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Verdades sobre una Ley de Ley

Si la Ley 26522 de servicios de comunicación audiovisual estuviese en plena vigencia no tendríamos que hacer esta enumeración, ya que la ciudadanía, con el derecho a la información garantizado a pleno, lo sabría.
En cambio, pobres esbirros de los poderes mediáticos concentrados, ofrecen todos los días cuotas indigestas de mendacidad, escamoteos, fraudes informativos y gambitos de truhanes.
De manera que aquí va:

La ley tiene bondad de origen

Es el resultado de 25 años de lucha inclaudicable; demandó para su diseño la participación de más de tres mil actores directos, comunicadores, trabajadores, docentes, intelectuales, radiodifusores libres, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, pueblos originarios, colectividades, representaciones de todos los credos. Dos mil trescientos aportes en veinte foros que durante medio año se realizaron en todo el país. La aprobación de 143 diputados (casi las dos terceras partes de la Cámara) y 44 senadores (casi las dos terceras partes de la Cámara), el reconocimiento de los organismos internacionales, la declaración de “ejemplar” por parte de la relatoría de la OEA, y la promulgación inédita de una ley con miles y miles de ciudadanos acompañando el acto durante toda una jornada a las puertas del Congreso de la Nación.

Lo único que se le opuso ha sido el interés de los grupos concentrados

Desde que la posibilidad de democratizar el espacio mediático cobró vigor, los argumentos para detener el proceso se dieron sin solución de continuidad, es decir con “persistente incoherencia”.
Primero se atentaba contra la libertad de expresión. Después se cambiaba un monopolio por otro al hacer ingresar a las telefónicas. Luego, el monopolio que iba a ser cambiado por otro, dejó de ser monopolio para convertirse en una empresa exitosa que se interponía en las obsesiones del gobierno por apoderarse de la mediación. Es decir, a medida que la letra mentirosa dictada desde el corazón mismo del sistema mediático hegemónico y concentrado se desvanecía, nuevos runrunes y nuevas mendacidades ocupaban el lugar de la discusión negada.
No hubo oposición intelectual ni debate ideológico ni discusión sensata sobre el derecho a la información y las libertades que le vienen por añadidura, de expresión y de prensa. Sólo el interés de proteger la posición dominante del oligopolio, cuya hechura enraíza en las páginas más oscuras y desgarradoras de la historia de los argentinos. Hablo de Papel Prensa como hablo de la Ley viciada de origen con la letra ensangrentada de las manos de Videla y Martínez de Hoz.

La transformación tecnológica es una promesa con ley y una amenaza sin ella

La expansión y extensión del espacio comunicacional que se promete desde la creciente tecnología es una invitación para la multiplicación de actores y para aumentar la superficie de la expresión y la información de manera más democrática. Sin embargo, las actuales condiciones legales que la Argentina padece en este momento, resultado de la inculcación de derecho a la que estamos sometidos por decisión de una Cámara Federal de Mendoza, no hace otra cosa que generar la amenaza de una mayor concentración, de una más acentuada posición de dominio en el mercado, y de una concentración fascista de la palabra pública.
Esta sola razón es suficiente para que cada argentino vea peligrar, en la suspensión de la Ley de la Democracia sus garantías constitucionales referidas al derecho a la información y a las libertades de prensa y de expresión.

La Ley es Modelo en un mundo con la democracia en peligro

Sucede que el modelo político de la cultura occidental se está agotando. Incapaz de corresponder y dar indicadores y prácticas a las nuevas realidades humanas sólo ha sabido dar una compulsiva respuesta en la expansión tecnológica, la que amenaza con terminar de minar sus propios cimientos.
Ese modelo, a pesar de los dispositivos de autocontrol, tiende fatalmente a la concentración, siguiendo los impulsos naturales de su condición económica. El proceso conlleva a mimetizar todos los circuitos con el circuito del poder económico haciendo que las prioridades de este último se conviertan, de manera suicida, en las únicas prioridades.
Este es el primer problema: El sistema así como está muestra obscenamente la incompatibilidad de los intentos de veracidad y de rigor informativo con un modelo de mercado como el actual.

Así las cosas, en el imperio simbólico del mundo occidental el destino de la palabra pública depende de un proceso de democratización como el que la Argentina a construido democráticamente con la participación de los actores directos y los niveles institucionales de la República.

El mundo observa con preocupación los resultados de la concentración mediática.
La representación es conmutada por la delegación absoluta, con sistemas políticos parapléjicos y aparatos jurídicos garantes de la injusticia extrema y modelos sociales de escasa a nula movilidad. La red simbólica es una monstruosa campana de silencio en dónde sólo se deja escuchar el hipócrita recitativo de la sumisión al orden de la “igualdad”. La ley ante la que se prosternan todos por igual no es igual para nadie.
Toda aquella realidad que no consagre el modelo debe ser expulsada del mundo simbólico. Los conflictos planetarios que aparecen en el gran sistema concentrado de difusión son proscriptos de la pantalla mediática, los cuerpos teóricos que minan la credibilidad del paradigma único de la posmodernidad son confinados a los suburbios de ese régimen, las prácticas políticas que ponen en acción la crítica al gobierno de esta doctrina universal son combatidas con furia o silenciamiento, y si se obstinan en existir la orden de aniquilación no tardará en darse sin pudores ni medias tintas.
Garantizar la diversidad y la representatividad de todos los actores,
evitar la constitución de monopolios u oligopolios y toda otra maniobra concentradora de medios de comunicación, enfatizar el carácter público de los medios independientemente del agente de gerenciamiento que tengan, a los efectos de por cumplir sus cometidos social, cultural y político en orden al bien común y al sostenimiento de la democracia, es el alma del diseño de la Ley de la Democracia que debemos defender.

Tato Contissa, el Lunes, 3 de mayo de 2010 a la(s) 12:02 ·

Poema del Tato Contissa

 

Tato Contissa  escribió esto algún noche del año 2005 en un mantel de Lalo de Buenos Aires.

 

El tiempo nos anda por debajo

Nada ni nadie detiene los pasos que no damos

¿viene la muerte?

¿se va la vida?

Qué importa, que otra cosa importa que el transcurrir inexorable

El tiempo siempre triunfa

Y siempre es su derrota

 

 

El camino nos anda por debajo

Y nuestros pies apenas si fingen el camino

Yo que soy andante sin destino

Dejo mis pies quietos para que anden

 

 

 

 

 

Un Backstage sobre el peronismo y los medios

Este artículo ha sido publicado en el primer número independiente de la revista CONTRAEDITORIAL en respuesta a una opinión publicada por Pablo Sirvén.

Ni el peronismo es una entidad hierática ni el sistema mediático es un agente de la cultura que no haya sufrido profundas modificaciones especialmente en los últimos sesenta años. De manera que ofrecer un inventario de contactos mutuos a los largo de sus historias es, cuanto menos, una ingenuidad epistemológica.

Es que la aventura de un ensayo sobre las relaciones entre peronismo y medios es demasiado valiosa como para reducirla a la metáfora de la película siempre vista.

Justifica a quienes siguen esa vocación por la simpleza, el hecho de que la sociedad contemporánea no ha dado, ni en la Argentina ni en el mundo, una revisión sobre la naturaleza de la relación de los sistemas mediáticos con procesos históricos que impliquen revulsión política y social. En el país, precisamente, nadie (que conozca) se ha ocupado de la relación entre el sistema mediático argentino y el peronismo, considerado éste un fenómeno político y social de identidad única en la última mitad del siglo veinte.

Los intelectuales europeos se encuentran encarcelados en las categorías filosóficas y políticas acuñadas a la luz de sus propios procesos históricos. Estas lentes se han mostrado siempre incapaces para observar fenómenos políticos en América Latina y el Tercer Mundo. Con los argentinos, y con la mayoría de los intelectuales de la Argentina, la posibilidad de la excusa se hace menos posible.

Mirar al peronismo en relación con los medios de comunicación es, en primer lugar, la toma de un caso de la dialéctica natural entre los sistemas sociales y lo procesos históricos. Una dialéctica que si no se desarrolla de manera reversible nos puede hacer caer en el error de tomar las categorías del sistema como las categorías del análisis. Es lo que sucede cuando se mira esa realidad desde las ventanas de los grandes diarios o de las inefables pantallas del sistema mediático o desde el cine de la película reiterada.

La reversibilidad requerida, por otra parte, implica también considerar las categorías surgidas como consecuencia del desarrollo de ese proceso histórico llamado peronismo y que no es otra cosa que una cultura, es decir, a su vez, otro sistema.

En segundo lugar, algunas observaciones preliminares respecto de ese sistema mediático resultan imprescindibles para la comprensión de la relación que indagamos. Decir, por ejemplo, que el sistema mediático no es homogéneo y que en él pueden observarse localizaciones, alturas, es decir áreas topográficas diferentes, todas ellas irreductibles a la variada naturaleza tecnológica que presenta y no desdeñar la dinámica de la historia con los cambios sustanciales que ha provocado en todo el sistema de la cultura. Quiero decir con esto que la alta concentración de medios, por caso entre otros casos, es un estado al que hay que atender mucho más que a la simple división entre medios audiovisuales y prensa gráfica, puesto que la construcción de la agenda se uniformiza independientemente del soporte técnico que la exprese (radio, TV, primeras planas).

Tampoco puede dejarse de  recordar que dentro de ese sistema mediático, una diferenciación funcional llamada periodismo actúa como reconstructor de los fenómenos de opinión pública y del resto de los subsistemas de representaciones que tienen como fanal, fuente y escenario a los medios de comunicación de masas.

Verdad de Perogrullo ésta última, que es religiosamente reemplazada en el discurso y la conciencia por la idea absurda de que el periodismo es un transmisor de realidades puras sobre las que se practican ciertas técnicas de producción.

(Ver nota: Reflectores, encandilados y enceguecidos)

Toda vez que recuerdo en voz alta que el sistema mediático en cualquier país de Occidente es una estructura operativa simbólica de la democracia burguesa, los ojos de un sinnúmero de colegas pierden ese brillo de progresismo que suele iluminar las más  de sus observaciones acerca de la realidad.  Un asombro que anida en la ignorancia de que el capitalismo y su sistema de generación simbólica están decididos a albergar, pero en versiones descafeinadas, a todo el espectro ideológico de la humanidad. Dicho de otro modo, igual que con el colesterol, es posible imaginar la existencia de un nacionalsocialismo bueno y uno malo, de un capitalismo bueno y uno malo, de un socialismo bueno y uno malo. Los buenos son los sistémicos, los malos aquellos que alojan fuera del sistema y “lo amenazan”. Atentos con la palabrita.

Si en algo el peronismo conserva su estigma revulsivo es justamente en el hecho de que, a diferencia de lo mencionado, no registra en el sistema mediático y en la concepción del periodismo hegemónico una versión buena, aceptable, sistémica. En ese sentido sigue siendo como lo caracterizara el  decir de John W. COOKE: “ el hecho maldito de la argentina burguesa”.

Siendo así no habría que explicar cosa alguna para asentir en el hecho de que el peronismo y los medios no se llevan, no pueden llevarse, naturalmente son antagónicos.

Es el sistema tiende a eximirse de explicaciones que lo conviertan en un polo, una opción, una posibilidad o uno de los extremos de una dialéctica. Su posición hegemónica lo lleva a producir significaciones que consoliden sus visiones parciales y su cosmovisión como únicas. Así los conceptos de “economía” siempre se resuelven dentro del universo conceptual de la economía capitalista, su concepto de “ciencia” lo mismo, como cualquier otro discurso propio que se establece como discurso dominante primero y excluyente después.

De manera que, puestos el dios y los altares, prontamente la cuestión de la posición divorciada entre el sistema mediático y el peronismo se explica en términos del ataque y las restricciones que el peronismo ha realizado, efectivamente, a la libertad de prensa.

Conviene detenerse en esta cuestión puesto que por sí es capaz de explicar una de las razones por las cuales la naturaleza de lo mediático procede naturalmente a indisponerse contra cualquier manifestación de insurgencia y viceversa.

Dije bien, que el peronismo ha atentado ocasional y no tan ocasionalmente contra la libertad de prensa. Ha cercenado esa libertad, ha aplicado censura, ha presionado sobre los medios a veces sistemática y a veces furiosamente.

No curiosa, sino lógicamente, el peronismo ha realizado con mayor violencia esa política en los períodos de su historia en los que más peronista fue. Digo, especialmente, en los dos primeros gobiernos de Juan Perón.

Si aceptamos que, al menos por partida de nacimiento, los gobiernos que componen el decenio de Carlos Menem son peronismo, digamos que en sentido inverso fue en esos, los años del peronismo menos peronista de la historia, cuando más se facilitó la libertad de prensa y la relación de los grupos económicos y de poder con el sistema mediático. Desde la privatización de los medios en manos del Estado, hasta la ruptura de las trabas legales para la constitución de monopolios multimediáticos pasando por la archiconocida “cadena de la felicidad”, fue durante ese período en que más se gozó en el país la libertad de prensa.

Ahora bien, hay una distinción que el sistema no hace, que la prensa no hace, que los periodistas no hacen, que los politólogos y comunicólogos no hacen. Una distinción central que nadie hace. No son ni la libertad de prensa, ni la libertad de expresión los fundamentos de la libertad ciudadana que los principios democráticos necesitan garantizar. El derecho base a garantizar, derecho que le da sentido a la libertad de expresión en general y de entre ellas a la libertad de prensa, es el derecho a la información. Se trata del derecho esencial del ciudadano, para su toma de decisiones, para el ejercicio de su libertad, para la garantía del sistema y la transparencia en el ejercicio de los poderes y potestades que confiere.

Si se mide bien, habemos infinidad de casos en que la libertad de prensa de los medios de la democracia burguesa implican cercenamientos flagrantes al derecho ciudadano a la información.

Si es cierto que el peronismo no ha sido campeón de las libertades de expresión y prensa, también es cierto que sus gobiernos no han sido los mejores y emblemáticos en el ejercicio de la censura, la restricción o el cercenamiento de esas libertades. Podría hasta mejor afirmarse que se ha mostrado en las más de las veces bastante torpe para el ejercicio de la regulación, la censura y la restricción de esas libertades si se lo compara, por ejemplo, con los períodos del fraude o las dictaduras cívico-militares de la segunda mitad del siglo XX.

La respuesta es sencilla: sólo los verdaderos poderes que operan detrás de los cortinados de esa versión de la democracia tienen el derecho y la potestad de ejercer censura, regulación y cercenamiento, en última instancia a su propia prensa y a su propia libertad de expresión. Lo hará a través de las presiones económicas o a través de sus gobiernos, de urna o facto, que de ambos han tenido.

De manera que, repito, la razón de la mala prensa del peronismo respecto de la prensa se explica si somos capaces de reconocer la pertenencia del sistema mediático por origen y por cultura al modelo democrático burgués por un lado, y al carácter insurgente y revolucionario del peronismo frente a ese modelo. El resto resulta de la interacción de ese sistema con el proceso histórico, de ella, la experiencia individual y colectiva del periodismo se tinta en enfrentamiento, temor y antipatía natural al peronismo. De generación en generación, de maestros a alumnos, de la escuela a la Universidad, de derecha a izquierda según las categorías de mapeo político del Occidente europeo, para un periodista no debe haber nada peor que un peronista.

También está cierto y claro decir que el peronismo jamás supo qué y como hacer en el sistema mediático, casi como decir que jamás tuvo seria política de medios.

Para ser más exacto, revisando la historia, el peronismo no ha sabido cuando ha podido y no ha podido cuando ha sabido.

Hasta ahora.

Por las circunstancias que fueren, el golpismo mediático que azota a América Latina bien podría ser una razón, el gobierno peronista de Cristina Fernández de Kirchner ha interpretado la oportunidad y se dispone, con “la amenaza”  de una Ley de Radiodifusión de la democracia, a democratizar la palabra pública. Todas las luces rojas de emergencia del sistema se han encendido, “el hecho maldito” vuelve a conmocionar al “establishment” que ha medrado con el mamarracho jurídico de la ley de la dictadura.

El peronismo había traído en sus albores otras voces al escenario de la política. Insolente y “procaz” para los que detentan la palabra pública, ahora quiere ponerlos en igualdad de ley frente a todas las voces del presente, inclusive a aquellas que no le son propias. Demasiada democracia para quienes sentados a ver películas repetidas en el cine, desconocen las técnicas reveladoras del Back Stage.

 

El Viejo de los Ojos

 

Con ojos de presagio el viejo desmiente la vejez.

Los iris claros desorbitan y atraviesan

mirando el pasado como quien está anunciando lo que viene.

Perro de muchas lunas

escribe enamorando para no quedarse solo.

Le saca fotos a las sombras

y te las revela en colores palpitantes y sonoros,

porque está convencido de que la vida sería inútil

sin el calor de las hembras,

sin los amigos tolerantes,

sin el enemigo de la amenaza eterna.

 

Puño de letra, el pueblo,

le traza la palabra,

lo suficientemente ancha

como para que la cursen todos los que emigran de las injusticias,

lo suficientemente limpia como para que pueda ser cantada.

El viejo es un tramposo de la nada

Un tahúr iluso de naipe transparente

Un semental de furia mansa en el potrero de la lucha

preñando la tropilla de los de los sueños tibios

y de las guerras calientes.

 

Nosotros, con unos cuantos escalones menos,

lo miramos atentos

con una rara mezcla de estupor y otros amores machos,

y le seguimos el paso de la mano en el hombro,

porque no hay otra cosa que podamos sentirle

ya que el viejo muchacho,

el de los ojos grises de mirar el tiempo todo el tiempo

acaparó todo el asombro.

 

Tato Contissa

¡Por qué no te callas!

¡Por qué no te callas! es la orden que se daba a los muleros, a los lacayos, a los sirvientes y, por extensión, a cualquiera de cuna plebeya; quizá el arresto de altanería recidiva de quien fuera reserva monárquica, luego palafrenero del franquismo como escalón previo a representante de las empresas españolas (y sus mixturas) en las viejas colonias.

Chávez es un insolente en todas sus acepciones. Atrevido de la boca que no debe decir lo que es. Descarado de la cara que pone el funcionariato internacional bajo la estética diplomática. Temerario porque no mide, no mensura, no se mesura. Irreverente porque desconoce la reverencia anacrónica de la democracia liberal burguesa para con los oropeles falsarios de las monarquías parlamentarias.

Chávez es un insolente, Juan Carlos de Borbón un petulante extremo que no trepida en atropellar soberanías y en desmerecer a los representantes de los pueblos de América Latina.

La cuota de insolencia de Chávez es tan necesaria a la política de la región como la mesura de Bachelet o la conducta pendular de otros mandatarios. Todos ellos usan el escenario común para consolidar lo de común que hay en nuestros intereses. De pronto, en una discusión legítima, una discusión que no rompe sino que aclara, irrumpe la orden. Una frase imperativa, desaforada, ofensiva para todos y cada uno de los representantes de los pueblos allí congregados. Porque eso fue, una deslegitimación de las múltiples voluntades populares que sostienen a duras penas sus democracias en la región. Democracias que pulsean contra las presiones de adentro y de afuera y que se encuentran en camino de reunir sus voces en una polifonía mejor para hacerse escuchar más rotundamente en los nuevos estadios del mundo globalizado.

 

Parece que nadie se percató de esto. No hay escándalo ante el exabrupto, que no descalifica conceptualmente, no discute, no argumenta, ni siquiera puede considerarse como auténtica manifestación de fastidio, sino que pretende clausurar toda discusión desde una supuesta potestad de hacerlo.

 

 

¿Quién le exigirá la disculpa?

 

Estaba ahí en la vigilancia de los intereses de algunos españoles, bien que no de todos y menos de la mayoría, y plantó la arrogancia de un derecho que nadie le ha dado en estos suburbios del mundo occidental.

No se le sabía temperamental hasta hoy, como jamás se le escuchó alguna inteligencia en casi cuarenta años de protagonismo. Hoy estalla con una furibunda impertinencia y se retira de un cónclave en el que no debería haber estado. Todo lo que sabemos de él está relacionado con la farándula política y sus antecedentes como patrocinador de negocios y alfombra persa del franquismo.

 

El gobierno argentino debería reconsiderar, en el futuro, la pertinencia de otorgarles a estos personajes la responsabilidad de mediar en conflicto alguno que la Nación afronte. La región tiene que prescindir de ellos, no hay que facultarles la palabra a quienes nos quieren hacer callar para imponer su silencio.

 

Por el pueblo español amo el flamenco, tolero a los toros y me trago la repugnancia que me producen lo monarcas de estos tiempos, sus afeites de revista Caras, su relevancia sin más mérito que la herencia, sus funciones de lobbistas y su condición ornamental de porcelana de repisa.

Pero todo tiene su límite.

 

Esta entrada fue publicada el Lunes, 12 de Noviembre de 2007 a las 18:55

El Gen

“Cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, absurdo, idiota, esa novela canallesca escrita por un loco»

Alfredo Zitarrosa

El inconfeso precepto reza algo así como: «nada es tan importante que merezca ser tratado de otra manera que no sea la manera de los medios y nada es tan poco importante que no adquiera relevancia cuando es tratado por los medios de comunicación». («Salven a Clark Kent», Corregidor, Buenos Aires 2005)

Lo pensé hace unos cuatro años, cuando ignoraba que la genética y la democracia telefónica hubieran de tener tanta incumbencia en la comprensión de la historia de la Argentina. Tampoco imaginaba entonces que las ideas de Menguele sobre el determinismo hereditario hubiesen prosperado tan inesperadamente en el terreno de las ciencias sociales que traduce la televisión.

No consuela que tal vez sólo se trate de un juego, porque «El Gen Argentino» en tal trance, juega con lo que carece de repuesto. Tal vez pueda decirse que sólo se trata de un programa de televisión, pero únicamente si se cree que, en los tiempos de la sociedad mediática, un programa de televisión pueda ser sólo un programa de televisión.

Lo dramáticamente cierto es que «El Gen Argentino» carece de todos los rigores sobre los cuales la historia ofrece su sentido del pasado para la mirada del presente. Las técnicas historiográficas acusan ausente, la concepción historiológica es nula, y los hechos históricos padecen de naufragio continuo en los caprichosos mares del SMS.

Si se pretende experimento habrá de ser mediático y no historiográfico, porque nada se halla tan divorciado de la ciencia como este sistema de mutilaciones que hace el camino inverso al del Dr. Frankenstein, arrancando de cuajo a los personajes de sus tiempos y encajando sus pingajos sangrantes en una extraña galería de cera virtual. Así ni Guevara es Guevara, ni Gardel es Gardel, ni Perón ni Evita, ni Borges o Maradona, pueden resultar otra cosa que una réplica ortopédica de sus propias sombras aberradas por la enloquecedora luz de los sets.

Ahora, si se pretende política de la historia, El Gen Argentino resulta un remozamiento de lo que la historiografía oficial y tradicional construyera como relato a partir de Caseros. Al menos, el resultado es el mismo: ausencia absoluta de las corrientes políticas e ideológicas del país y la región, y conversión del pasado en una hierática galería de bustos desustanciados a fuerza de biografismo y procerato.

Podría, en síntesis, tratarse de un desatino o una estupidez. Pero a medida que envejezco recupero la curiosidad del niño. Mirando detrás del entarimado sobre el que se monta la escena, veo una silueta nítida que no es genética por cierto, sino pedagógica, y que resulta ser la vieja cuestión de una estructura de poder que explica el fracaso nacional denunciando las virtudes del país como defectos, y que educa en la autodenigración para consolidar las bases del sometimiento. Es la política de la férula, que no ayuda a crecer sino que somete a un único tipo de crecimiento.

Si Alfredo Zitarrosa tiene razón en el fragmento con el que abrimos estas líneas, El Gen Argentino es, sin duda alguna, un excelente programa de televisión.

Críticos de tenis, Patólogos y sembradores de sal

«El mundo necesita explicarse» es la frase preferida de los pensadores.

No para todos revela su significado central, el de que todo proyecto de organización humana demanda de un relato que lo sostenga. En general, los pensadores del sistema de pensar del mundo occidental se reservan la definición funcional de la frase, puesto que si el mundo necesita explicarse «acá estamos nosotros dispuestos a la tarea» a tanto por palabra.

Santiago Kovadloff acaba de publicar un libro que compendia sus columnas en el diario La Nación bajo el título «Los apremios del día». El matutino intenta una prelectura del texto desde una entrevista al autor que no excede las tácticas promocionales y que en contenido tampoco traspasa la frontera de los artículos agrupados en el libro.

Me propongo no una discusión en el terreno filosófico dada mi impericia y mi astenia para la tarea, mas si una acción de contrarelato necesaria, habida cuenta la impunidad con la que el pensamiento establecido machaca la letra de la cosmovisión colonial.

Para SK, aunque parece no lo ha advertido, la raíz de los problemas de la Argentina se encuentra exactamente en los sitios y en los momentos en los que ha intentado desembarazarse del destino impuesto a su condición de país semicolonial. Es decir, confunde fruto con raíz, y aún cuando el fruto encierra la semilla de la continuidad, se trata de un error fatal tanto en la Botánica como en la Filosofía.

Tal vez no sea mala intención. En cualquier caso SK no podría verlo dada las categorías utilizadas para el análisis y el método forzado por el que se obliga a enajenarse de las condiciones históricas del objeto que intenta describir. Esta metodología pone al «pensador» en la incómoda y desalentadora situación de quien observa un partido de tenis, haciendo puentes con la mirada entre lo que el país debería ser (según el modelo del otro objeto, el que está en el otro extremo de la cancha) y lo que el país no puede ser por las propias imposibilidades que le genera jugar su partido en la desventaja que le imponen las reglas hechas a la medida del adversario.

Se nota que Kovadloff está mareado y en su agotamiento decide criticar «el mal tenis» de la Argentina y mirar, a sólo efecto de corroboración, el letrero del marcador que nos tiene demasiados sets abajo.

 «Somos un país atrapado en modelos ineficaces y obsoletos –dice. Nuestra transición a la vida democrática está incompleta. Salimos del autoritarismo de Estado, pero no del caudillismo y del autoritarismo personal» 

Está claro que para SK el asunto pasa por el diseño institucional y no por los roles históricos de los actores interinstitucionales.

La Argentina parece no haber tenido una estructura económica dependiente, un forceps en su evolución social relacionado con esa estructura, un aparato pedagógico orientado a naturalizar su situación de dependencia, un sistema político formal que funcionara como control y garantía del sostenimiento de esas condiciones. Un sistema que no funciona mal, sino que bien, porque está en función de otro sistema superior, el del dominio, que lo diseña y lo perpetúa.

Fue justamente la dificultad de adecuación a esos modelos institucionales impuestos lo que generó, entre otros «males», al caudillismo como herramienta de compensación en los movimientos sociales. De manera que es razonable considerar que el caudillismo es más un resultado de la implementación de un sistema que una forma alterna al mismo. Es culpar al grano por la existencia de la infección.

La ecuación es otra, fácilmente comprensible para SK si no se obstinara tanto en mirar los libros contables en los que la Argentina no es una columna sino apenas un renglón: El problema en AL no es de contraposición de cosmovisiones sino de conflicto de intereses, puja que llevan ganando los grupos que tienen en el modelo dependiente su razón de ser.

 El diario La Nación no se ahorra en elogios al definir este desatino poco original de como «diagnóstico crudo». Si fuese yo poseedor de alguna reputación en el club de pensadores me animaría a decir que se trata mejor del diagnóstico de un «crudo» pero, más eficiente cocinero que «ethinker» del sistema, me atengo a asegurar que  lo de SK es más un recocido análisis del tipo de los guisos realizados con restos de comidas anteriores, todas según los protocolos de la Casa Central que explota los royalty del pensamiento hamburguesa.

Tampoco el matutino de los Mitre desaprovecha la oportunidad para subirle el precio al libro que manda a editar cuando afirma que no «escapa a profundos dilemas existenciales».

Rodolfo Kusch , quien no ha gozado precisamente de la atención editorial de la que disfruta SK, ofreció generosos aportes a la corriente del pensamiento existencial rompiendo con la trampa de  universalizar unas ideas para castrar a otras. Lo hizo desde su concepción de «pensar situado», es decir, reconocer el lugar del observador, sus condiciones históricas, las realidades surgidas al margen del pensamiento que intenta atraparlas desde afuera.

Por él, por Kusch, me hago la pregunta: ¿Atravesó América Latina un estado espiritual como el caracterizado por el «existencialismo»? Tengo certeza que esa pregunta noroccidental nunca fue hecha. La crisis europea que da lugar a la «cuestión universal» de esa corriente filosófica no tiene réplica en los países semicoloniales cuya cuestión del ser y de la identidad, cómo en cualquier entidad existente, demandaba sus propias interrogaciones.

Por la misma razón, la cuestión individual que se universaliza en Europa viene  más con tijera de «capador» en mano que con linterna de iluminador.

A pesar de la amenaza de las tijeras, seguir la prosa de SK nos coloca en lugares de tanta ingenuidad que no queda más que dudar de su inocencia.

“La Argentina está enferma de intolerancia, de autosuficiencia, de la presunción de que el fragmento reemplaza a la totalidad”.

La dialéctica política y social en cualquier segmento de la historia implica la imposición de paradigmas. Son partes que forcejean para imponerse al resto y constituir según su sistema, una totalidad. Confundir todas las partes con la totalidad abruma, sobre todo cuando tal  desconcierto proviene de un pensador que seguramente ha trabajado más que el amateur que escribe esta nota a autores como Thomas Kuhn. Una mirada complementaria de los conceptos de paradigma y hegemonía ayudaría mucho a salir del guirigay.

Creía superado, en mi ignorancia, esa idea decimonónica del progreso indefinido tanto como su representación en una trayectoria unívoca, en dónde los pasados son siempre inferiores a los presentes y estos a los futuros.

Debo de haberme perdido algún revisionismo en la materia puesto que SK sostiene: “Progresar es revertir estos problemas con un alto grado de comprensión sobre el porqué de nuestra inactualidad, de nuestra pérdida de protagonismo en el mundo”.  Para añadir: «Estamos más cerca del pasado que del porvenir».
 

 Y adiciona: «Estamos más cerca de la simulación que de la autenticidad, y nuestra organización política descansa más sobre el temperamento que sobre la ley».

Para quien hace como pocos de la duda una jactancia intelectual, SK blande portentosos abolutos, como esta consideración de la Ley. Más modesto y relativo pienso que la ley es una determinación del temperamento epocal. Esta libertad que me da la duda sobre la eternidad de la ley me ayuda a entender que cuando el temperamento real de una organización humana no logra imponerse por comunidad de intereses y consenso y de esta manera facultar «la Ley», se ingresa al estado de «inconciente cosmovisional reprimido» en estado de latencia bajo la otra ley impuesta por corsetes. Es una ley fracasada porque carece de consenso, y exitosa pues se sostiene de la violencia ejercida por unas minorías o por el agotamiento y la dormidera de las mayorías.

A pesar del título los textos de «Los apremios del día»  transitan con velocidad de morgue. El autor diagnostica con los tiempos del forense, a quien no urge la muerte, pero lamentablemente lo hace  sobre un cuerpo vivo: «Es urgente un esfuerzo desde lo político y de nuestras instituciones para entender las causas por las cuales la ética se divorcia del ejercicio del poder, y por qué éste queda asociado a un hegemonismo intolerante».

Un médico de sala de urgencias sabe que el poder no es una definición cualificable, sino una situación estratégica, una dimensión, definición y caracterización de la que Kovadloff debería darse por enterado con la simple remisión a Gramsci y a Foucault. En tanto situación estratégica, el poder funciona en nuestros países semicoloniales como poder de control, ya que los grupos que lo detentan resignan las posiciones institucionales para poder presionar sobre ellas, enajenarlas, asociarlas a las prácticas del fracaso que garanticen la continuidad de lo establecido, sirviendo su frustración, adicionalmente, como advertencia de los riesgos del cambio. La simulación es la de plantear la sinonimia de Gobierno y Poder, cuando resultan actores y naturalezas muy diferentes.

La tranquilidad del patólogo que ostenta SK parece relajarlo en demasía, tanto como para cometer con su bisturí errores de cirujano principante. Pongo estos casos como prueba frente al tribunal del Colegio Médico-filosófico:

“Llamo “saber conjetural” al que, sosteniendo con convicción la defensa de principios, valores e hipótesis, está dispuesto a entender que en su propia concepción de las cosas no se agota la comprensión de la verdad; que hay margen para que otras perspectivas, valores y creencias puedan matizar con su propia razón la nuestra. Pero no significa una tolerancia escéptica. Quiere decir que todas las partes son imprescindibles para formar un conjunto; buscamos una cultura orquestal, sinfónica, abierta a la idea de la integración para contrarrestar uno de los males fundamentales de la sociedad: la fragmentación, la diáspora del conocimiento en una infinidad de especialidades discontinuas que no aspiran a buscarse unas a otras, sino a imponerse unas a otras. Existe también una hegemonía epistemológica. Hay disciplinas e ideologías que aspiran a concentrar en sus manos la totalidad del saber, lo cual, además de falso, es peligroso. Lo mejor es tener parte de razón y no toda»

Que hermosa paradoja. ¿Tendrá Kovadloff en este punto toda la razón?

Y hay más.

-Uno de los males de nuestro tiempo es el que resulta de la pérdida de valores universales; es decir, consensuar. Las democracias más desarrolladas en tantos órdenes objetivos no necesariamente lo están en los órdenes subjetivos y morales. Hoy, los países del Primer Mundo son de cuarta desde el punto de vista de la capacidad emblemática de representar grandes valores éticos y espirituales. ¿Hoy? ¿Ayer sí? ¿El ayer del genocidio africano es de primera en el orden subjetivo y espiritual? ¿El ayer del genocidio americano? ¿El ayer de los imperios Romano, Español, Británico? ¿El ayer de las grandes guerras?¿ El ayer del holocausto, de Hiroshima?

Y finalmente: “Hemos logrado una integración significativa en lo tecnológico y económico, pero estamos atrasados en lo ético y en el valor de la diferencia. Necesitamos que la globalización esté orientada a una sensibilidad mucho más planetaria, abierta a una conciencia clara de la interdependencia entre partes de un mundo que tiene su riqueza en la diferencia y no en la homogeneidad.»

Necesitamos también que los escorpiones no piquen, que la lluvia no moje, y que toda entidad que haya tenido éxito en su desarrollo contradiga porque sí su propia naturaleza. Sería difícil si no fuera imposible. Como resulta imposible que de la naturaleza del intelectual rentado salga alguna idea molesta para el que paga la renta.

Dice muy bien SK que: “Albert Camus escribió, hace más de medio siglo, estas palabras que deberían servir de acápite al emprendimiento de las transformaciones indispensables que aún estamos a tiempo de llevar a cabo: ‘Lo que me parece deseable en este momento es que, en medio de un mundo de muerte, se decida reflexionar sobre la muerte y elegir. A través de los cinco continentes, y en los años que vienen, una interminable lucha va a desarrollarse entre la violencia y la predicación. Es cierto que las posibilidades de la primera son mil veces más grandes que las de la última. Pero yo siempre he pensado que si el hombre que tiene esperanzas dentro de la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimientos es un cobarde. Y en adelante, el único honor será el de sostener, obstinadamente, ese formidable pleito que decidirá por fin si las palabras son más fuertes que las balas.’
 

Camus no debió haber conocido a los intelectuales de estos lares. Aquí la amenaza de bala compra la palabra, y la hace balas de otro calibre que son disparadas contra las palabras que enfrentan las balas. La violencia simbólica no fluye exclusivamente desde las pantallas del sistema mediático, sino que también se consagra en las catedrales del pensamiento semicolonial establecido como garantía de que nada habrá de ser dicho.

Como en Cartago, siembra de sal para que nada sea sembrado.

 

Vienen por todo

El ciclo de concentración mediática materializado en los noventa no sólo no ha cesado sino que, adicionalmente, ha incorporado dos movimientos centrífugos que hacen menos viable aún la posibilidad de un proceso de democratización de la palabra pública: Uno vinculado con las nuevas disponibilidades tecnológicas, el otro con la reducción del espacio político al espacio mediático.

 

Las voces alternas a este sistema oligopólico estamos confinadas a la marginación y a la marginalidad, asunto que sería de la insignificancia de los destinos personales sino estuviesen en juego lo que en otros tiempos se llamaban superiores intereses de la Nación. Si la senadora Cristina Fernández advierte o es advertida de esta situación es esperable que trace políticas públicas adecuadas a la realización de un espacio mediático garante del derecho principal a resguardo, que es el derecho ciudadano la información. Aún no se ven barcos en el sentido de esa corriente imprescindible.

 

 

La primera resignación es la de haber aceptado que los medios de gerenciamiento privado se hayan quitado la responsabilidad del carácter público que tiene todo medio de comunicación. Sin sonrojos y con bobalicona euforia los medios de gerenciamiento estatal se arrogan con exclusividad el carácter de medios públicos, consagrando así la pretensión de los privados de eximirse de sus obligaciones naturales y lanzarse sin limitaciones a la mercadotecnia de la comunicación.

 

Cuando se planteó en los primeros meses de 2004 el tema de los destinos de los medios públicos, se soslayó (y aún se soslaya) una cuestión central en esa discusión. Todos los medios son públicos. Hay medios públicos de gestión privada, medios públicos de gestión estatal y medios públicos de gerenciamiento a cargo de otro tipo de organizaciones, cooperativas, clubes, asociaciones intermedias, etc. Esto significa, lisa y llanamente, que la cuestión del cómo en el espacio público es cuestión regulable por la administración de lo público, que sigue siendo el Estado.

 

Los falsos cultores del primermundismo desconocen la materia legal que los principales países europeos tienen sobre el carácter social y nacional del espacio radioeléctrico en dónde los Estados y sus convenciones recíprocas no ceden el derecho de regulación de la utilización de ese espacio. Tiene que venir Hugo Chávez, recidiva del caudillismo decimonónico según sus detractores, para plantear esta cuestión ante la mirada deliberadamente distraída del sistema mediático hegemónico.

La concentración de los medios y su amenaza a la democracia no parece alterar a los democráticos periodistas y comunicadores empleados por ese sistema.

 

No escucho, por dar un ejemplo, a los periodistas que hablan de la caricatura del menemato hacer referencia a la enajenación de medios practicada durante la década del menemato ni a la disimulación de la naturaleza pública de los medios de comunicación. No los escucho, no los leo, no los veo.

 

El desarrollo tecnológico de las comunicaciones ha variado en versión recargada para seguir siendo lo que ha sido siempre el sistema de medios en la Región. Las noticias que se generan en los países rara vez alcanzan a superar el filtrado de las agencias noticiosas llamadas Internacionales, y  si bien los nuevos medios electrónicos en la RED, y la subida al satélite son un acceso relativamente posible, la gran difusión se encuentra concentrada en pocos medios masivos quienes detentan la CONSTRUCCIÓN DE LA AGENDA tanto regional como en los países integrantes.

 

Salvo intentos incipientes como Telesur, la mayoría de la información es administrada por las grandes cadenas televisivas, y los espacios informativos se saturan dejando poco o nulo lugar a la circulación de información propia en el interior de la región.

Las categorías informativas, es decir los moldes de noticias  se construyen también en los grandes centros bloqueando temáticas y cambiando la jerarquía de las informaciones de acuerdo a un esquema de intereses generalmente opuestos a los de los países de América Latina.

 

Cualquier intento de los gobiernos de plantear una política de comunicación alterna es denunciado por las corporaciones como atentatorio contra la «Libertad de prensa», y los medios de los Estados son, en cada país, sistemáticamente confinados al desfinanciamiento   y alejados de los mercados informativos y de la incidencia en la «lucha» por la formación de corrientes de opinión.

 

La palabra propia y las palabras alternativas son acorraladas en circuitos lejanos a la comunicación masiva. En un tiempo en que el poder de la comunicación es casi omnímodo, el panorama resulta desolador. La comunicación comercial, la información de mercados regionales es prácticamente inexistente a sola excepción de lo que se ofrece y demanda a través de INTERNET, que constituye un conglomerado de esfuerzos aislados, sin sistema y sin poder de organización.

 

De toda la producción intelectual y material de los países de AL solo se socializa en la región una parte menor, generalmente relacionada con los estándares informativos diseñados por el sistema mediático y la superestructura cultural de ese sistema.

 

No se advierte en este esquema qué posibilidades tendrán los proyectos de integración que asoman en la palabra y la diplomacia de nuestros países. No se imagina que supervivencia podrá tener la política regional que, al menos desde el discurso, preconizan Kirchner, Lula, Chávez, Morales y Correa.

 

En la Argentina el mapa de relación grupos económicos-medios de comunicación-oligopolios cada vez se estrecha más. Los gobiernos que sobrevengan de las democracias condicionadas por este sistema deberán imaginar algo más que acuerdos garantistas para la propia supervivencia. Esa gente viene por todo.

 

Mármol y Patinado, Periodismo y Literatura

«La tercera vez que lo mencioné gané el tercer silencio distraído. Y ese sonó más que ninguno»
 

        Cada vez que el julio de este hemisferio hace valer su frío, se encienden las hornallas obligadas de los homenajes. Eva Perón es una pira ineludible para los flamígeros del pensamiento establecido en la Argentina *. La chispa que arroja el pedernal es una rara especie de pudor que ostenta la intelectualidad de papel prensa, puesto que contiene la honestidad inevitable de la primera acepción y el hedor insoportable de la segunda extensión que tiene la palabra. Téngase claro que esa rara especie resulta el único pudor del que disponen los rufianes.

Tropiezan con la cacofonía de que Evita es inevitable.

Tan ocupados en Perón que la sobrevivió veintidós años, desatendieron la magnitud del fantasma que creció en la memoria del pueblo y se coló en la universalidad de los íconos. Cuando quisieron retomar el escarnio, era tarde. La puta ya era santa.

¿Cómo abordar el altar entonces sin recibir el castigo de su custodio multitudinario?

El mármol que talló la historia solo se pule con mármol, ya no es tiempo de cinceles torpes y asesinos. Así trabajan hoy los miserables.

José Mármol, pluma olvidable sino fuese por sus servicios, inventó empero un modo de fascinación libresca: la técnica del patinado literario. Novela histórica llamaron a esa emulación de la práctica pictórica menor.

Se trata de cubrir la realidad de un tiempo con una gruesa capa de pintura, dejarla secar por el olvido, y luego quitar aquí y allá con una lesna fragmentos para que asome lo que fuera cierto y verdadero. Finalmente, con una esponja fina, pringar al acaso con colores más contemporáneos, dolores, rencores, prejuicios, rumores y maledicencias. Y así queda logrado. Una novela histórica que cumple funciones de novela sin tener mérito de serlo y que cuenta una historia que trastorna el pasado y lo condena a la ignorancia.

Bien puede ser la Amalia de Mármol o la Santa Evita del otro patinador literario: Tomás Eloy Martínez.

 

El diseño cuenta con virtud aerodinámica en los cielos de los dictadores de la palabra pública. Por eso tiene el éxito y la difusión asegurados. No le faltará la prensa ni el galardón, necesarios para convertirse en uno más de los libros más comprados y menos leídos, pero no por ello menos influyente de los de los tiempos después de su tiempo.

Debería dejarme llevar por el deseo y creer que la Evita parida por su pueblo doblegará la insidia en esta nueva forma. Es tan posible como que yo no lo vea. Quizá sea testigo en cambio de la brutal paradoja de que los tahúres como Martínez se animen, de una vez por todas, a decir que en el fondo muy en el fondo, Eva Perón era antiperonista.

Si aún no han perpetrado este despropósito ha sido más por falta de imaginación que por ausencia de voluntad.

Es que como escritores son tan mediocres** que ignoran por ponerle precio a la palabra, que la palabra que vale es siempre temeraria.

 


* “Establishment» es un recurso de buen uso que han tenido los padres del pensamiento nacional, entre los que Arturo Jauretche ha sido el mejor “cliente». Es tiempo creo, de nacionalizar el concepto porque nombra una cosa que tiene en la Argentina un ejemplo desmesurado. Pensamiento establecido opone a pensamiento nacional mucho más que “establishment», porque esta última es tanto una política como una palabra importada que no alcanza a representar cabalmente a la institución colonial que intenta nombrar.

 

** La chatura de este tiempo ha llevado la palabra mediocre a sinónimo de mala calidad, de mérito nulo. En lo que atañe al escritor, a juicio propio que no es necesariamente verdad indiscutible (discutamos si place), Martínez es una pluma mediocre, no mala, pues cumple con los requisitos de la medianía. Su funcionalidad y su servidumbre al pensamiento establecido le han dado rutilancia. Pésimo y a veces malo es  Marcos Aguinis, que no ha tenido por ello menos logro.      

 

Pecado de prensa

El más mortal de todos los pecados es el de intentar democratizar la palabra pública.

La ira de los dioses se abate entonces sobre el intruso que profana los olimpos del decir del tiempo, prioridad y privilegio de los constructores de realidades y sus vicarías distribuidas por las capitales de occidente: el sistema mediático hegemónico.

Hoy como nunca, el espacio político está confinado a ser un suburbio del espacio mediático, y esa subordinación hace de los medios un sitio inexpugnable de la propiedad privada. La red de monopolios y oligopolios se afianza cada vez más. Esa es la tendencia, la de la concentración de la propiedad mediante el sistema corporativo que diluye la personería de los responsables de los medios y amenaza desde las oscuridades de los fondos del retablo con la mano poderosa de los grandes titiriteros.

Chávez acaba de cerrar un canal. En realidad lo cierra en el título, y en el copete de cada información no le renueva  la licencia. Está claro que los grandes medios no pueden hacer que una cosa pase, pero pueden ponerle el título para que de alguna manera (la manera de los medios) ocurra en sus escenarios.

Hace un par de años publiqué un librito* en donde puse en casos y conceptos unas cuarenta modalidades habituales de manipulación informativa. Podría esperarse que los muchachos hubiesen prodigado un poco de esmero como para sofisticar en algo esas operaciones. Pero no. Cada vez son más obvios, más groseros, más descuidados. Es que cada vez se sienten más impunes porque la concentración fortalece esa sensación. Es que, lo queramos o no, lo advirtamos o no, van camino al poder omnímodo.

Ya lograron desvirtuar  su propia naturaleza. Como todo el mundo debiera saber TODOS LOS MEDIOS SON PUBLICOS. La naturaleza, la esencialidad, la razón de ser de los medios es su carácter público. Luego los medios podrán ser gerenciados por privados, cooperativas, instituciones, organizaciones intermedias o el propio Estado, no hace al fondo de la cuestión.

Ese carácter público, esa naturaleza y esa razón de ser, son el reaseguro del derecho a la información y marca la responsabilidad que los gerenciadores de los medios tienen para con esa garantía. La propia libertad de prensa y de expresión son derechos a custodiar en función (y sólo en función) de la protección del derecho que tiene el ciudadano a ser informado y a saber cómo se le informa. Hay en la historia demasiados ejemplos en los que la libertad de prensa no garantizó el derecho ciudadano a la información, y no hay un solo caso a la inversa.

Una digresión. Apena, en este sentido, que Canal 7 diga de sí ser «La televisión pública» sin entender que más que endilgarse una condición que no puede eludir, consolida la voluntad de los medios en manos privadas de arrogarse el derecho de hacer con sus señales lo que se les dé la real y oligopólica gana. Cierro la digresión diciendo que apena, pero no sorprende.

La democratización de la palabra pública no logra plantarse como desafío, como objetivo, como propósito ni como parte esencial de un proyecto político nacional en ninguno de nuestros países. No está siendo visto por los que deberían verlo y está siendo ocultado por quienes medran con su desconocimiento, y confundido deliberadamente por los grupos económicos que los concentran bajo sus férulas.

El futuro amenaza con apremios contra los medios no hegemónicos y alternativos en desamparo legal y con la creciente inoperancia o complacencia de los Estados en sus responsabilidades de garantía y regulación.

Sin ley o con ley tramposa; así se vive mientras la prensa canalla pide «libertad» ante cualquier asomo de garantía para el  derecho a la información.

* Salven a Clark Kent. Exhortaciones ante la muerte del periodismo. Buenos Aires. Ed. Corregidor.

Esta entrada fue publicada el Lunes, 18 de Junio de 2007 a las 20:09