Por Carlos Daniel Aletto (escritor, docente universitario) el 27 de enero de 2012.
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Las nuevas tecnologías han logrado que nuestras ideas tengan una sobrevida. Uno entra en la página de Facebook de un compañero que se ha muerto hace unas horas y encuentra sus últimos comentarios, sus familiares y amigos le dejan un mensaje: el “muro” se convierte en un cenotafio donde los “amigos” se detienen unos segundos a rendirle homenaje.
Tato Contissa murió, me avisa Martín García, un amigo en común, quien me lo presentó. Corro a prender la máquina y veo en uno de sus perfiles (tenía dos) a Perón (sonriente) y comentarios de compañeros y amigos que se despiden, con la esperanza de que el FBI no censure en el Más Allá sus comentarios; y en el otro perfil (esto no es joda, es una de sus tantas macanas) la foto en blanco y negro de Evita (con el jopo y la mano en el mentón) y el nombre modificado: Tato Sintiza: “nació el 10 de octubre de 1945″. Miro el perfil de nuevo y no sé si reír o llorar o de pasar de la risa al llanto. La mierda es verdad que están cerca.
La publicación más reciente en este muro es mía: la edición digital de su último cuento publicado en Télam: “El pájaro peronista”: la historia de un zorzal que cantaba “la marchita”. Estábamos acostumbrados a que nos regalara macanas, de las macanas más puras. Casi todos los fin de semanas una “macana” suya aparecía en Télam. En esas macanas, Lomas de Zamora, “barrio” donde creció, aparece como escenario de sus pintorescos personajes. También las calles de Boedo, donde vivió (que difícil se hace hablar en pasado) sus últimos años.
Tato Contissa nació el 28 de agosto en Ingeniero Jacobacci (Río Negro) y poseía el arte de macanear libremente, de macanear sin engañar, sin dañar a nadie.
Porque esa es la esencia de la macana de Contissa: “es un desafío a la mediocridad del universo, y le corre con ventaja a la fantasía, porque lejos de querer distraer, toca pito, hace barullo al divino botón y además, es económica, no demanda palacios ni alfombra persas, se las arregla con un cajero automático, una esclusa de vereda, la raída carpa de un circo viajero o una pelota de goma.”
Así era la esencia de sus macanas: también algo incierto, porque a su poética Tato la consideraba “la madre de todas las macanas”.
Le gustaban las historias de barrios y las bromas.
Las escribía y te las contaba.
Sus cuentos son cortos pero sus conversaciones eran largas y entretenidas, como la de Sherezade o las del hombrecito del azulejo (quien también quería entretener a la muerte).
Por suerte sus macanas nos quedan, también un par de novelas inéditas, libros de ensayos, pero por desgracia sus conversaciones se fueron con él.
A lo último se agitaba al hablar, pero no dejaba de bromear, de reírse, de contarte alguna anécdota que te sacaba del embrollo donde tenías puesta la piojera.
Hace una semana, junto a la última macana que nos mandó, decía: “no dooy más”.
El tipo hablaba en serio.
Tato te habrás quedado sin tiza, pero mirá que has escrito y nos has hecho reír y emocionar como para no olvidarte —al principio con angustia, luego con una sonrisa— en la puta vida.