Esto fue escrito exáctamente hace un año, a los pocos días de la muerte del negro Miguel Angel González. Ya es hora.
Yo no te iba a preguntar si te la gastaste toda, si la cueruda de tus ilusiones venía adelgazando tanto como vos, porque hubiese sido preguntar si te ibas para no seguir pato el tiempo que por quedar quedara.
Voy a extrañar mis artes de sacarte la tristeza a patadas en el culo, eso sí. Hablo de cuando me hacías ese Discépolo tardío, lleno de resignaciones que nadie te pedía. Y voy a extrañar el habernos creído entendidos en muertes y aventadores poderosos de todo sufrimiento. Saber que eso que llamábamos “la pena amiga” al calor de nuestras erudiciones, es sólo una turra impiadosa que no para de tirarte ají chileno en las heridas, es todo lo que tolero aprender en estas horas.
Yo sé que le estoy hablando solamente a lo que recuerdo de vos, que ha sido mucho, de muchos años, de todos los meses de todos esos años, y sus semanas y sus días. Tanta cotidianeidad que casi le estoy hablando a una persona que no ha muerto, que todavía tiene palabras y asaltos para abordar mis errores de cálculo y mis errores calculados. Yo sé también, que es decir más, que esto que hago es una variación en la melodía del dolor humano inevitable, que habrá cosas mejor dichas, más necesarias, más autorizadas y que seguramente vos ya has leído. Pero sé también que si no hago esto le estaría fallando a tu histórico preverme. No sé como hiciste pero me adivinaste las tres cartas que tengo desde el mismísimo principio.
Ay Negro, andamos tan al margen de la vida que estamos más a riesgo que nadie de caernos al otro lado. Y yo, que no me cuido, no sé decir cuidado.
Por eso no te avisé que la turra impiadosa no jode con nadie y menos con nosotros, que le tiene mucha bronca a la insolencia y a los tipos que se juegan la vida en una tarde al pedo con queso güisqui y papas fritas. Que esa desgraciada no tolera a los tipos que dicen que las aceitunas y las cebollitas de copetin son verdura. Que no se banca a nadie que sea capaz de llorarse sobrio un soneto.
Ya ni me acuerdo si creías en Dios. Ya no me acuerdo si yo creía.
Si se te da por volver yo voy andar lo que quede más o menos por los mismos lados. No aparezcas de golpe. aparece despacio, a tu ritmo, como siempre. Dame tiempo para disimular toda la bronca esta que no quire ni puede resignarse.
Trae vino.
Tato Contissa, el Viernes, 14 de enero de 2011 a la(s) 9:26 ·