Palabra que milita

Los paradigmas históricos marcan todo: incluidas las profesiones. Los científicos decimonónicos, imbuidos de la centralidad de la ciencia y el pensamiento positivo cobraron un rango superior en las mediaciones culturales hasta el fatídico cachetazo de la Gran Guerra del catorce. Allí Europa dio pruebas que la tecnología y la ciencia no  necesariamente te aleja del salvajismo. Diez siglos antes, la Iglesia Católica Institucionalizada, asentaba el predominio sobre la casi totalidad de las relaciones humanas, desde la constitución de la familia hasta el orden político y militar, pasando por el acuñe de monedas y el dominio financiero de la economía feudal.

Siempre es así, el temperamento de cada tiempo tiñe a cada hombre y mujer de ese tiempo y a todos los entramados que los vinculan entre sí y con el mundo de los objetos. Así tanto en los grandes lineamientos de la historia como en los colores predominantes de las tendencias variables en cada época.

A nadie le extrañe entonces que, retornada la política y la militancia, esa paleta tiña aquí y allá en esta Argentina de nuestros días. Y entre los aquí y los allá los haceres humanos también se coloran.

Los médicos vuelven a discutir el sanitarismo y la cuestión pública de la salud, los arquitectos e ingenieros (a excepción de Macri) discuten sobre la calidad y naturaleza de los asentamientos y el urbanismo como política pública, los actores sienten la necesidad de establecer otro compromiso con la sociedad en la que, con menor o mayor conocimiento, tino y nobleza, en general, la política vuelve a sus cuencos de la realidad cotidiana para que todos la bebamos.

Cuánto más el periodismo, que viene ocupando el centro del sistema de la cultura contemporánea por el imperio de la supermediación de los medios de comunicación, habrá de tintarse de política y militancia. No puede ser que la profesión encargada del relato del presente se exima de hacerse a sí misma de ese presente, decir presente y hacerse presente, para parafrasear a Jacques Derrida.

Es tan obvio, que uno debe preguntarse qué pasa que hay tanto alboroto y tanta voluntad condenatoria en algunos sectores de la sociedad argentina para lo que llaman periodismo militante.

Intentaré un bosquejo de respuesta.

La Argentina del antiproyecto inaugurada en marzo de 1976 y consolidada entre 1983 y 2001, supo desde el principio que había que congelar el relato. Las dos instrumentaciones para este cometido son noticia vergonzante en estos días: la ley de radiodifusión de la dictadura y la enajenación de la empresa papel prensa.

El periodismo debía sufrir la misma operación de asepsia esencial ya operada sobre la Economía. Como se sabe, cada vez que se habla de Economía se la comprende como una ciencia sin tendencias, sin escuelas, sin variaciones. La Economía es la del designio neoliberal, monetarista, dependiente, ortodoxa. El periodismo es apolítico, apartidario, aideológico, es decir: independiente. Esta condición gozó prontamente de buenos vientos, porque los periodistas comenzaron a adquirir prestigios excesivos, consideraciones sociales abusivas y dinero, mucho dinero. Tanto dinero que hoy es difícil no pensar a los periodistas de la TV como otra cosa que como empresas. Claro que esa realidad no fue la realidad de todos, pero fue la tentación de la mayoría y en consecuencia su factor de disciplinamiento.

Para que esto se sostuviera en el tiempo debía manejarse la independencia periodística como un dogma irrefutable y debería privarse a los periodistas de hacer noticias u opiniones sobre el desempeño de la profesión. Así, hacer periodismo de periodistas, era pecado mortal en el catecismo del periodismo hegemónico.

Las dos manillas de la pinza sostuvieron por tres décadas un arquetipo periodístico basado en el éxito profesional y la docilidad frente a las grandes corporaciones.

Sobre mediados de los ochenta al sistema mediático hegemonizado por este paradigma comenzó a aparecerle un suburbio. La disponibilidad tecnológica y la resistencia política a la Ley de radiodifusión de la dictadura permitieron la proliferación de un gran número de nuevos medios. Aún no se ha escrito respecto de la gran influencia modelar que sobre todo el sistema operó esta aparición multitudinaria de medios. Los estilos, las formas, los acentos y las estéticas cobraron nueva vida en la radiofonía argentina al imperio de de este estado de insurgencia comunicacional.

A partir de allí, salvo por las acciones policiales realizadas desde el COMFER con la conducción de los grandes medios y por la acción concentradora de las corporaciones, nada podía ser igual. Tanto así que, con el primer gobierno serio de corte nacional y popular se reemplazó la ley de la dictadura.

En este marco, y con la política revivida, se planta la discusión respecto del llamado “periodismo militante”. Muchos nobles colegas se las han visto en figurillas para dar una explicación a sus propios cambios de conducta. Pero más allá de las contorsiones y acrobacias, la presencia de un periodismo consustanciado con la realidad en la que se despliega es ineluctable.

Nadie es odontólogo antes que persona, ni talabartero ni taxista ni periodista. La amputación de ciudadanía al periodismo es la operación más siniestra que la democracia liberal burguesa ha pretendido contra la profesión para convertirla en una cofradía de traficantes de influencias o en un hato de eunucos intelectuales.

Parece que se ha terminado el fraude. La palabra milita y vuelve a ser un logos activo en el relato del presente.

Tato Contissa, el Domingo, 23 de enero de 2011 a la(s) 11:40 ·