda sobre cual debe ser el siguiente paso.

El apellido Vanderbilt es sinónimo de riqueza amasada por empresas modernas. Cornelio, el fundador del clan, fue el primer gran magnate americano del comercio. Empezó en la vida como el hijo de un granjero pobre, terminó siendo veinte veces millonario.

Suyo era el instinto de ganar dinero. Atrapó al vuelo las oportunidades que le proporcionaron las maquinas de vapor, el comercio trasatlántico y el nacimiento del sistema de ferrocarriles en Estados Unidos, dotados de recursos materiales que estaban por explotar. Por todo ello, amasó una fortuna inmensa.

Por supuesto, esta claro que no  se pueden seguir exactamente los pasos de este monarca de los ferrocarriles. Las oportunidades concretas que se le aparecieron no surgen ante nosotros. Las circunstancias han cambiado. Pero aunque esto sea así, en nuestro entorno podemos aplicar sus métodos generales. Podemos atrapar las oportunidades que se nos ofrecen y así darnos a nosotros mismos una buena posibilidad de alcanzar la riqueza.

En estos comentarios tan raros, vemos claramente lo que subyace en estos artículos y libros. No es simplemente el mundo de los negocios, ni siquiera el puro cinismo. Es misticismo, el horrible misticismo del dinero. El autor de ese párrafo, esta resulta evidente que no tenia la más remota idea de cual fue la manera en que Vanderbilt amasó su fortuna  ni de la manera en que nadie lo hace.  Termina su argumentación defendiendo una especie de plan que no tiene nada que ver con Vanderbilt. Simplemente, ansiaba postrarse a los pies del misterio de un millonario. Porque cuando de verdad se adora algo, amamos tanto su claridad como su oscuridad. Nos sentimos exultantes ante su invisibilidad. Por ejemplo, un hombre que ama a una mujer encuentra un placer especial incluso en los momentos en que ella se muestra poco razonable. O, por poner otro ejemplo, un poeta místico muy piadoso, alabando a su creador, se enorgullece al decir que misteriosos son sus caminos.

Ahora bien, el autor de este párrafo, es evidente que no quiere saber nada de Dios y a juzgar por lo poco practico de su carácter, es dudoso que alguna vez conociese, de verdad, el amor de una mujer. Pero trata al objeto de su adoración, Vanderbilt, con idéntico misticismo. Se regodea en que su dios, Vanderbilt, le oculta algo. Tiene el alma embelesada de astucia, un éxtasis propio de un sacerdote, con la pretensión de que va a revelar a las multitudes el terrible secreto que él mismo ignora.

Hablando del sentido que enriquece, el mismo autor escribe:

En la antigüedad, su existencia era claramente reconocida. Los griegos la sacralizaron en la historia de Midas, que convertía en oro cuanto tocaba. Su vida era un paseo por entre la riqueza. Convertía en metal precioso todo lo que se le ponía por delante. Una leyenda estúpida, dijeron los sabios victorianos. Una verdad, decimos hoy en día. Todos  conocemos hombres semejantes. Siempre estamos leyendo sobre hombres capaces de convertir todo en oro, incluso les vemos en persona. El éxito les sigue como un perro faldero. El sendero de su vida siempre les conduce a las alturas. Son incapaces de fracasar..

Pero, desgraciadamente, Midas podía fracasar. Fracasó. El sendero de su vida no le condujo siempre hacia las alturas. Se murió de hambre por que cada vez que tocaba una galleta o un bocadillo de jamón se convertían en oro. Eso era lo fundamental de la historia por más que el autor lo censure. Lo que me parece de muy buena educación al escribir al pie de un retrato de Lord Rothschild. Las viejas fábulas de la humanidad son, en verdad, insondablemente sabias, no debemos permitir que las censuren para favorecer a Lord Rothschild. No debemos tolerar que nos pongan a Midas como modelo de éxito. Fue un fracaso de un tipo raro por lo doloroso. Además tenia orejas de burro. Como otras personas  prominentes y ricas, intentó ocultarlo. Si no recuerdo mal, busco a este respecto la confianza de su barbero. Y fue su barbero, quien en lugar de comportarse como un triunfador de la escuela del éxito a toda costa y chantajear a Midas,  fue y susurró este magnifico cotilleo a los juntos, que disfrutaron del mismo enormemente. También se dice que los juncos se lo susurraron a los cuatro vientos mientras estos les mecían. Contemplo admirado el retrato de Lord Rothschild, leo admirado sobre las andanzas del Sr.Vanderbilt. Sé que no puedo convertir en oro cuanto toco. Pero es que nunca lo he intentado porque prefiero otras cosas, como la hierba o el buen vino. Sé que estas personas ciertamente han triunfado en algo, es seguro que han derrotado a alguien, sé que son monarcas de una manera en que ningún hombre lo fue previamente, que crean mercados y dominan los continentes. Sin embargo, me parece a mí  que nos están ocultando alguna pequeña anécdota de su intimidad domestica, y, a veces, he creído  escuchar en el viento las carcajadas de los juncos.

Esperemos al menos que viviremos para ver estos absurdos libros cubiertos del escarnio que merecen y siendo olvidados. No enseñan a la gente a triunfar pero sí a ser arrogantes sin razón. Enseñan una poesía maligna de lo mundano. Los puritanos siempre están atacando los libros que excitan la sexualidad. ¿Qué  haremos con libros que excitan las pasiones más mezquinas del orgullo y la codicia?

Hace cien años, contábamos con el ideal del aprendiz trabajador. Se decía a los muchachos que si trabajaban mucho  y ahorraban llegarían a ser senadores. Era mentira pero era viril. Contenía al menos algo de verdad moral. En nuestra sociedad, la templaza no ayuda a un hombre pobre a enriquecerse pero eleva su autoestima. Un trabajo bien hecho no le hará rico, pero le convertirá en un buen trabajador. El aprendiz trabajador ascendía por medio de virtudes que eran estrechas y angostas. Pero eran virtudes. ¿Pero qué se puede hacer con este nuevo evangelio del aprendiz trabajador que asciende, no por medio de sus virtudes, si no dejándose llevar descaradamente por sus vicios?
 

 

Los Mendigos

Sabés una cosa: estoy viendo muchos mendigos. No están harapientos, ni descalzos, no vagan las calles confundiéndose con el paisaje urbano, como los mendigos.
Pero andan por todos lados, encerrados en cuartos de paredes abigarradas de posters y banderines deshilachados o comiendo un pancho de apuro en un recreo o sacándole la pelusa a las dos chirolas con las que tienen que enfrentar el día. Andan allí, esos mendigos. Mendigos de barba nueva e incipiente, mendigos de polleras con dos dobladillos, uno para salir de casa y el otro para jugar de mujer en la escuela. Son tan pibes.
Mendigan con los ojos una mirada que manga un cacho de amor en dónde haya, un paraguas de afecto, un biscocho de cariño. Mendigan con la palma de los ojos que están nublados de tanto futuro incierto, de tanto mañana aterrador, de tanto cambio en tan poco tiempo: hoy se acuestan calzando 41 y mañana calzan 43, porque les crece así tan de pronto el cuerpo que el alma no tiene ni tiempo de acomodarse. Estos mendigos no mendigan chirolas , mendigan padres, mendigan escuela, mendigan país, mendigan futuro.
Y no los estamos viendo. No los estamos viendo. No metemos la mano en el bolsillo del alma para sacar el paraguas, el bizcocho, el cacho de amor. Tienen 15…16….17…y no los estamos viendo.
Y ellos no nos ven no verlos, porque miran una pantalla que ayer les vendió funk y cigarrillos, jeans, bandas, sueños de cuatro días…y hoy bien les puede decir asesinos. O hacerlos adultos para que los alcance la pena y el castigo que los adultos con miedo necesitan…
O sino todo lo contrario: una pantalla como la de esos tres que ya no son pibes, que ya no son enfantes terribles porque se les fue mucho antes por la esclusa del individualismo posmoderno lo terrible que lo enfant. Esos tres,  que se sientan en el banco del fondo de la escuela mediática, a cargar a todo el mundo, a jugar el campeonato del vivo, a hacer nihilismo pelotudo y fatalismo de cotillón. Esos tres que les hablan a los mendigos un poco antes de venderles los chicles y calzarse los anteojos oscuros que prometen justicias que nunca jamás cumplieron. Porque nadie cayó, nadie cayó, creéme.
Esos tres en el banco del fondo, haciendo la religión de la mofa a troche y moche, mintiendo que la tienen clara, fingiendo que hay algo que no dicen, una verdad que conocen y que es, seguramente, la madre de todas las verdades, pero que nadie la dice. Y menos cualquiera de estos tres. Los tres sentados en el banco del fondo, como cuando los 45 minutos de Química en el nacional de Adrogué, jugando el campeonato del vivo. Un campeonato al que jugamos todos, yo también. Pero eso fue hace mucho, y para un público más reducido, cuando yo tenía 16. Claro que los tres nosotros de entonces, que no son estos, teníamos 16 y treinta valores más: solidaridad, cariño, amor, compañerismo. Había algo para ver. Con esto tres los mendigos no ven nada. No hay un solo valor, un algo, una ficha puesta a cosa, palabra o gesto que pueda ser ejemplo o destino; una fe; un carácter; un algo para el conjunto. No sólo el campeonato del vivo.que consiste en ser vivo a costa de los otros. Y otra vez el chicle, los fasos, y el éxito de los vivos que te dicen que si sos vivo y te lo sabés curtir, Oslo, Oslo: es lo más. ¡Oslo!.

Y esa es parte de la pantalla que ven cuando ven que no los vemos, cuando los mendigos ven que no los vemos, que no los estamos mirando, que no los estamos queriendo.
Hay un cuento de Dick por allí que describe una sociedad en la que los padres tienen derecho de abortar a sus hijos hasta el mismo día en que cumplen 15 años. Un cuento que me pareció terrible cuando lo leí en 1980. ¡Y fijate vos!

Durante el proceso los asesinos se justificaban con la propaganda interrogativa de: ¿Sabe usted qué está haciendo ahora su hijo? Fue la madre del «Algo habrán hecho».

La pregunta siempre debió haber sido otra, pregunta que no hacen los asesinos ni los carroñeros: Sabemos lo que están sintiendo? ¿cómo están?¿qué necesitan de nosotros?
Estoy viendo muchos mendigos que necesitan que les hagamos esa pregunta.
 

Desprecio a cara lavada

El tipo no estaba preparado para despreciar en presencia. Toda su vida, su núcleo, su educación, sus relaciones, su itinerario personal cotidiano estaba trazado sobre la ruta del desprecio a lo que no fuera él y a lo que no fuera como él.

Por eso esa noche, participando insólitamente en el programa Hora Clave, en el afán de poner baza en el asunto de la carne desde su pertenencia, el tipo se comportó como un patán.

De nada sirvieron las rutas de sofisma que el conductor había puesto como trampera para armiños en los vericuetos de una discusión que transcurría con la prolija liviandad de cualquier programa de televisión. Glorioso momento fue aquel en el que el doctor defendió postura planteando como absurdo que alguien fuera malo por el sólo hecho de llamarse Martínez de Hoz, como si alguien hubiera hecho alguna referencia a la condición moral de los dentistas, profesoras de batik o cantantes de Funky que llevaran ese apellido. El tipo se las había ingeniado para acorralarse, para desgraciarse, para parecer un estúpido. Y lo peor: un estúpido que creía que su estupidez era un derecho.

Por eso intentó suspender el concurso de puestas diciendo que se iba si se pretendía ideologizar la discusión sobre el precio de la carne.

Si sólo hubiese sido ignorancia. Pero no, el tipo tenía desnudo el desprecio. Se le veía a su desprecio las partes pudendas. Tiró la frase, la «idea», jugando a engañar bobos, a poner a los imbéciles que miran un programa de TV en la certeza de que una cosa tan material, tan cotidiana, tan sangrante como la carne de vaca no puede guardar relación con las cuestiones tan inasibles, inmateriales y evanescentes como las ideologías. ¿Que puede tener de jugosa la teoría del plusvalor o de revelador un pedazo de marucha?

Ese fue el camino que el desprecio le indicó. Porque el tipo debe saber que esa suspensión del discurso ideológico es la ideología de las dictaduras. El tipo debe saber, decimos nosotros, que las leyes de mercado son los decretos de la dictadura del dinero. El tipo debe saber, imaginamos los giles, que todo lo que está pasando con el precio de la carne es una pulseada de poder de los grupos económicos vinculados al sector con el gobierno de K.

Porque si no quiere decir que el país ha perdido tanto en tan poco tiempo que ya no le queda ni la inteligencia del enemigo.

No, es muy sencillo, el tipo salió de la casa tan apurado que no tuvo tiempo de maquillar su desprecio. Y se le vio por televisión.

Esta entrada fue publicada el Jueves, 19 de Abril de 2007 a las 20:21

En Roma como los romanos

La idea de someter la identidad es el certificado de defunción de la extranjería. No ser extraño en ningún lado es suprimirse como agente de una cultura. El hombre occidental moderno tiende a eso: pretende ser del mundo y cada vez es más de ningún lugar.

La prevención de no alterar el orden en casa ajena, no obstante, sigue siendo buena. Solo el asesino invade sin tener en cuenta el piso que lo sostiene.

El Baile de Nina

Ella lo ignora, su marido quizá lo sospeche porque siempre fue un cretino malicioso, pero en todo caso poco importa. Ni ellos, ni Tinelli, ni nadie cercano al «producto» han medido el efecto. Pero el efecto encaja en el diseño estratégico cultural del sistema.

Un giro de Nina, el primero, reduce a todos los movimientos sociales y organizaciones del pueblo ( numerosos, variados, multifacéticos y desconocidos para la mirada única de los medios) a la imagen del “piquetero €?. Con una pausa y dos pasos hacia el costado, Nina convierte una expresión política genuina y portentosa en una sola de las acciones que le marcaron la historia: el corte de calles. Porque es el “corte de calles €? lo único que el sistema mediático hegemónico rescató del fenómeno social que inexorablemente se abatía sobre la Argentina.

Por qué? Por qué los medios no reflejan las actividades de recuperación de tierras fiscales para vivienda de los, las negociaciones en materia de salud, la organización de comedores, bibliotecas y de unidades económicas familiares que proliferan en infinidad de rincones de los conurbanos del país?

Sencilla me sale la respuesta: porque eso es política, y para los dueños de los medios no se puede hablar de la política buena. Solo puede hablarse de la política en estado permanente de corrupción y solo se puede hacer política en el terreno de los medios. Nada de territorio, nada de barrios, nada de unidades de organización concretas. A la comunidad se la aglutina en colectivos que no las nombran en su originalidad, “la gente €?, “ los piqueteros €?, “los villeros”. Rara vez aparecen en cámara los dirigentes territoriales que la debacle económica forjó al rigor de la desaparición del Estado, casi nunca. Ni excepcionalmente aparecen los nombres de las organizaciones que las familias se dieron a sí mismas.

Es que ya casi no cortan calles, dejaron casi de hacer lo que hacen “los piqueteros €? y entonces es como si, para los medios, hubiesen dejado de existir.

Baila Nina sin saber que su vestido borra la huella trazada por centenares de miles de hombres y mujeres. Baila Nina para el aplauso fácil, para la risa infame, para el escarnio de los sectores medios, para cargar la romana de los que todo lo convierten en dinero.

Bailá Nina,  si es el derecho de tu sueño.

Pero que te digan los viles y los envilecidos que estás bailando sola.

 

La ficción del individualismo

La argucia principal del individualismo es hacernos sentir solos de una doble soledad: la soledad del éxito, de los pináculos, de la diferencia, de lo inigualable, y la soledad del miedo, de la paranoia, de la incomprensión. Nos compelen a sentirnos individuales para sustanciar el carácter individual y diferente del consumo, para sentirnos desamparados ante las fuerzas ocultas del destino amenazante de pobrezas, de fracasos, de desclasamiento, de oscuros abismos en donde recalan las últimas manifestaciones de la especie humana. Desde la promesa de triunfo nos distraen con sus abalorios y su cultura de realización por la vía del consumo. Desde el temor nos empujan a buscar manos férreas, sistemas de represión y soluciones finales a los problemas que originan la injusticia social y la disolución de los sentimientos de pertenencia.

La acción principal del individualismo es la de romper lanzas contra todo principio de organización colectiva, sea el barrio, la iglesia, el club, el Estado, o cualquier forma de asociación que filtre, distancie o medie entre nosotros (como individuos) y los aparatos de mediación sustentados por el sistema y que constituyen la estructura mediática hegemónica de las sociedades occidentales. No quieren competencia.

Cuando los medios hegemónicos le arrebatan la mediación a la política y se la otorgan a la clase política construida en sus fraguas es para practicar aniquilación de la herramienta en la conciencia colectiva, conciencia vivida, empero, individualmente.

Por eso nos tratan de “vos” frente a los micrófonos y las pantallas. Para que no sintamos que el hablar de los medios (así fue y será) es un hablar colectivo y que cada palabra lanzada tiene encerrada, por la multiplicidad y por la comunidad de culturas, todos los sentidos posibles.

Es la ficción de creer sin creer que somos los únicos destinatarios de la palabra pública.

Esta entrada fue publicada el Miércoles, 18 de Abril de 2007 a las 18:14

Nada se debe hacer todo el tiempo

La frase es escasa pero remite a la idea bíblica. Sin llegar al límite de lo herético, los grandes medios están “todo el tiempo” operando sobre la información, ya casi no se reservan esas acciones para los espacios editoriales y de opinión. Hoy, el “Banco del Sur” aparece y desaparece según se trate de La Nación o Clarín, el gasoducto se extiende en todos lados menos en Ámbito Financiero, y Chávez atenta furibundamente contra la libertad de prensa sólo en Infobae. Siempre es buena la variedad de ópticas cuando se acepta que los medios y los periodistas sólo hacemos un relato de la realidad.