Claros y oscuros en la vida nueva

El último espasmo de la crisis de fin de siglo acaba de abrir la primera instancia de alivio a la sociedad argentina.

El panorama es barroco, signado por el claroscuro. Claro y oscuro que se demandan para hacerse, con el alivio, por primera vez absolutamente evidentes.

A las playas del 2010 llegan los restos del naufragio, una catástrofe que se preparó por casi medio siglo. Deslegitimación democrática vía golpes o fraudes institucionales, proscripción, retiradas tácticas, terrorismo de Estado, regreso con democracia vigilada y tutelada, anteproyecto nacional, ensoñación progresista en matriz conservadora y, finalmente, la crisis terminal.

Pero tal tormenta histórica no logró aniquilar todo, y la sobrevivencia comenzó a reverdecer en estos primeros años del nuevo siglo.

Esos claros han evidenciado en estas horas, de manera palmaria, el estado de absoluta decadencia de una buena parte de la dirigencia política de la Argentina. Construida en los sets televisivos más que en el territorio de la política, y sujeta a las leyes de un sistema mediático cada vez más concentrado, el rezago de la clase política argentina se modeló en afeites, efectos de marketing y operaciones de prensa tanto como en las tácticas de trampero y el recetario de la buena corruptela.

Como Clowns desmaquillados, sus rostros han aparecido como nunca, en estos días, a la luz. Diputados nacionales que con dificultad podrían participar de una reunión de consorcio de edificio o en las definiciones presupuestarias de una cooperadora escolar, jefes de gobierno que mantienen una tortuosa relación con el idioma castellano y en el límite de la imposibilidad de corresponder bosquejos de ideas con oraciones medianamente comprensibles, fiscales celestes que jamás han podido poner en causa o en proceso a nada ni a nadie que se vincule con sus denuncias mediáticas: una tramoya oscilando entre el patetismo y la abyección.

 Como contrapartida, los últimos años le han dado a la Argentina pruebas contundentes de una política posible, generando un puente mágico entre las nuevas generaciones militantes y los veteranos de las frustraciones del último cuarto del siglo pasado. Este es, seguramente, el mayor de los éxitos logrados por este espacio político del peronismo histórico que se llama Kirchnerismo. Y no es cualquier éxito, es casi la revancha sobre la derrota cultural operada desde los años de plomo hasta la epifanía neoliberal.

Uno puede hoy reincorporarse en sus inocencias: la primera magistratura de la Nación está ocupada por el mejor dirigente político de la Argentina de los últimos treinta y cinco años. No se da muchas veces en la vida, y la vida es tan buena que se nos viene a dar.

Tato Contissa, el jueves, 18 de noviembre de 2010 a la(s) 23:16 ·