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Claros y oscuros en la vida nueva

El último espasmo de la crisis de fin de siglo acaba de abrir la primera instancia de alivio a la sociedad argentina.

El panorama es barroco, signado por el claroscuro. Claro y oscuro que se demandan para hacerse, con el alivio, por primera vez absolutamente evidentes.

A las playas del 2010 llegan los restos del naufragio, una catástrofe que se preparó por casi medio siglo. Deslegitimación democrática vía golpes o fraudes institucionales, proscripción, retiradas tácticas, terrorismo de Estado, regreso con democracia vigilada y tutelada, anteproyecto nacional, ensoñación progresista en matriz conservadora y, finalmente, la crisis terminal.

Pero tal tormenta histórica no logró aniquilar todo, y la sobrevivencia comenzó a reverdecer en estos primeros años del nuevo siglo.

Esos claros han evidenciado en estas horas, de manera palmaria, el estado de absoluta decadencia de una buena parte de la dirigencia política de la Argentina. Construida en los sets televisivos más que en el territorio de la política, y sujeta a las leyes de un sistema mediático cada vez más concentrado, el rezago de la clase política argentina se modeló en afeites, efectos de marketing y operaciones de prensa tanto como en las tácticas de trampero y el recetario de la buena corruptela.

Como Clowns desmaquillados, sus rostros han aparecido como nunca, en estos días, a la luz. Diputados nacionales que con dificultad podrían participar de una reunión de consorcio de edificio o en las definiciones presupuestarias de una cooperadora escolar, jefes de gobierno que mantienen una tortuosa relación con el idioma castellano y en el límite de la imposibilidad de corresponder bosquejos de ideas con oraciones medianamente comprensibles, fiscales celestes que jamás han podido poner en causa o en proceso a nada ni a nadie que se vincule con sus denuncias mediáticas: una tramoya oscilando entre el patetismo y la abyección.

 Como contrapartida, los últimos años le han dado a la Argentina pruebas contundentes de una política posible, generando un puente mágico entre las nuevas generaciones militantes y los veteranos de las frustraciones del último cuarto del siglo pasado. Este es, seguramente, el mayor de los éxitos logrados por este espacio político del peronismo histórico que se llama Kirchnerismo. Y no es cualquier éxito, es casi la revancha sobre la derrota cultural operada desde los años de plomo hasta la epifanía neoliberal.

Uno puede hoy reincorporarse en sus inocencias: la primera magistratura de la Nación está ocupada por el mejor dirigente político de la Argentina de los últimos treinta y cinco años. No se da muchas veces en la vida, y la vida es tan buena que se nos viene a dar.

Tato Contissa, el jueves, 18 de noviembre de 2010 a la(s) 23:16 ·

Qué sentir… qué pensar

Para empezar, una piña es una piña, nunca una derrota. Somos parte de una historia que nos antecede y que nos sobrepasa en el tiempo. Es bueno porque indica que esto es apenas un momento de un tiempo mayor, y muy bueno porque pertenecemos a algo muy grande.
Parece, hasta aquí, que simplemente quiero entibiarles el corazón. Y es cierto, parte de la derrota circunstancial que afrontamos es resultado de los corazones fríos y de las mezquindades enormes. Después están los errores, que todo el mundo los comete, y en paz el que crea que no los haya tenido. Pero quiero confortarlos, que es mi manera de confortarme. La lucha sigue, porque es la vida, porque la vida sin lucha no lo es.
Balance sencillo, somos un 30 por ciento de argentinos que solidificamos la base del país para todos. Del otro setenta, la inmensa mayoría es nuestro horizonte; a por ellos vamos con la militante voluntad del que hermosea la vida peleando por algo más que uno mismo. A por ellos vamos, a hablarles, a mostrarles que el prodigio del alma en multitud hace que los pueblos triunfen. A por ellos vamos, a decirles que los necesitamos porque el “todos” del que hablamos los incluye y los demanda.
Mañana hablaremos de los estilos y de las responsabilidades, mañana mismo. Mañana que es decir ahora, después de esto que digo, le tenemos que pedir a quienes deciden que ya basta de miserables y de soberbios, de ineptos y de serviles. Y se lo vaamos a pedir con nombre y apellido.
Ahora viene el mañana, que es el día después de la piña y el primero de la lucha que no cesa.
Sin cejar y sin claudicar la mínima convicción del destino que reemprendimos en el 2003, hagamos ese llamado y esa tarea de suma vital. Tenemos la razón y el alma limpia, no podemos fracasar, no debemos fracasar. No vamos a fracasar.

Tato Contissa, el Lunes, 29 de junio de 2009 a la(s) 15:59 ·

El coraje y la pasión de Tato Contissa

Por Alberto «Beto» Asurey (Periodista, publicista, cantante, poeta y autor) el 27 de enero 2012.

Publicado en Nac&Pop. Ir a la página

En los mostradores, las mesas de redacción, en los estudios de radio, en los bodegones y en cada uno de nosotros va a faltar desde hoy la ternura, la iracundia, el coraje y la pasión de Tato Contissa.

Se nos fue el Tato y con el perdemos un Argentino y un Peronista de los que ya quedan pocos.

Independiente pierde un hincha furioso y el pensamiento nacional un hombre que no midió riesgos en la defensa de la Patria.

Compartir con Tato una conversación obligaba a quien participara en ella a ir al caracú de las cosas.

Ser prudente o especulativo era peligroso si el interlocutor era Tato.

En cuanto descubría que uno estaba calculando o ahorrando coraje era inmediatamente mandado a la mierda sin más miramientos.

Desde los primeros tiempos de la revista Movimiento hasta las últimas  ediciones de “Condenados al éxito” y “Días como flechas” Tato siempre fue Tato.

La estéril discusión entre periodistas independientes y periodistas militantes siempre le resultó digna de desprecio.

“Acá no se trata de militancia o ecuanimidad, acá se trata de ser digno y verdadero, o ser un cagatintas y un cipayo”. Así de simple eran las cosas para Tato.

Perro adentro o perro afuera.

Dejó obra como para hacer dulce.

Fue ensayista, poeta, novelista y escritor de guiones cinematográficos.

No hay que raspar mucho para encontrarlo en sus trabajos. Hoy  muchos de los que se le atreven a Clarín y a la corpo periodística, tomaron prudente distancia de Tato cuando escribió “El juego del  ahorcado” y “Salven a Clark Kent”.

Solo con los cojones de Contissa se podía pensar en meterse con empresas periodísticas  y periodistas empresarios que hacían gala de su poder y su decisión sobre vidas y hacienda en la Argentina de fines de los noventa y principios del dos mil.

En sus “Macanas Puras” el Tato feroz y combatiente de las crónicas políticas dejaba lugar a un aguafuertista amoroso.

El amor a sus amigos, a las calles de Buenos Aires y el Cono urbano, a los personajes que las habitan, a las mujeres que las transitan cobraban toda su dimensión.

Con “A Latina” nos dejó a todos con la boca abierta. En ese ciclo de televisión la poética y el periodismo se juntaron para parir verdades a lo bestia. Como toda la obra de Tato no fue fácil conseguir aire para su emisión. Demasiado peronista decían algunos, muy jugado dirían otros. Y Tato ante esos comentarios como en la segunda parte de Matrix, atacó con la segunda batería de programas con un Contissa recargado.

Si lo buscaban lo encontraban y si no, el se encargaba de buscarlos.

Sus asados eran obras de arte, la terraza de su casa un mirador desde donde se disparaban canciones, charlas, poesías y sueños.

Hoy se fue Tato Contissa, si alguien sabe en qué frecuencia transmiten desde el cielo pasen el dato, ni en pedo me perdería el programón que deben estar armando con el Negro González.

Entre muchas cosas que supimos compartir estuvo el amor y la admiración por Miguel Hernández, entonces Tato acá va mi despedida;

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero

que tenemos que hablar de muchas cosas

COMPAÑERO DEL ALMA COMPAÑERO.

Chau Tato

Por Daniel Mancuso (blogero) el 27 de enero de 2012.

Publicado en Nac&Pop. Ir a la página

Querido, estimado y nunca bien ponderado compañero periodista, escritor, militante y maestro, Tato Contissa (mira vos, no sabía que te llamabas como nuestro pingüino ex-presidente).

Pero sí, sé que adonde vayas, serás bien recibido y querido como acá.

Armarás trifulcas allá arriba y nadie dormirá hasta que se agote el vino y las ganas de cambiar las injusticias por felicidades.

Y hasta tendrás tiempo de sobra para convencer con tu labia fecunda a algún gorila que ande por ahí.

Lo cierto es que el cielo ya no será tan silencioso y manso con tu elocuente presencia.

Mandale saludos a los compañeros, y un abrazo a mi viejo y a mi vieja. Deciles que tuve la dicha de haberte conocido.

Hasta la victoria siempre.

¡Por qué no te callas!

¡Por qué no te callas! es la orden que se daba a los muleros, a los lacayos, a los sirvientes y, por extensión, a cualquiera de cuna plebeya; quizá el arresto de altanería recidiva de quien fuera reserva monárquica, luego palafrenero del franquismo como escalón previo a representante de las empresas españolas (y sus mixturas) en las viejas colonias.

Chávez es un insolente en todas sus acepciones. Atrevido de la boca que no debe decir lo que es. Descarado de la cara que pone el funcionariato internacional bajo la estética diplomática. Temerario porque no mide, no mensura, no se mesura. Irreverente porque desconoce la reverencia anacrónica de la democracia liberal burguesa para con los oropeles falsarios de las monarquías parlamentarias.

Chávez es un insolente, Juan Carlos de Borbón un petulante extremo que no trepida en atropellar soberanías y en desmerecer a los representantes de los pueblos de América Latina.

La cuota de insolencia de Chávez es tan necesaria a la política de la región como la mesura de Bachelet o la conducta pendular de otros mandatarios. Todos ellos usan el escenario común para consolidar lo de común que hay en nuestros intereses. De pronto, en una discusión legítima, una discusión que no rompe sino que aclara, irrumpe la orden. Una frase imperativa, desaforada, ofensiva para todos y cada uno de los representantes de los pueblos allí congregados. Porque eso fue, una deslegitimación de las múltiples voluntades populares que sostienen a duras penas sus democracias en la región. Democracias que pulsean contra las presiones de adentro y de afuera y que se encuentran en camino de reunir sus voces en una polifonía mejor para hacerse escuchar más rotundamente en los nuevos estadios del mundo globalizado.

 

Parece que nadie se percató de esto. No hay escándalo ante el exabrupto, que no descalifica conceptualmente, no discute, no argumenta, ni siquiera puede considerarse como auténtica manifestación de fastidio, sino que pretende clausurar toda discusión desde una supuesta potestad de hacerlo.

 

 

¿Quién le exigirá la disculpa?

 

Estaba ahí en la vigilancia de los intereses de algunos españoles, bien que no de todos y menos de la mayoría, y plantó la arrogancia de un derecho que nadie le ha dado en estos suburbios del mundo occidental.

No se le sabía temperamental hasta hoy, como jamás se le escuchó alguna inteligencia en casi cuarenta años de protagonismo. Hoy estalla con una furibunda impertinencia y se retira de un cónclave en el que no debería haber estado. Todo lo que sabemos de él está relacionado con la farándula política y sus antecedentes como patrocinador de negocios y alfombra persa del franquismo.

 

El gobierno argentino debería reconsiderar, en el futuro, la pertinencia de otorgarles a estos personajes la responsabilidad de mediar en conflicto alguno que la Nación afronte. La región tiene que prescindir de ellos, no hay que facultarles la palabra a quienes nos quieren hacer callar para imponer su silencio.

 

Por el pueblo español amo el flamenco, tolero a los toros y me trago la repugnancia que me producen lo monarcas de estos tiempos, sus afeites de revista Caras, su relevancia sin más mérito que la herencia, sus funciones de lobbistas y su condición ornamental de porcelana de repisa.

Pero todo tiene su límite.

 

Esta entrada fue publicada el Lunes, 12 de Noviembre de 2007 a las 18:55

El Gen

“Cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, absurdo, idiota, esa novela canallesca escrita por un loco»

Alfredo Zitarrosa

El inconfeso precepto reza algo así como: «nada es tan importante que merezca ser tratado de otra manera que no sea la manera de los medios y nada es tan poco importante que no adquiera relevancia cuando es tratado por los medios de comunicación». («Salven a Clark Kent», Corregidor, Buenos Aires 2005)

Lo pensé hace unos cuatro años, cuando ignoraba que la genética y la democracia telefónica hubieran de tener tanta incumbencia en la comprensión de la historia de la Argentina. Tampoco imaginaba entonces que las ideas de Menguele sobre el determinismo hereditario hubiesen prosperado tan inesperadamente en el terreno de las ciencias sociales que traduce la televisión.

No consuela que tal vez sólo se trate de un juego, porque «El Gen Argentino» en tal trance, juega con lo que carece de repuesto. Tal vez pueda decirse que sólo se trata de un programa de televisión, pero únicamente si se cree que, en los tiempos de la sociedad mediática, un programa de televisión pueda ser sólo un programa de televisión.

Lo dramáticamente cierto es que «El Gen Argentino» carece de todos los rigores sobre los cuales la historia ofrece su sentido del pasado para la mirada del presente. Las técnicas historiográficas acusan ausente, la concepción historiológica es nula, y los hechos históricos padecen de naufragio continuo en los caprichosos mares del SMS.

Si se pretende experimento habrá de ser mediático y no historiográfico, porque nada se halla tan divorciado de la ciencia como este sistema de mutilaciones que hace el camino inverso al del Dr. Frankenstein, arrancando de cuajo a los personajes de sus tiempos y encajando sus pingajos sangrantes en una extraña galería de cera virtual. Así ni Guevara es Guevara, ni Gardel es Gardel, ni Perón ni Evita, ni Borges o Maradona, pueden resultar otra cosa que una réplica ortopédica de sus propias sombras aberradas por la enloquecedora luz de los sets.

Ahora, si se pretende política de la historia, El Gen Argentino resulta un remozamiento de lo que la historiografía oficial y tradicional construyera como relato a partir de Caseros. Al menos, el resultado es el mismo: ausencia absoluta de las corrientes políticas e ideológicas del país y la región, y conversión del pasado en una hierática galería de bustos desustanciados a fuerza de biografismo y procerato.

Podría, en síntesis, tratarse de un desatino o una estupidez. Pero a medida que envejezco recupero la curiosidad del niño. Mirando detrás del entarimado sobre el que se monta la escena, veo una silueta nítida que no es genética por cierto, sino pedagógica, y que resulta ser la vieja cuestión de una estructura de poder que explica el fracaso nacional denunciando las virtudes del país como defectos, y que educa en la autodenigración para consolidar las bases del sometimiento. Es la política de la férula, que no ayuda a crecer sino que somete a un único tipo de crecimiento.

Si Alfredo Zitarrosa tiene razón en el fragmento con el que abrimos estas líneas, El Gen Argentino es, sin duda alguna, un excelente programa de televisión.

Críticos de tenis, Patólogos y sembradores de sal

«El mundo necesita explicarse» es la frase preferida de los pensadores.

No para todos revela su significado central, el de que todo proyecto de organización humana demanda de un relato que lo sostenga. En general, los pensadores del sistema de pensar del mundo occidental se reservan la definición funcional de la frase, puesto que si el mundo necesita explicarse «acá estamos nosotros dispuestos a la tarea» a tanto por palabra.

Santiago Kovadloff acaba de publicar un libro que compendia sus columnas en el diario La Nación bajo el título «Los apremios del día». El matutino intenta una prelectura del texto desde una entrevista al autor que no excede las tácticas promocionales y que en contenido tampoco traspasa la frontera de los artículos agrupados en el libro.

Me propongo no una discusión en el terreno filosófico dada mi impericia y mi astenia para la tarea, mas si una acción de contrarelato necesaria, habida cuenta la impunidad con la que el pensamiento establecido machaca la letra de la cosmovisión colonial.

Para SK, aunque parece no lo ha advertido, la raíz de los problemas de la Argentina se encuentra exactamente en los sitios y en los momentos en los que ha intentado desembarazarse del destino impuesto a su condición de país semicolonial. Es decir, confunde fruto con raíz, y aún cuando el fruto encierra la semilla de la continuidad, se trata de un error fatal tanto en la Botánica como en la Filosofía.

Tal vez no sea mala intención. En cualquier caso SK no podría verlo dada las categorías utilizadas para el análisis y el método forzado por el que se obliga a enajenarse de las condiciones históricas del objeto que intenta describir. Esta metodología pone al «pensador» en la incómoda y desalentadora situación de quien observa un partido de tenis, haciendo puentes con la mirada entre lo que el país debería ser (según el modelo del otro objeto, el que está en el otro extremo de la cancha) y lo que el país no puede ser por las propias imposibilidades que le genera jugar su partido en la desventaja que le imponen las reglas hechas a la medida del adversario.

Se nota que Kovadloff está mareado y en su agotamiento decide criticar «el mal tenis» de la Argentina y mirar, a sólo efecto de corroboración, el letrero del marcador que nos tiene demasiados sets abajo.

 «Somos un país atrapado en modelos ineficaces y obsoletos –dice. Nuestra transición a la vida democrática está incompleta. Salimos del autoritarismo de Estado, pero no del caudillismo y del autoritarismo personal» 

Está claro que para SK el asunto pasa por el diseño institucional y no por los roles históricos de los actores interinstitucionales.

La Argentina parece no haber tenido una estructura económica dependiente, un forceps en su evolución social relacionado con esa estructura, un aparato pedagógico orientado a naturalizar su situación de dependencia, un sistema político formal que funcionara como control y garantía del sostenimiento de esas condiciones. Un sistema que no funciona mal, sino que bien, porque está en función de otro sistema superior, el del dominio, que lo diseña y lo perpetúa.

Fue justamente la dificultad de adecuación a esos modelos institucionales impuestos lo que generó, entre otros «males», al caudillismo como herramienta de compensación en los movimientos sociales. De manera que es razonable considerar que el caudillismo es más un resultado de la implementación de un sistema que una forma alterna al mismo. Es culpar al grano por la existencia de la infección.

La ecuación es otra, fácilmente comprensible para SK si no se obstinara tanto en mirar los libros contables en los que la Argentina no es una columna sino apenas un renglón: El problema en AL no es de contraposición de cosmovisiones sino de conflicto de intereses, puja que llevan ganando los grupos que tienen en el modelo dependiente su razón de ser.

 El diario La Nación no se ahorra en elogios al definir este desatino poco original de como «diagnóstico crudo». Si fuese yo poseedor de alguna reputación en el club de pensadores me animaría a decir que se trata mejor del diagnóstico de un «crudo» pero, más eficiente cocinero que «ethinker» del sistema, me atengo a asegurar que  lo de SK es más un recocido análisis del tipo de los guisos realizados con restos de comidas anteriores, todas según los protocolos de la Casa Central que explota los royalty del pensamiento hamburguesa.

Tampoco el matutino de los Mitre desaprovecha la oportunidad para subirle el precio al libro que manda a editar cuando afirma que no «escapa a profundos dilemas existenciales».

Rodolfo Kusch , quien no ha gozado precisamente de la atención editorial de la que disfruta SK, ofreció generosos aportes a la corriente del pensamiento existencial rompiendo con la trampa de  universalizar unas ideas para castrar a otras. Lo hizo desde su concepción de «pensar situado», es decir, reconocer el lugar del observador, sus condiciones históricas, las realidades surgidas al margen del pensamiento que intenta atraparlas desde afuera.

Por él, por Kusch, me hago la pregunta: ¿Atravesó América Latina un estado espiritual como el caracterizado por el «existencialismo»? Tengo certeza que esa pregunta noroccidental nunca fue hecha. La crisis europea que da lugar a la «cuestión universal» de esa corriente filosófica no tiene réplica en los países semicoloniales cuya cuestión del ser y de la identidad, cómo en cualquier entidad existente, demandaba sus propias interrogaciones.

Por la misma razón, la cuestión individual que se universaliza en Europa viene  más con tijera de «capador» en mano que con linterna de iluminador.

A pesar de la amenaza de las tijeras, seguir la prosa de SK nos coloca en lugares de tanta ingenuidad que no queda más que dudar de su inocencia.

“La Argentina está enferma de intolerancia, de autosuficiencia, de la presunción de que el fragmento reemplaza a la totalidad”.

La dialéctica política y social en cualquier segmento de la historia implica la imposición de paradigmas. Son partes que forcejean para imponerse al resto y constituir según su sistema, una totalidad. Confundir todas las partes con la totalidad abruma, sobre todo cuando tal  desconcierto proviene de un pensador que seguramente ha trabajado más que el amateur que escribe esta nota a autores como Thomas Kuhn. Una mirada complementaria de los conceptos de paradigma y hegemonía ayudaría mucho a salir del guirigay.

Creía superado, en mi ignorancia, esa idea decimonónica del progreso indefinido tanto como su representación en una trayectoria unívoca, en dónde los pasados son siempre inferiores a los presentes y estos a los futuros.

Debo de haberme perdido algún revisionismo en la materia puesto que SK sostiene: “Progresar es revertir estos problemas con un alto grado de comprensión sobre el porqué de nuestra inactualidad, de nuestra pérdida de protagonismo en el mundo”.  Para añadir: «Estamos más cerca del pasado que del porvenir».
 

 Y adiciona: «Estamos más cerca de la simulación que de la autenticidad, y nuestra organización política descansa más sobre el temperamento que sobre la ley».

Para quien hace como pocos de la duda una jactancia intelectual, SK blande portentosos abolutos, como esta consideración de la Ley. Más modesto y relativo pienso que la ley es una determinación del temperamento epocal. Esta libertad que me da la duda sobre la eternidad de la ley me ayuda a entender que cuando el temperamento real de una organización humana no logra imponerse por comunidad de intereses y consenso y de esta manera facultar «la Ley», se ingresa al estado de «inconciente cosmovisional reprimido» en estado de latencia bajo la otra ley impuesta por corsetes. Es una ley fracasada porque carece de consenso, y exitosa pues se sostiene de la violencia ejercida por unas minorías o por el agotamiento y la dormidera de las mayorías.

A pesar del título los textos de «Los apremios del día»  transitan con velocidad de morgue. El autor diagnostica con los tiempos del forense, a quien no urge la muerte, pero lamentablemente lo hace  sobre un cuerpo vivo: «Es urgente un esfuerzo desde lo político y de nuestras instituciones para entender las causas por las cuales la ética se divorcia del ejercicio del poder, y por qué éste queda asociado a un hegemonismo intolerante».

Un médico de sala de urgencias sabe que el poder no es una definición cualificable, sino una situación estratégica, una dimensión, definición y caracterización de la que Kovadloff debería darse por enterado con la simple remisión a Gramsci y a Foucault. En tanto situación estratégica, el poder funciona en nuestros países semicoloniales como poder de control, ya que los grupos que lo detentan resignan las posiciones institucionales para poder presionar sobre ellas, enajenarlas, asociarlas a las prácticas del fracaso que garanticen la continuidad de lo establecido, sirviendo su frustración, adicionalmente, como advertencia de los riesgos del cambio. La simulación es la de plantear la sinonimia de Gobierno y Poder, cuando resultan actores y naturalezas muy diferentes.

La tranquilidad del patólogo que ostenta SK parece relajarlo en demasía, tanto como para cometer con su bisturí errores de cirujano principante. Pongo estos casos como prueba frente al tribunal del Colegio Médico-filosófico:

“Llamo “saber conjetural” al que, sosteniendo con convicción la defensa de principios, valores e hipótesis, está dispuesto a entender que en su propia concepción de las cosas no se agota la comprensión de la verdad; que hay margen para que otras perspectivas, valores y creencias puedan matizar con su propia razón la nuestra. Pero no significa una tolerancia escéptica. Quiere decir que todas las partes son imprescindibles para formar un conjunto; buscamos una cultura orquestal, sinfónica, abierta a la idea de la integración para contrarrestar uno de los males fundamentales de la sociedad: la fragmentación, la diáspora del conocimiento en una infinidad de especialidades discontinuas que no aspiran a buscarse unas a otras, sino a imponerse unas a otras. Existe también una hegemonía epistemológica. Hay disciplinas e ideologías que aspiran a concentrar en sus manos la totalidad del saber, lo cual, además de falso, es peligroso. Lo mejor es tener parte de razón y no toda»

Que hermosa paradoja. ¿Tendrá Kovadloff en este punto toda la razón?

Y hay más.

-Uno de los males de nuestro tiempo es el que resulta de la pérdida de valores universales; es decir, consensuar. Las democracias más desarrolladas en tantos órdenes objetivos no necesariamente lo están en los órdenes subjetivos y morales. Hoy, los países del Primer Mundo son de cuarta desde el punto de vista de la capacidad emblemática de representar grandes valores éticos y espirituales. ¿Hoy? ¿Ayer sí? ¿El ayer del genocidio africano es de primera en el orden subjetivo y espiritual? ¿El ayer del genocidio americano? ¿El ayer de los imperios Romano, Español, Británico? ¿El ayer de las grandes guerras?¿ El ayer del holocausto, de Hiroshima?

Y finalmente: “Hemos logrado una integración significativa en lo tecnológico y económico, pero estamos atrasados en lo ético y en el valor de la diferencia. Necesitamos que la globalización esté orientada a una sensibilidad mucho más planetaria, abierta a una conciencia clara de la interdependencia entre partes de un mundo que tiene su riqueza en la diferencia y no en la homogeneidad.»

Necesitamos también que los escorpiones no piquen, que la lluvia no moje, y que toda entidad que haya tenido éxito en su desarrollo contradiga porque sí su propia naturaleza. Sería difícil si no fuera imposible. Como resulta imposible que de la naturaleza del intelectual rentado salga alguna idea molesta para el que paga la renta.

Dice muy bien SK que: “Albert Camus escribió, hace más de medio siglo, estas palabras que deberían servir de acápite al emprendimiento de las transformaciones indispensables que aún estamos a tiempo de llevar a cabo: ‘Lo que me parece deseable en este momento es que, en medio de un mundo de muerte, se decida reflexionar sobre la muerte y elegir. A través de los cinco continentes, y en los años que vienen, una interminable lucha va a desarrollarse entre la violencia y la predicación. Es cierto que las posibilidades de la primera son mil veces más grandes que las de la última. Pero yo siempre he pensado que si el hombre que tiene esperanzas dentro de la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimientos es un cobarde. Y en adelante, el único honor será el de sostener, obstinadamente, ese formidable pleito que decidirá por fin si las palabras son más fuertes que las balas.’
 

Camus no debió haber conocido a los intelectuales de estos lares. Aquí la amenaza de bala compra la palabra, y la hace balas de otro calibre que son disparadas contra las palabras que enfrentan las balas. La violencia simbólica no fluye exclusivamente desde las pantallas del sistema mediático, sino que también se consagra en las catedrales del pensamiento semicolonial establecido como garantía de que nada habrá de ser dicho.

Como en Cartago, siembra de sal para que nada sea sembrado.

 

Chesterton

La mentira del éxito

Han surgido en nuestros días, un tipo en particular de libros y artículos que creo firmemente que pueden considerarse los más idiotas que ha conocido la humanidad. Son más descabellados que la novela de caballerías más absurda , más aburridos que el más soporífero panfleto religioso. Con la agravante de que las novelas de caballerías trataban del ideal del caballero andante, los panfletos religiosos de la religión, pero estos no tratan de nada. Tratan de lo que llaman triunfar. En cada quiosco y en cada revista, encuentras obras que le explican a la gente como triunfar en lo qué sea. Están escritos por gente que ni siguiera triunfa en escribir un libro. Para empezar, no existe, por supuesto, el éxito. O, por así  decirlo, no hay nada que no lo sea. Decir que algo es un éxito sencillamente es decir que existe. El millonario es un éxito siendo un millonario y un asno siendo un asno. Cualquier persona viva triunfa en la empresa de seguir viviendo, y cualquier muerto puede decirse que ha tenido éxito suicidándose. Pero, al igual que hacen estos  escritores, pasemos por alto la mala filosofía y deficiente lógica de la frase, usaremos el sentido común de la expresión que dice que el éxito es ganar mucho dinero o triunfar en sociedad. Estos escritores pretenden decirle a un hombre corriente cómo puede triunfar en su trabajo o negocio. Si es un albañil, cómo triunfar poniendo ladrillos. Si es un agente de bolsa, cómo triunfar negociando valores. Pretenden decirle cómo, si es un tendero, se convertirá en el dueño de un yate, si es un periodista de tercera, en un par del reino, si es un alemán, en un inglés. Es una clara proposición mercantil  y creo que la gente que compra estos libros, si es que alguien lo hace, tiene el derecho moral, si no legal, de exigir que les devuelvan el dinero. Nadie se atrevería a publicar un manual sobre electricidad que literalmente no dijese nada sobre la electricidad, o una articulo de botánica que  dejase claro que el escritor no sabe que extremo de la planta hecha raíces en el suelo. Sin embargo, el mundo actual esta repleto de libro sobre el éxito y los triunfadores que, hablando estrictamente, no contienen idea alguna y apenas están redactados coherentemente.

Está muy claro que en cualquier trabajo honrado, cómo poner ladrillos o escribir libros, solo hay dos maneras de triunfar. Una es trabajando muy bien, otra engañando a la gente. Las dos son demasiado sencillas cómo para requerir que las expliques en un libro. Si te dedicas al salto de altura, o saltas más alto o de alguna forma aparentas que lo has hecho. Si quieres triunfar jugando al whist, o juegas muy bien o llevas cartas marcadas. Puedes desear un libro sobre el salto de altura, puedes desear un libro sobre la cómo jugar al whist, puedes desear un libro sobre la manera de hacer trampas jugando al whist. Lo que no puedes desear es un libro sobre el éxito. Y menos como los que encuentras por centenares esparcidos por el mercado editorial. Puede que desees saltar o jugar a las cartas, pero lo que no puedes desear es leer frases inconexas que te dicen que saltar es saltar o que los juegos los ganan los ganadores.

Si, por poner un ejemplo, esta gente escribiese algo sobre el éxito en el salto de altura, sería algo así: El saltador debe tener un objetivo definido en frente de sí. Debe desear saltar más alto que los demás competidores. No debe permitir que patéticos sentimientos de piedad, propios de pacifistas o partidarios de los Boers, le frenen a la hora de dar lo mejor de sí mismo. Debe recordar que una competición de salto es competitiva y como Darwin ha declarado para su gloria LOS DEBILES AL PAREDÓN.

Esto es lo que pondría en un libro de estos. Podría resultar sin dudarlo, muy útil. Sobre todo si se lee, en voz baja y tensa, a  un hombre joven que estuviese a punto de participar en una competición de salto.

O supongamos que estos filósofos del éxito, en uno de sus paseos, se encontrasen con nuestro segundo ejemplo. Eso es lo que dirían: jugando a las cartas, es necesario evitar el error, en el que incurren con frecuencia humanitarios sentimentales y partidarios del libre comercio, de permitir ganar al contrario. Hacen falta agallas y entrar para ganar. Los tiempos del idealismo y la superstición han pasado. Vivimos en una época de ciencia y sentido común, y se ha demostrado científicamente que en un juego para dos personas, GANA UNO DE LOS DOS.

Por supuesto, todo esto es muy  emocionante. Pero jugando a las cartas, preferiría tener un librito que explicase las reglas del juego. Más allá de las reglas del juego, es cuestión de talento o de falta de escrúpulos. Ya me ocuparé yo de proporcionar uno u otra. Aunque no diré cual.

Cogiendo un ejemplar de una revista de amplia circulación, me encuentro con un ejemplo raro y divertido. Es un artículo titulado «El instinto que enriquece a la gente», en su primera pagina hay un retrato enorme de Lord Rothschild. Hay mucho métodos concretos, honrados y fraudulentos, de amasar una fortuna. El único instinto que conozco que haga esto, es el instinto que la teología cristiana llama, con tanta ordinariez, «el pecado de avaricia». Lo que, por supuesto, queda al margen de la cuestión que nos  ocupa. Citaré un párrafo, una muestra exquisita del típico consejo sobre la manera de triunfar.  Es tan práctico que apenas deja lugar a la duda sobre cual debe ser el siguiente paso.

El apellido Vanderbilt es sinónimo de riqueza amasada por empresas modernas. Cornelio, el fundador del clan, fue el primer gran magnate americano del comercio. Empezó en la vida como el hijo de un granjero pobre, terminó siendo veinte veces millonario.

Suyo era el instinto de ganar dinero. Atrapó al vuelo las oportunidades que le proporcionaron las maquinas de vapor, el comercio trasatlántico y el nacimiento del sistema de ferrocarriles en Estados Unidos, dotados de recursos materiales que estaban por explotar. Por todo ello, amasó una fortuna inmensa.

Por supuesto, esta claro que no  se pueden seguir exactamente los pasos de este monarca de los ferrocarriles. Las oportunidades concretas que se le aparecieron no surgen ante nosotros. Las circunstancias han cambiado. Pero aunque esto sea así, en nuestro entorno podemos aplicar sus métodos generales. Podemos atrapar las oportunidades que se nos ofrecen y así darnos a nosotros mismos una buena posibilidad de alcanzar la riqueza.

En estos comentarios tan raros, vemos claramente lo que subyace en estos artículos y libros. No es simplemente el mundo de los negocios, ni siquiera el puro cinismo. Es misticismo, el horrible misticismo del dinero. El autor de ese párrafo, esta resulta evidente que no tenia la más remota idea de cual fue la manera en que Vanderbilt amasó su fortuna  ni de la manera en que nadie lo hace.  Termina su argumentación defendiendo una especie de plan que no tiene nada que ver con Vanderbilt. Simplemente, ansiaba postrarse a los pies del misterio de un millonario. Porque cuando de verdad se adora algo, amamos tanto su claridad como su oscuridad. Nos sentimos exultantes ante su invisibilidad. Por ejemplo, un hombre que ama a una mujer encuentra un placer especial incluso en los momentos en que ella se muestra poco razonable. O, por poner otro ejemplo, un poeta místico muy piadoso, alabando a su creador, se enorgullece al decir que misteriosos son sus caminos.

Ahora bien, el autor de este párrafo, es evidente que no quiere saber nada de Dios y a juzgar por lo poco practico de su carácter, es dudoso que alguna vez conociese, de verdad, el amor de una mujer. Pero trata al objeto de su adoración, Vanderbilt, con idéntico misticismo. Se regodea en que su dios, Vanderbilt, le oculta algo. Tiene el alma embelesada de astucia, un éxtasis propio de un sacerdote, con la pretensión de que va a revelar a las multitudes el terrible secreto que él mismo ignora.

Hablando del sentido que enriquece, el mismo autor escribe:

En la antigüedad, su existencia era claramente reconocida. Los griegos la sacralizaron en la historia de Midas, que convertía en oro cuanto tocaba. Su vida era un paseo por entre la riqueza. Convertía en metal precioso todo lo que se le ponía por delante. Una leyenda estúpida, dijeron los sabios victorianos. Una verdad, decimos hoy en día. Todos  conocemos hombres semejantes. Siempre estamos leyendo sobre hombres capaces de convertir todo en oro, incluso les vemos en persona. El éxito les sigue como un perro faldero. El sendero de su vida siempre les conduce a las alturas. Son incapaces de fracasar..

Pero, desgraciadamente, Midas podía fracasar. Fracasó. El sendero de su vida no le condujo siempre hacia las alturas. Se murió de hambre por que cada vez que tocaba una galleta o un bocadillo de jamón se convertían en oro. Eso era lo fundamental de la historia por más que el autor lo censure. Lo que me parece de muy buena educación al escribir al pie de un retrato de Lord Rothschild. Las viejas fábulas de la humanidad son, en verdad, insondablemente sabias, no debemos permitir que las censuren para favorecer a Lord Rothschild. No debemos tolerar que nos pongan a Midas como modelo de éxito. Fue un fracaso de un tipo raro por lo doloroso. Además tenia orejas de burro. Como otras personas  prominentes y ricas, intentó ocultarlo. Si no recuerdo mal, busco a este respecto la confianza de su barbero. Y fue su barbero, quien en lugar de comportarse como un triunfador de la escuela del éxito a toda costa y chantajear a Midas,  fue y susurró este magnifico cotilleo a los juntos, que disfrutaron del mismo enormemente. También se dice que los juncos se lo susurraron a los cuatro vientos mientras estos les mecían. Contemplo admirado el retrato de Lord Rothschild, leo admirado sobre las andanzas del Sr.Vanderbilt. Sé que no puedo convertir en oro cuanto toco. Pero es que nunca lo he intentado porque prefiero otras cosas, como la hierba o el buen vino. Sé que estas personas ciertamente han triunfado en algo, es seguro que han derrotado a alguien, sé que son monarcas de una manera en que ningún hombre lo fue previamente, que crean mercados y dominan los continentes. Sin embargo, me parece a mí  que nos están ocultando alguna pequeña anécdota de su intimidad domestica, y, a veces, he creído  escuchar en el viento las carcajadas de los juncos.

Esperemos al menos que viviremos para ver estos absurdos libros cubiertos del escarnio que merecen y siendo olvidados. No enseñan a la gente a triunfar pero sí a ser arrogantes sin razón. Enseñan una poesía maligna de lo mundano. Los puritanos siempre están atacando los libros que excitan la sexualidad. ¿Qué  haremos con libros que excitan las pasiones más mezquinas del orgullo y la codicia?

Hace cien años, contábamos con el ideal del aprendiz trabajador. Se decía a los muchachos que si trabajaban mucho  y ahorraban llegarían a ser senadores. Era mentira pero era viril. Contenía al menos algo de verdad moral. En nuestra sociedad, la templaza no ayuda a un hombre pobre a enriquecerse pero eleva su autoestima. Un trabajo bien hecho no le hará rico, pero le convertirá en un buen trabajador. El aprendiz trabajador ascendía por medio de virtudes que eran estrechas y angostas. Pero eran virtudes. ¿Pero qué se puede hacer con este nuevo evangelio del aprendiz trabajador que asciende, no por medio de sus virtudes, si no dejándose llevar descaradamente por sus vicios?
 

 

Los Mendigos

Sabés una cosa: estoy viendo muchos mendigos. No están harapientos, ni descalzos, no vagan las calles confundiéndose con el paisaje urbano, como los mendigos.
Pero andan por todos lados, encerrados en cuartos de paredes abigarradas de posters y banderines deshilachados o comiendo un pancho de apuro en un recreo o sacándole la pelusa a las dos chirolas con las que tienen que enfrentar el día. Andan allí, esos mendigos. Mendigos de barba nueva e incipiente, mendigos de polleras con dos dobladillos, uno para salir de casa y el otro para jugar de mujer en la escuela. Son tan pibes.
Mendigan con los ojos una mirada que manga un cacho de amor en dónde haya, un paraguas de afecto, un biscocho de cariño. Mendigan con la palma de los ojos que están nublados de tanto futuro incierto, de tanto mañana aterrador, de tanto cambio en tan poco tiempo: hoy se acuestan calzando 41 y mañana calzan 43, porque les crece así tan de pronto el cuerpo que el alma no tiene ni tiempo de acomodarse. Estos mendigos no mendigan chirolas , mendigan padres, mendigan escuela, mendigan país, mendigan futuro.
Y no los estamos viendo. No los estamos viendo. No metemos la mano en el bolsillo del alma para sacar el paraguas, el bizcocho, el cacho de amor. Tienen 15…16….17…y no los estamos viendo.
Y ellos no nos ven no verlos, porque miran una pantalla que ayer les vendió funk y cigarrillos, jeans, bandas, sueños de cuatro días…y hoy bien les puede decir asesinos. O hacerlos adultos para que los alcance la pena y el castigo que los adultos con miedo necesitan…
O sino todo lo contrario: una pantalla como la de esos tres que ya no son pibes, que ya no son enfantes terribles porque se les fue mucho antes por la esclusa del individualismo posmoderno lo terrible que lo enfant. Esos tres,  que se sientan en el banco del fondo de la escuela mediática, a cargar a todo el mundo, a jugar el campeonato del vivo, a hacer nihilismo pelotudo y fatalismo de cotillón. Esos tres que les hablan a los mendigos un poco antes de venderles los chicles y calzarse los anteojos oscuros que prometen justicias que nunca jamás cumplieron. Porque nadie cayó, nadie cayó, creéme.
Esos tres en el banco del fondo, haciendo la religión de la mofa a troche y moche, mintiendo que la tienen clara, fingiendo que hay algo que no dicen, una verdad que conocen y que es, seguramente, la madre de todas las verdades, pero que nadie la dice. Y menos cualquiera de estos tres. Los tres sentados en el banco del fondo, como cuando los 45 minutos de Química en el nacional de Adrogué, jugando el campeonato del vivo. Un campeonato al que jugamos todos, yo también. Pero eso fue hace mucho, y para un público más reducido, cuando yo tenía 16. Claro que los tres nosotros de entonces, que no son estos, teníamos 16 y treinta valores más: solidaridad, cariño, amor, compañerismo. Había algo para ver. Con esto tres los mendigos no ven nada. No hay un solo valor, un algo, una ficha puesta a cosa, palabra o gesto que pueda ser ejemplo o destino; una fe; un carácter; un algo para el conjunto. No sólo el campeonato del vivo.que consiste en ser vivo a costa de los otros. Y otra vez el chicle, los fasos, y el éxito de los vivos que te dicen que si sos vivo y te lo sabés curtir, Oslo, Oslo: es lo más. ¡Oslo!.

Y esa es parte de la pantalla que ven cuando ven que no los vemos, cuando los mendigos ven que no los vemos, que no los estamos mirando, que no los estamos queriendo.
Hay un cuento de Dick por allí que describe una sociedad en la que los padres tienen derecho de abortar a sus hijos hasta el mismo día en que cumplen 15 años. Un cuento que me pareció terrible cuando lo leí en 1980. ¡Y fijate vos!

Durante el proceso los asesinos se justificaban con la propaganda interrogativa de: ¿Sabe usted qué está haciendo ahora su hijo? Fue la madre del «Algo habrán hecho».

La pregunta siempre debió haber sido otra, pregunta que no hacen los asesinos ni los carroñeros: Sabemos lo que están sintiendo? ¿cómo están?¿qué necesitan de nosotros?
Estoy viendo muchos mendigos que necesitan que les hagamos esa pregunta.
 

Desprecio a cara lavada

El tipo no estaba preparado para despreciar en presencia. Toda su vida, su núcleo, su educación, sus relaciones, su itinerario personal cotidiano estaba trazado sobre la ruta del desprecio a lo que no fuera él y a lo que no fuera como él.

Por eso esa noche, participando insólitamente en el programa Hora Clave, en el afán de poner baza en el asunto de la carne desde su pertenencia, el tipo se comportó como un patán.

De nada sirvieron las rutas de sofisma que el conductor había puesto como trampera para armiños en los vericuetos de una discusión que transcurría con la prolija liviandad de cualquier programa de televisión. Glorioso momento fue aquel en el que el doctor defendió postura planteando como absurdo que alguien fuera malo por el sólo hecho de llamarse Martínez de Hoz, como si alguien hubiera hecho alguna referencia a la condición moral de los dentistas, profesoras de batik o cantantes de Funky que llevaran ese apellido. El tipo se las había ingeniado para acorralarse, para desgraciarse, para parecer un estúpido. Y lo peor: un estúpido que creía que su estupidez era un derecho.

Por eso intentó suspender el concurso de puestas diciendo que se iba si se pretendía ideologizar la discusión sobre el precio de la carne.

Si sólo hubiese sido ignorancia. Pero no, el tipo tenía desnudo el desprecio. Se le veía a su desprecio las partes pudendas. Tiró la frase, la «idea», jugando a engañar bobos, a poner a los imbéciles que miran un programa de TV en la certeza de que una cosa tan material, tan cotidiana, tan sangrante como la carne de vaca no puede guardar relación con las cuestiones tan inasibles, inmateriales y evanescentes como las ideologías. ¿Que puede tener de jugosa la teoría del plusvalor o de revelador un pedazo de marucha?

Ese fue el camino que el desprecio le indicó. Porque el tipo debe saber que esa suspensión del discurso ideológico es la ideología de las dictaduras. El tipo debe saber, decimos nosotros, que las leyes de mercado son los decretos de la dictadura del dinero. El tipo debe saber, imaginamos los giles, que todo lo que está pasando con el precio de la carne es una pulseada de poder de los grupos económicos vinculados al sector con el gobierno de K.

Porque si no quiere decir que el país ha perdido tanto en tan poco tiempo que ya no le queda ni la inteligencia del enemigo.

No, es muy sencillo, el tipo salió de la casa tan apurado que no tuvo tiempo de maquillar su desprecio. Y se le vio por televisión.

Esta entrada fue publicada el Jueves, 19 de Abril de 2007 a las 20:21