La argucia principal del individualismo es hacernos sentir solos de una doble soledad: la soledad del éxito, de los pináculos, de la diferencia, de lo inigualable, y la soledad del miedo, de la paranoia, de la incomprensión. Nos compelen a sentirnos individuales para sustanciar el carácter individual y diferente del consumo, para sentirnos desamparados ante las fuerzas ocultas del destino amenazante de pobrezas, de fracasos, de desclasamiento, de oscuros abismos en donde recalan las últimas manifestaciones de la especie humana. Desde la promesa de triunfo nos distraen con sus abalorios y su cultura de realización por la vía del consumo. Desde el temor nos empujan a buscar manos férreas, sistemas de represión y soluciones finales a los problemas que originan la injusticia social y la disolución de los sentimientos de pertenencia.
La acción principal del individualismo es la de romper lanzas contra todo principio de organización colectiva, sea el barrio, la iglesia, el club, el Estado, o cualquier forma de asociación que filtre, distancie o medie entre nosotros (como individuos) y los aparatos de mediación sustentados por el sistema y que constituyen la estructura mediática hegemónica de las sociedades occidentales. No quieren competencia.
Cuando los medios hegemónicos le arrebatan la mediación a la política y se la otorgan a la clase política construida en sus fraguas es para practicar aniquilación de la herramienta en la conciencia colectiva, conciencia vivida, empero, individualmente.
Por eso nos tratan de “vos” frente a los micrófonos y las pantallas. Para que no sintamos que el hablar de los medios (así fue y será) es un hablar colectivo y que cada palabra lanzada tiene encerrada, por la multiplicidad y por la comunidad de culturas, todos los sentidos posibles.
Es la ficción de creer sin creer que somos los únicos destinatarios de la palabra pública.
Esta entrada fue publicada el Miércoles, 18 de Abril de 2007 a las 18:14