Julio César aseguraba que el hombre tiende a creer en lo que desea. El deseo colectivo suele pulir las realidades desbastando en sus perfiles incómodos y perfeccionando los relatos que le permitan transitar la historia con la menor confusión posible sobre la naturaleza de sus propios intereses. Los ídolos, las víctimas propiciatorias, los malditos y los benditos se construyen con esa metodología.
Lo que en general se considera permitido ( e inevitable) no puede aceptarse en particular, se trate de la acción intelectual de que se trate. Al periodismo, por caso, no le cabe darse esas licencias.
Con esto digo que forzar tanto dato a que encaje en la línea general de un argumento previamente establecido no es una técnica permitida, y si no limita en lo deshonesto raya al menos en lo caprichoso.
La nota bajo firma de Diego Rojas publicada en la última edición de la revista XXIII es una muestra incursa en el procedimiento que menciono en el epígrafe.
La tesis a sostener por Rojas es la que sigue: En el peronismo hubo desapariciones; el tercer gobierno (con Perón en vida) procrea ese demonio; incomoda esa certeza porque el peronismo teme que se equiparen esos casos con los producidos a partir de marzo de 1976.
Para darle una buena base a la vertical de sus hipótesis el periodista enumera casos en los que matiza asesinatos e intentos de secuestro con una decena de efectivas desapariciones ocurridas en 1955, 1973 y 1974.
Los hechos son vestidos con la camiseta de la metodología para que aparezcan jugando en el mismo equipo de especulaciones.
No es necesario (aunque bien podría hacerse) recuperar las relaciones de cada uno de los hechos mencionados por Rojas con otros hechos y otros contextos y que han sido podados a los efectos de no distraernos de la comprobación perseguida. No lo es porque, antes que nada, conviene recordar que los conceptos históricos no pueden divorciarse de su cuño, que suele tener fechas muy precisas. Con esto quiero decir que la desaparición de personas, como política y no como simple metodología represiva, nace entre marzo de 1976 y diciembre del mismo año, lapso en el que se desarrolla la impronta del estado terrorista y se organiza el aparato para el cumplimiento de tal propósito. Incorporar casos anteriores extirpados de sus entornos históricos desnaturaliza tanto las interpretaciones de esos sucesos como la interpretación de la propia dictadura.
En julio y en septiembre de 1977, Jorge Rafael Videla, en mensajes públicos y oficiales hace mención a la entidad de los desaparecidos y ofrece difusas interpretaciones sobre su destino.
“¿Qué es un desaparecido? En cuanto éste como tal, es una incógnita el desaparecido. Si reapareciera tendría un tratamiento X, y si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tendría un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido.”
“Debemos aceptar como una realidad que en la Argentina hay personas desaparecidas. El problema no está en asegurar o negar esa realidad, sino en saber las razones por las cuales estas personas han desaparecido. Hay varias razones esenciales: han desaparecido por pasar a la clandestinidad y sumarse a la subversión; han desaparecido porque la subversión las eliminó por considerarlas traidoras a su causa; han desaparecido porque en un enfrentamiento, donde ha habido incendios y explosiones, el cadáver fue mutilado hasta resultar irreconocible. Y acepto que puede haber desaparecidos por excesos cometidos durante la represión. Esta es nuestra responsabilidad; las otras alternativas no las gobernamos nosotros. Y es de esta última de la que nos hacemos responsables: el gobierno ha puesto su mayor empeño para evitar que esos casos puedan repetirse.”
Luego, ya caído blanqueará la decisión de estado en su aberrante y verdadera condición:
“No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina, cambiante, traicionera, no se hubiere bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil, 10 mil, 30 mil. No había otra manera. Había que desaparecerlos. Es lo que enseñaban los manuales de la represión en Argelia, en Vietnam. Estuvimos todos de acuerdo. ¿Dar a conocer dónde están los restos? Pero ¿qué es lo que podíamos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo.”
Está muy claro el cuño de la desaparición como política, de las razones de la metodología como razones del estado terrorista. Repito, una política, es decir una cuestión de naturaleza muy distinta a la variada calidad de casos mencionados por Rojas.
Veo la confusión y me animo a sospechar su causa intelectual porque no me permito juzgar intencionalidad alguna. Pero tengo edad como para evitar descalificaciones y trabajar sobre argumentos y no sobre sospechas.
De manera que prefiero hacer dos apuntes en los que Rojas comete aciertos de interpretación sobre informaciones erradas.
El gobierno argentino no tomó medidas “a la Chávez” contra el controversial episodio de los Simpson no por diferenciarse en el estilo, sino porque no tenía de dónde tomar modelo, ya que el gobierno de Chávez jamás prohibió la tira sino que la cambió de horario, por cierto que asignándole uno más central.
En el mismo sentido no se sostiene sorpresa posible en lo que desencadenó la emisión del episodio, ya que el episodio jamás fue emitido, siendo en cambio que fue adelantado vía Internet por una publicación colega, y luego subido a un sitio de videos en la red. Fue operada tanto en el conocimiento público (porque se advertía cuáles reacciones iban a producir) como en la difusión sobre sus derivaciones. Con una centésima parte del esfuerzo que Rojas ha hecho para vincular hechos que no se relacionan hubiera advertido esto que no es un detalle. Por qué? Porque hace más de dos años que cierta prensa y ciertos hombres de la justicia están intentando tender un puente mágico que una al tercer gobierno peronista con la dictadura cívico militar. Un puente que de tan mágico convierta de un solo golpe de varita al golpista y al derrocado en la misma cosa. Y que de yapa le genere un cálculo al riñón político del actual gobierno peronista.
En septiembre de 1977, Isabel Martínez, daba información en prisión sobre la desaparición de personas acrecentadas en el último semestre a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que se encontraba de visita en el país. El mismo día, ADEPA, organización que reúne a los grandes medios de prensa de la Argentina, les negaba la entrevista a los visitantes. Hoy esa prensa hace de ingeniero civil en la construcción del puente, y contrata a Homero Simpson, sin que éste lo sepa, como operario estrella.
Tato Contissa