«La tercera vez que lo mencioné gané el tercer silencio distraído. Y ese sonó más que ninguno»
Cada vez que el julio de este hemisferio hace valer su frío, se encienden las hornallas obligadas de los homenajes. Eva Perón es una pira ineludible para los flamígeros del pensamiento establecido en la Argentina *. La chispa que arroja el pedernal es una rara especie de pudor que ostenta la intelectualidad de papel prensa, puesto que contiene la honestidad inevitable de la primera acepción y el hedor insoportable de la segunda extensión que tiene la palabra. Téngase claro que esa rara especie resulta el único pudor del que disponen los rufianes.
Tropiezan con la cacofonía de que Evita es inevitable.
Tan ocupados en Perón que la sobrevivió veintidós años, desatendieron la magnitud del fantasma que creció en la memoria del pueblo y se coló en la universalidad de los íconos. Cuando quisieron retomar el escarnio, era tarde. La puta ya era santa.
¿Cómo abordar el altar entonces sin recibir el castigo de su custodio multitudinario?
El mármol que talló la historia solo se pule con mármol, ya no es tiempo de cinceles torpes y asesinos. Así trabajan hoy los miserables.
José Mármol, pluma olvidable sino fuese por sus servicios, inventó empero un modo de fascinación libresca: la técnica del patinado literario. Novela histórica llamaron a esa emulación de la práctica pictórica menor.
Se trata de cubrir la realidad de un tiempo con una gruesa capa de pintura, dejarla secar por el olvido, y luego quitar aquí y allá con una lesna fragmentos para que asome lo que fuera cierto y verdadero. Finalmente, con una esponja fina, pringar al acaso con colores más contemporáneos, dolores, rencores, prejuicios, rumores y maledicencias. Y así queda logrado. Una novela histórica que cumple funciones de novela sin tener mérito de serlo y que cuenta una historia que trastorna el pasado y lo condena a la ignorancia.
Bien puede ser la Amalia de Mármol o la Santa Evita del otro patinador literario: Tomás Eloy Martínez.
El diseño cuenta con virtud aerodinámica en los cielos de los dictadores de la palabra pública. Por eso tiene el éxito y la difusión asegurados. No le faltará la prensa ni el galardón, necesarios para convertirse en uno más de los libros más comprados y menos leídos, pero no por ello menos influyente de los de los tiempos después de su tiempo.
Debería dejarme llevar por el deseo y creer que la Evita parida por su pueblo doblegará la insidia en esta nueva forma. Es tan posible como que yo no lo vea. Quizá sea testigo en cambio de la brutal paradoja de que los tahúres como Martínez se animen, de una vez por todas, a decir que en el fondo muy en el fondo, Eva Perón era antiperonista.
Si aún no han perpetrado este despropósito ha sido más por falta de imaginación que por ausencia de voluntad.
Es que como escritores son tan mediocres** que ignoran por ponerle precio a la palabra, que la palabra que vale es siempre temeraria.
* “Establishment» es un recurso de buen uso que han tenido los padres del pensamiento nacional, entre los que Arturo Jauretche ha sido el mejor “cliente». Es tiempo creo, de nacionalizar el concepto porque nombra una cosa que tiene en la Argentina un ejemplo desmesurado. Pensamiento establecido opone a pensamiento nacional mucho más que “establishment», porque esta última es tanto una política como una palabra importada que no alcanza a representar cabalmente a la institución colonial que intenta nombrar.
** La chatura de este tiempo ha llevado la palabra mediocre a sinónimo de mala calidad, de mérito nulo. En lo que atañe al escritor, a juicio propio que no es necesariamente verdad indiscutible (discutamos si place), Martínez es una pluma mediocre, no mala, pues cumple con los requisitos de la medianía. Su funcionalidad y su servidumbre al pensamiento establecido le han dado rutilancia. Pésimo y a veces malo es Marcos Aguinis, que no ha tenido por ello menos logro.