No hay cuestiones del pasado. Sabe, quien quiera saber, que lo que trae la revisión de los tiempos son preguntas sobre el presente que acucian por respuestas para el futuro.
La Argentina merece tanto como necesita de esas miradas. Tiene dos características que hacen imprescindible cumplir con esta demanda: posee alta politicidad contrastada con una pésima cultura política (ya lo había mencionado Perón en 1972) y, para empeorarla, vive en los tiempos en que el más nítido escenario de la política es el que conforma el sistema mediático concentrado; como se sabe, uno de los territorios en dónde con más prosperidad se da el pensamiento débil, los esperpentos de la intelectualidad módica, los alcahuetes y las plumas mercenarias.
De manera que, cualquier reproche contra la voluntad de revisión del pasado es, solamente, una acción simétrica y por lo mismo opuesta, para evitar preguntas sobre el presente. Como me considero parte de la iglesia, es decir parte del pueblo cristiano, y esta iglesia tiene jerarquía, le dejo al jerarca a cargo de estos silenciamientos las explicaciones que le quepan y me eximo ( y conmigo al resto) de tener que darlas. Además, como la mayoría de los cristianos, hace tiempo que les quité la administración de mi fe y mis comuniones.
Prefiero en cambio demostrar como, las mismas voluntades que propician renunciar por vía de la amnesia deliberada a la reconstrucción del presente, se obstinan en sintetizar todos los pasados posibles en relatos en dónde la ficción funciona como máquina matrizadora.
Pongo por caso el de esa versión teatral en dónde una mujer voluntaria y conceptualmente extranjera, Victoria Ocampo, es emparentada con una figura protagónica de la historia argentina como es Eva Perón. La tarea tiene un cometido menor, hacerle gozar a Ocampo por efecto de contigüidad, de una relevancia internacional y una trascendencia deseada desesperadamente por su gueto y lograda odiosamente por aquella «mujerzuela» de Los Toldos.
He aquí como nos salteamos un pasado sin revisar para construir sobre sus oquedades el pasado necesario. Esa es la técnica pictórica del patinado, consistente en enmascarar una superficie base y permitir algunos asomos de realidad para lograr una nueva y distinta apariencia en dónde nada se supone totalmente falso ni absolutamente verdadero. Es la metodología de truhanes como Tomás Eloy Martínez hoy, o José Mármol en el siglo XIX.
Ese maldito peronismo que no alentó una página del revisionismo histórico, pero que obligó a las alimañas a salir de sus escondrijos a la defensa de sus intereses por unos pocos años, demandó estas tareas intelectuales adicionales en el siglo veinte y en lo que va del XXI dado que se había puesto de hecho en cuestionamiento el relato de la historiografía oficial.
Función similar en la elaboración de pasados hamburguesa, la cumplen periodistas de bochornoso historial, humoristas elevados a politólogos, historiadores de curiosidades y coreógrafos piqueteros.
Cuesta poco imaginarse a Pinti, Castels, Ruiz Guiñazú o Valenzuela disputándose la mención del vendedor del mes en la cadena Mac Mitre de los expendedores de pretéritos vuelta y vuelta.
Si se olvida la piedra del tropiezo te toca caer dos y otras tantas veces como si se tratara de una piedra diferente.
Esta entrada fue publicada el Miércoles, 13 de Junio de 2007 a las 15:45