Mas del periodismo hace seis años

Otro Fragmento de Salven a Clark Kent, publicado en corregidor en marzo de 2005

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Norma Morandini se debate en las confusiones sembradas con la minuciosidad de un trampero por los integrantes de la mesa que compone con otros. Esta vez son Chiche Gelblung, Orlando Barone y Miguel Wiñasky y, como siempre la moderación, de Nancy Pazos.

Es un juicio al periodismo como el otro, como todos. Es decir una simulación. Claro que por algunos de los componentes de la mesa uno imaginaba un simulacro, es decir una simulación dispuesta para la oportunidad en que se haga un juicio serio.

Pero no. Mientras Barone se extravía en requerimientos éticos que no remiten a ningún tribunal y a ninguna sanción y Wiñasky se extravía simplemente, solo Gelblung cumple con lo que esperamos de él.

Morandini quisiera que las cosas fueran de otra manera. Intenta vanamente intercalar otra gama de ideas en dónde solo reinan apuestas sobre la base de un juego de naipes archí conocido. Cualquiera de sus intervenciones es degollada en el enunciado por uno o por otro, pero el más predecible, el que según el patrón de mi prejuicio debería confrontar con Morandini, que es Gelblung, rara vez la interrumpe, son los otros (tu también Bruto) quienes se arrojan una y otra vez a la factura de ese sacrificio.

Wiñasky ha decidido desbaratar su imagen académica aún cuando solo sea para esa oportunidad. Desliza una y otra vez la idea del periodismo real, del periodismo en acción frente a una cosa que nadie se anima a llamar, la utopía del periodismo. Se para en un pragmatismo y un profesionalismo acorde con la línea mediática del pensamiento único. Se lo advierte feliz de jugar “en primera”.

Cuando Morandini realiza otro conato de insubordinación al discurso único de esa mesa sacando a jugar aquel prejuicio que pesó durante años sobre la formación periodística universitaria, casi juzgado como un pecado antes que como una virtud, Wiñasky desempolvó sus fueros docentes en ese nivel, descolocando más a la discusión que a su ocasional interlocutora. Y allí entra Gelblung, en esa fisura de un bloque que parecía lógicamente unido.

La televisión ingresa a la agenda temas que no ingresan por la puerta de los grandes diarios. Eso dice Gelblung, quien traza ejemplos en el aire sin temor al absurdo, puesto que no espera reflexión alguna de sus dichos en la audiencia y, parece que tampoco, en esa mesa. Y Wiñasky ratifica. Claro dice, yo no tenía idea de la existencia de ese chico…¿Walter Olmos se llama?…y coquetea una ignorancia elegante dada la naturaleza del dato, para rematar: …y me enteré por la televisión.

Chiche retoma la insólita posta y continúa con sus ejemplos de alta improbabilidad y que no obstante nadie cuestiona: es imposible que Joaquín Morales del Solá, o Ernestina de Noble o Magnetto se hagan cargo de la historia de esa mujer a la que le mataron al chico en la villa.

La audacia parece que terminará con la coherencia que el discurso errático de la reunión coronaba una vez más esa noche. Pero no pasará absolutamente nada.

Morandini alcanzó a pronunciar cuatro palabras más en las que pudo haber estado el punto axial de un debate que discurría intrascendente. Pero rauda, una vez más, la conductora olió el vértigo y juntó todos los naipes de la mesa para dar de nuevo.

– A mi me interesa que hablemos de la relación del periodismo con la política y los políticos – reubicó Pazos- si les parece en el próximo bloque.

No es de esperar que algo ocurra en estos programas, y menos que tal ocurrencia propicie un fenómeno de opinión pública. Pero son sintomáticos de la operación mediática, o para mejor decir una necesidad adicional a la acción de los medios de lanzar sus sondas al seno de la sociedad mediática.

Sí los actores de la construcción mediática permiten que otros realicen el juicio a su accionar, toda la construcción corre peligro de derrumbes.

Pero no soy amigo de resolver todos los complejos por la vía de la teoría conspirativa. Creo que el periodismo en general se mira pero no se ve. Acostumbrado a ser ojo no hace caso a ningún espejo y se le ha atrofiado el sentido de la autocrítica que, en la profesión, es el imprescindible modo de la autorregulación, y fuera de ella, condición excluyente para que un sistema no pierda el equilibrio funcional.

En ese sentido, me parece más apropiado  (aún a riesgo de reducir el análisis vía psicologuismo) fundar esta ceguera en el miedo.

En efecto, creo que el miedo a caerse de la corporación, el miedo al castigo que el sistema mediático ( el gran fantasma del periodista) le puede infringir a quien lo desafíe, el miedo a desaparecer, el miedo a perder la competencia, el miedo a no ser tenido en cuenta, el miedo al olvido de las audiencias, el miedo a la intrascendencia, el miedo al fracaso (es decir a la pérdida del “éxito”) son los motivos básicos por los cuales, el periodismo en general no puede verse ni puede ver tampoco esta situación de desesperante agonía en que se encuentra la profesión.

Pero si hablamos del periodismo en particular hallaremos muchos otros motivos que, no debemos generalizar ni siquiera ponerlo en números mayoritarios, explican el porque hay periodistas que prefieren no ver. Desde la simple ambición personal hasta la asociación con el poder en cualquiera de sus manifestaciones, podemos enumerar una docena de esos motivos. Pero hay periodistas que, por el contrario, imaginan que cualquier crítica, cualquier puesta en juicio de la actividad es, mas temprano que tarde, un instrumento del poder para cercenar la libertad de información.

Horacio Verbitzky, por ejemplo, asegura que parte del poder político sueña con una sociedad sin periodistas. Algo que es tan cierto como que es probable que esto concluya en una sociedad en la que haya periodistas sin periodismo, que es como decir que haya una sociedad sin periodistas tal como han sido concebidos originalmente y que, como aseguramos aquí, lo que llamen periodista sea el resultado final de una desgraciada mutación.

Creo que Verbitsky sabe de este otro peligro de desaparición del periodismo, como tantos otros periodistas. Y si nadie debería contradecir la primera sospecha, tampoco debería silenciar la segunda. Sería bueno que si Verbitsky sabe que el periodismo peligra también por sí mismo, nos lo haga saber.

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Tato Contissa, el Lunes, 4 de octubre de 2010 a la(s) 23:05 ·